Síguenos de cerca

Fútbol Español

Las plantillas más desaprovechadas de la historia: el Valladolid de los colombianos

En el verano del 91 el FC Barcelona, vigente campeón doméstico, se hacía con los servicios de Nadal y Whitschge, la nueva ilusión de Cruyff. El Real Madrid pescaba en el Sporting a un Luís Enrique todavía delantero centro, para sustituir al rematador Hugo Sánchez, entrado en años. Pero ninguno de ellos fue la principal atracción del período estival en la Liga. Todos los diarios hablaban de un equipo hasta ahora intrascendente. Lo llamaban ‘El Valladolid de los colombianos’, porque nunca se había dado un caso así a nivel europeo. La columna vertebral de Los Cafeteros aterrizó en Pucela de la mano de su entrenador, Francisco Maturana. Pero aquel conjunto tenía mucho más que a ellos.

Comenzaba la segunda campaña de Maturana en los banquillos españoles, ambas a los mandos del Real Valladolid. Hay que empezar por él. Hay que hacerlo porque el club presidido por Gonzalo Gonzalo quería crecer por medio de la distinción, alcanzar los puestos altos con una apuesta tan firme como revolucionaria por uno de los mejores entrenadores sudamericanos del momento. Un amante del buen fútbol. No era un proyecto de ascenso, explosión, aplausos y regreso al punto de partida. Y calma. De ahí que no sirviese con fichar una estrella y esperar que ganase puntos hasta envejecer. La pretensión era llegar y tener suficiente armonía grupal para mantenerse. A inicios de la última década del siglo, todo lo buscado lo encarnaba Maturana.

A su llegada a España en el ecuador de 1990, Pacho Maturana, de 40 años, había conquistado ya la Copa Libertadores ´89 con Atlético Nacional de Medellín, conseguido con la selección colombiana un tercer puesto en la Copa América de 1987 y ser la sensación del Mundial de Italia ´90 donde, tras haber empatado en el grupo contra la Alemania a la postre campeona, fue apeado en octavos frente a la segunda grata sorpresa, la Camerún del inolvidable Roger Milla. Su fresco estilo de juego era alabado al otro lado del Atlántico , y el runrún se hacía cada vez más sonoro en esta parte del globo. Dada la trascendencia que por momentos adquiría su persona, el del Real Valladolid se trataba de un plan tan ambicioso como sorpresivo.

La 90/91 el Valladolid acabó noveno y aunque el juego desplegado no fue brillante, sino más bien algo especulativo, «Pacho» y la principal estrella del equipo, el por entonces líbero José Luís Pérez Caminero, fueron tan valorados que a punto estuvieron de firmar sendos contratos con el Real Madrid, donde, ya desde mitad de la temporada, Ramón Mendoza pretendía cesar a Antic – lo salvó el entrar en Copa de UEFA y ser querido por las principales espadas del equipo- y formar un bloque con aires novedosos, al estilo del dominante AC Milan de Arrigo Sacchi. Precisamente el último gran rival que enfrentó Maturana a nivel de clubes, en la Intercontinental de 1989 que Evani decidió en la prórroga para los rossoneri y a cuyo entrenador admiraba profundamente. Finalmente, los acercamientos se frenaron y aunque parecía que podía tratarse de un aplazamiento, a la postre jamás se llegarían a concretar los fichajes -es más, ambos acabarían en el máximo rival de la capital-. Maturana y Caminero siguieron en el club pucelano, siendo dos de las figuras de una de las mejores plantillas que se han visto a orillas del Pisuerga.

En palabras de Caminero: «Este año tenemos más experiencia, debemos trabajar para luchar por la UEFA. Higuita y Valderrama se adaptarán perfectamente porque conocen el sistema de Maturana».

El Real Valladolid era una entidad eternamente de mitad de tabla que, ahora con el osado Gonzalo Gonzalo en la dirección, ansiaba más gloria. Maturana era un joven entrenador que crecía lanzado a base de una sabiduría futbolística centrada en un innovador sistema, cimentado en buscar controlar los partidos a ritmo calmado, pero seguro.

Los éxitos del técnico llegaron con la posesión del balón como bandera, tanto para defender como para atacar. Sin rifas, con perseverancia. Atrás, la táctica, basada en una defensa zonal adelantada y presionante, cerrando líneas y achicando espacios constantemente, tomaba una importancia capital. Del medio en adelante, control, pausa y libertad para la imaginación. Un doble pivote que hiciese de guardaespaldas del enganche clásico era parte esencial del dibujo. Se trataba de tocar y tocar hasta que el esférico llegase al diez y todo se abriese en torno a él.

