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Cien años de soledad

De repente, un silencio. Prolongado y efímero, una sinestesia perenne. Un silencio construido durante 365 días, los mismos que habían pasado desde la última tragedia. Un año para crecer, creer y demostrar a los libros de historia que no se equivocaban. Sin avisar, el Oracle Arena estalló amenazando con desaparecer en la inmensidad de su alegría. Un triple de J.R Smith ponía fin a una agonía sostenida, un cartucho sin más pólvora ni maldad que la risa de un niño. Kevin Durant recibía el balón de Iguodala, y se marchaba botando con paso alegre, elevando su puño derecho a la inmensidad del firmamento. Tras caminar sobre el parqué sin consciencia ni razón, escuchó el beneplácito de la bocina, la que daba a Golden State su ansiado anillo y, a él, su redención definitiva.

Ni diez pasos recorrieron sus pies hasta que sus pupilas encontraron a LeBron. Un hermano, un mentor…un enemigo. El abrazo sincero de dos jugadores que se saben leyendas, dos fulanos sin más pretensiones que la eternidad ni más bandera que su legado. Faltaban cámaras para captar tantos momentos. En el centro de la cancha, Stephen Curry arrojaba su sentimiento de culpa al suelo. Tras haber vivido un año en bucle por la remontada de Cleveland, el base preparó su mente y su cuerpo para llegar a los momentos decisivos en plena forma. Sus mejor actuación en las tres finales que ha disputado han disipado las ridículas dudas que algunos podían tener de su talento y, sobre todo, de su determinación para ganar.

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Sin embargo, la imagen más bella y conmovedora en el bando ganador la firmaba Steve Kerr. El técnico de Warriors estaba, acorde con su forma de ser, fuera de los focos. Pero no soportó más el cóctel de sentimientos que dominaban su mente y rompió a llorar. Llora por el calvario que ha vivido por culpa de su espalda, la cual casi nos arrebata a uno de los mejores entrenadores de siempre, una espalda que ha martilleado su condición espartana. Llora por su padre, Malcom, con quien no ha podido compartir sus éxitos. Pero sobretodo llora por lo que ha conseguido. La magnitud de su obra alcanza dos anillos en tres temporadas, récord de récords destrozado entre medias incluido. Todo esto con un equipo que ya tiene por delante a muy pocos conjuntos históricos. El arquitecto.

Esta no es una historia de buenos y malos, es un cantar de gesta contemporáneo. Una serie de versos cincelados por la pluma del mejor literato, un soplo de aire en el Himalaya. Un equipo que puso contra la pared a la historia, un conjunto que supo levantarse de un golpe mortal, en definitiva, un grupo unido que le ha ganado un asalto a la eternidad.

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Toda guerra necesita soldados que se entreguen, viudas que lloren y salvas de honor que difumen el cielo. LeBron Raymone James. En su sueño, huele a barbacoa. Oye a sus hijos, y a un perro. Y ve a alguien. Cree que ve a alguien. Nada de eso es para él. Lo son los estadios rugientes. Estar entre leyendas. Es una criatura de la noche. Su propia vida le está dando una lección. Extraña sensación, atrapado en su cuerpo. Se desmaya. No percibe el tiempo. A veces, las estaciones le pasan con solo pestañear. Tiene problemas con sus pensamientos. Se disipan, como aroma al viento. Para él, a veces es Navidad y otras, cumpleaños. Ellos lloran por sus muertos. Una gran congoja. No participa. La suya llenaría océanos. Un poderoso titán con una antorcha cuya llama es el relámpago aprisionado y su nombre es padre de los exiliados.

Pese a todo, el infame sabor del fracaso le es ajeno en términos absolutos. A sus 32 años, el alero ha promediado un triple-doble en unas finales, cima sin coronar hasta entonces. Está en su máxima plenitud, quizá no física, pues su versión adolescente en lustros anteriores es prácticamente inalcanzable, pero ha elevado sus prestaciones técnicas, su liderazgo y su inteligencia táctica. Ha hecho de los Cavaliers un equipo que funciona como una mente colmena, un grupo de luchadores capaz de rendir como un sólo hombre cuando su líder está en pista. Tal es la influencia del ya TOP-3 histórico que, cuando está descansando (los ínfimos respiros que se puede permitir), su equipo se desmorona.

Esto habla mal de los secundarios de Ohio, muy mal de hecho. Una de las razones por las que LeBron dejó Florida para volver a Cleveland fue la evidente y lógica decadencia de un roster campeón. Wade comenzó su cuesta abajo, la edad no perdona, aunque seas una leyenda. Bosh ya no era el híbrido dominador que aterrizó en Miami en el verano de 2010. El resto de acompañantes tampoco parecían dar el nivel. Buscando un escudero en su regreso a casa, encontró la respuesta de forma inmediata. Kyrie Irving, número uno del Draft en 2011, cincelado en Duke por el mismísimo Mike Krzyzewski era el relevo deseado. Un tipo con una técnica individual brutal, posiblemente el jugador más talentoso que ha cabalgado al lado del Quijote de Akron.

Las razones del triunfo de Warriors son muchas, varias de ellas requerirían de papel, bolígrafo y mucho café para explicarlas, pero la ecuación se resuelve acudiendo a la evidencia más absoluta: son mejores. Han defendido mejor que nadie durante toda la temporada, han atacado mejor que nadie, han compartido el balón como nadie…y han tenido la motivación más grande de toda la NBA. San Antonio jugaba para evitar el olvido, Houston para demostrarse a sí mismo que no eran un espejismo, Boston resucitó su alma competitiva y Cleveland defendía su trono.

Así con todos los aspirantes al título, pero ninguno tenía una deuda tan grande con la historia. Draymond luchaba contra sus fantasmas, Durant buscaba consuelo para una depresión crónica que empezó en 2012, Curry quería volver a nacer, Klay ansiaba demostrar que tenía hueco en el firmamento, la rodilla de Livingston pedía más gloria, Iguodala defendía estatus y Kerr ensoñaba un proyecto legendario.

La NBA, por mucho que las malas lenguas hablen, no se está muriendo. Nunca ha tenido este nivel de globalización, nunca ha gozado de tan buena salud económica. Las estrellas salen de todos los rincones del mundo y el juego de los juegos se práctica cada vez más. La unión de talento en dos rincones de la geografía estadounidense nos ha llevado a una trilogía sin precedentes tan intensa como enriquecedora. El tercer asalto lo ganaron los guerreros, que ya miran sin rubor a la historia. Sin embargo, en el Glendale Cemetery de Akron, un féretro se mueve al son de Eolo

Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte.

 

Periodismo. Hablo de baloncesto casi todo el tiempo. He visto jugar a Stockton, Navarro y LeBron, poco más le puedo pedir a la vida. Balonmano, fútbol, boxeo y ajedrez completan mi existencia.

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