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Fútbol

Dios es uruguayo

Con el Soccer City de Johannesburgo ejerciendo de juez, Ghana y Uruguay se enfrentaban en los cuartos de final del Mundial de 2010. Tras una histórica sequía, La Celeste soñaba con alcanzar unas semifinales cuatro décadas después y, por qué no, convertirse en los reyes del planeta fútbol por tercera vez en su historia. Por otro lado, Ghana no solamente representaba a un país, sino que cargaba en sus espaldas con la ilusión de un continente obsesionado con la pelota y que, por primera vez, veía como la fiesta más importante del balompié se disputaba en África.

Cuando la primera parte ya agonizaba Sulley Muntari avanzó a los africanos con un zapatazo desde los 40 metros, pero ya en la segunda mitad Diego Forlán niveló la balanza con un tiro libre que se coló en la portería del guardameta Kingston. El empate se instaló en el marcador y el miedo a perder controló a ambas selecciones, con lo que se llegó al minuto 120’ con todo por decidir. 

El Soccer City de Johannesburgo fue el escenario de este mítico partido – ImagoImages

Una falta lateral a favor de Ghana se vislumbraba como la última oportunidad de deshacer el empate y evitar un negocio tan impredecible como la tanda de penaltis. Con el tiempo cumplido, John Paintsil colgó en el área un balón buscando a seis estrellas negras dispuestas a escribir su nombre en los libros de historia. En el primer palo fue Kevin Prince Boateng quien buscó la continuidad de la jugada peinando el balón para que Mensah, desafiando el territorio de Muslera, ganara una batalla aérea y dejara el balón muerto dentro del área pequeña, a un metro de la línea de gol. En medio de un bosque de piernas celestes desesperadas que trataban de poner fin al acoso ghanés, Stephen Appiah, que había salido desde el banquillo, saboreó la gloria eterna empalmando la pelota y sin aparente obstáculo entre su cuerpo y la portería. Pero no. Luis Suárez, punta de lanza uruguaya, se negó ante la muerte. El Pistolero multiplicó partes de su cuerpo para hacer rebotar el balón y negarle el momento de gloria a Appiah. El peligro no había acabado para Uruguay y, mientras el esférico sobrevolaba el área, Dominic Adiyiah, que había saltado al campo en el 88’, se elevó al cielo de Johannesburgo para sacar un testarazo que superó a Muslera y se dirigió a la red de manera irremediable.

Recapitulemos. Un no protagonista estaba anotando un gol que para Ghana suponía alcanzar las semifinales, hito sin precedentes en la historia de la nación, y para África seguir con un representante en el que todos sentían como su Mundial. África, poblada por 1,2 billones de habitantes, ya cantaba el gol definitivo; Uruguay y sus menos de 3 millones y medio de personas veían el punto y final a su sueño. El Soccer City, insistente en acallar a los que dicen que el fútbol son 22 personas corriendo detrás de la pelota y obsesionado con demostrar que esto va de pasión, de emoción, todavía guardaba unas cuantas sorpresas. Los villanos y los héroes, a veces, dependen de pequeños detalles, pero siempre necesitan de locura. Y en esto nadie gana a Suárez. Mientras millones de personas de todos los continentes contenían la respiración, Suárez tomó la decisión de suplicarle al destino una última oportunidad y se lanzó a por el balón sobre la mismísima línea de gol. Con el brazo, de un bofetón, apartó la pelota de la portería y la mandó a los guantes de su guardameta. Penalti y expulsión.

Suárez rompió a llorar después de ver la roja en el 120′ – ImagoImages

En medio de un llanto desconsolado se marchó al banquillo esperando que algo sobrenatural impidiera a Ghana poner fin al sueño uruguayo. Gyan plantó el balón ante Muslera. No había tiempo para más: o Ghana culminaba su hito colándose a semifinales o los fatídicos penaltis ya esperaban. Cinco pasos después de iniciar la carrera, Asamoah Gyan pateó la pelota con el corazón. No era momento de buscar la escuadra ni de intentar engañar de costado a Muslera, demasiadas cosas estaban en juego. El tiempo se paró. Muslera, tumbado hacia su derecha, fue un mero espectador más de la trayectoria del balón, que salió escupido de la bota de Gyan. El destino, siempre caprichoso, todavía quería más y esta vez puso a la madera de por medio. Después de haber anotado 3 goles en el Mundial, esta vez el arco se le hizo pequeño y la pelota salió rebotada desde el travesaño hasta el cielo sudafricano segundos antes de que el colegiado indicara el final del tiempo reglamentario. El arquero uruguayo no podía hacer más que besar la madera una y otra vez.

En una tanda de penaltis marcada por la desgracia ghanesa, Muslera detuvo los disparos de Mensah y Adiyiah y le dejó a un loco la responsabilidad de cerrar uno de los capítulos más dramáticos de la historia de la Copa del Mundo. El partido, como no, merecía un desenlace a la altura de lo que había sido. El Loco Abreu tomó la responsabilidad como si nada de lo que sucedía a su alrededor le importara lo más mínimo. Hasta 9 pasos dio antes de que su majestuoso pie izquierdo encontrara el balón. La sangre fría de Abreu, trotamundos donde los haya, le permitió homenajear a Antonín Panenka e imitar el lanzamiento que 34 años antes había inventado el checoslovaco. Mientras la pelota entraba de manera sigilosa dentro del arco ghanés, el ‘Loco’ Abreu abrió sus brazos y, con una sonrisa pícara, se dejó abrazar por una selección que estaba en semifinales después de superar lo posible y plantar cara a lo imposible.

Se dice que “el fútbol es injusto”. Aquel lejano dos de julio de 2010, el fútbol puso en la boca de Ghana un caramelo en la boca para después negárselo. La justicia, a veces tan relativa, no comparte valores con la pelota. Quizás por eso nos guste tanto.


Imagen de cabecera: ImagoImages

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