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Van Basten ante lo imposible

Aunque sea neerlandés en tiempos donde es difícil admirar a un país que da la espalda a todo lo demás, en mi corazón, el naranja siempre tuvo un sinónimo muy particular: Marco. No el Marco de los dibujos animados, ese que recorre el mundo buscando a su madre, pero sí el Marco que con una volea mágica, en Münich, nos hizo soñar a todos con que lo imposible a lo mejor no lo era. Como vencer a este virus, por ejemplo.

Descubrí a Van Basten antes de que existieran los parabólicos. Mis padres me compraron en un rastrillo una camiseta del AC Milan, con el 9 y un nombre a la espalda: Van Basten. Cada vez que me enfundaba la casaca, los padres de mis amigos recordaban lo bueno que era Marco y yo no sabía a qué se referían, pero me dieron ganas de ser ese jugador, quería meter tantos goles como él. Y, como no podía ser de otra forma, siempre me pedía a Van Basten en el gol regañao, por supuesto con su camiseta.

El protagonista de mi camiseta, el Cisne de Utrecht, tal y como era conocido, era el ejemplo de delantero centro. Dominaba cualquier tipo de envío de la pelota con dirección a la portería, ya fuera con una u otra pierna, de disparo potente o tiro colocado, juego aéreo o balón parado. Tenía un físico espigado que le acercaba más a la figura clásica de ariete, pero cada paso suyo con la pelota dejaba una estela de elegancia que adornaba con una técnica individual exquisita, que tenían su eclosión en estéticos regates o pases que, lejos de ser meros adornos, le hacían aún más impredecible. 

¿Quién no hubiera querido ser como él? Yo mismo me veía reflejado en él. Tanto es así que, cuando jugaba, pensaba: «¿Qué haría van Basten ahora?». Recuerdo una anécdota, en uno de esos campamentos de verano a los que los padres nos enviaban encantados de la vida. Allí, por supuesto, con mi camiseta de Van Basten, jugaba pachangas de fútbol y creo que ese verano su espíritu me invadió. Jugué de manera extraordinaria, metía goles como churros y los chavales más mayores me querían en sus equipos. Incluso me dedicaron una canción; mejor dicho, se la dedicaron a Van Basten. En la canción de ‘La Bamba‘, cuando llegaba la parte de “¡Bamba, bamba, bamba» terminaban gritando «Van Basten!”. Nunca más viví algo parecido y no llegué a ser nada en el mundo futbolístico, pero qué verano tan bueno pasé.

No me quiero extender en datos y número de goles, que fueron excelsos en su carrera como profesional, pero sí dar una pincelada nada más. Su debut en el primer equipo parece de película: 3 de abril de 1982, partido contra el NEC. Marco empezó en el banquillo y su entrenador, Kurt Linder, decidió que fuera él quien sustituyera al hombre que había marcado el primer gol del partido, un tal Johan Cruyff. En ese momento no se escenificó sólo una sustitución, sino también un cambio generacional para el Ajax y para los Países Bajos. Por cierto, en dicho debut, Marco anotó un gol. Nada mal.

Años más tarde, Galliani le puso un vídeo a Berlusconi de Van Basten y le convenció para llevarlo a Milán. Berlusconi quería a Ian Rush, pero quién no creería que salió ganando por haber hecho caso a su amigo Galliani. Con Sacchi y sus compatriotas, Gullit y Rijkaard, maravillaron al planeta fútbol.

Con su selección nacional, Van Basten consiguió con una volea casi imposible algo que se le resistió a los Países Bajos durante mucho tiempo: un gran título internacional, la Eurocopa de 1988. Esa volea que se ha quedado en el imaginario colectivo futbolero.

Revisando los datos, uno se da cuenta de lo mucho que hizo Van Basten en su corta carrera y lo lejos que pudo haber llegado. En 1993 se lesionó y ya no volvió a jugar más, lo que se tradujo en un suplicio personal y profesional. No obstante, siempre que me preguntan por mi jugador preferido, siempre elijo y elegiré a Marco Van Basten.

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