Como la defensa jugaba extremadamente adelantada y, por tanto, con muchos metros a su espalda, Maturana precisó un portero que no vacilase en salir a cortar los posibles balones que cayesen en ese espacio, fuera de su área. René Higuita fue su escudo en Atlético Nacional -erigiéndose héroe de la Libertadores conquistada-, en Colombia y, pese a sus fallos en el Mundial, también pretendió serlo en Valladolid. Lo cierto era que pocos tan valerosos como él y buenos dominadores del juego con los pies se estilaban en aquella época, donde en el Barça de Cruyff jugaba Zubizarreta o en el AC Milan lo hacían Galli o Rossi.

Pero Maturana confiaba en su idea. Un arquero participativo del juego lejos del arco, pese a sus tremendos riesgos, era fundamental. Un diez, también. O el diez, el suyo de siempre, Carlos Valderrama.

«El Pibe» llegó para julio de 1991, y pocos días después lo hizo Higuita. Pero antes que ellos ya estaba allí Leonel Álvarez. Un león, decían. El mediocentro de brega había aterrizado poco tiempo después que Pacho, a expresa petición de éste, y a base de esfuerzo se había ganado el cariño de la respetuosa afición castellana. «Aportó agresividad, lucha, temperamento, recuperación de balón, trabajo…», se definió Leonel. Todo eso era necesario en la presión a mitad de campo.

Aquel paso más, esos 80 millones invertidos en la contratación del los dos «pelucas» que completaban el cuarteto sudamericano, así como sus altas fichas, terminarían por llevar al club al borde de la quiebra, hecho que afortunadamente no se produjo. Pero lo que no se evitó fue el desastre deportivo.

Ese año todo estaba pensado para alcanzar posiciones europeas. De los jugadores importantes de la pasada campaña la principal baja fue Gabi Moya, que partió hacia el Atlético de Madrid. Pero la llegada de Valderrama, con 30 años y tras tres cursos inestables en el Montpellier, hacía que apenas se hablase de la pérdida del aguerrido delantero en el mercado estival. La plantilla quedó finalmente formada por jugadores jóvenes pero expertos, ascendiendo la media de edad de los titulares a unos futuribles 25 años, con sólo dos hombres en la treintena. A la medida del entrenador.

La variable incontrolada ese año fue la tensión. Todo se pensaba plácido y progresivo, imponiéndose a los equipos inferiores y mirándole a los ojos a los grandes. Pero se perdió en el estreno como local, en la seguida visita al Bernabéu y se volvió a caer en las dos siguientes jornadas. En la quinta, los vallisoletanos tuvieron su primera alegría, tras vencer por 2-1 al buen Albacete de Benito Floro. La sexta, volvió la derrota. Todo imprevisible, todo contrario a la idea preconcebida. El equipo caía y el ambiente se enturbió de inmediato. Para la crítica general, ya los colombianos cobraban mucho y no se sacrificaban. Ahora Higuita era un portero insufrible, con más fallos que virtudes, y Valderrama un veterano que no hacía más que quejarse a los árbitros durante los partidos. Asimismo, Maturana no era lo que prometía ser y su idea hacía aguas. Lo cierto es que la tensión se disparó, llevándose por delante el carácter calmado de Pacho, cuya retórica parecía cada vez más vacía a oídos del seguidor.

Tal fue la situación, que para diciembre, con el equipo situado en los puestos más hondos de la clasificación, Maturana se planteó dejar de contar con sus compatriotas en los partidos como local, para así evitar la presión que soportaban. «A pesar del inicio titubeante, este equipo quiere ganarse el respeto de los rivales a través de su juego», alentaría un Pacho aún esperanzado.

LEER MÁS: El Milan de la temporada 98/99

En la fecha 12 se sufrió una dolorosa goleada por cinco goles a uno contra el Atlético de Madrid, con Schuster y Manolo estelares. En la 14, el Valencia CF le endosaría un autoritario 3-1. Nada salía. Para la jornada 15, que acabó con un empate a dos contra el Tenerife y el enésimo error de René Higuita, arrastró al cancerbero, que decidió desvincularse del club y regresar a su país, argumentando que «abandonaba para ser justo con su rendimiento».

«Los lunes son los peores para mí. Me llaman desde toda América para preguntarme qué le pasa a mi equipo que va tan mal. Y con derrotas como la del Atlético, me cuesta mucho explicarlo»

«Los resultados no vienen porque no hemos alcanzado la madurez, y porque pese a que no somos «pan comido» para nadie, no hemos tenido a ningún jugador en plenitud. Eso nos ha llevado a una crisis de juego y resultados. Además, existen una serie de problemas extrafutbolísticos que afectan a los jugadores», declararía Maturana a los periodistas de la revista Don balón.

A mitad de campaña, Valderrama y Leonel empezaron a no ser fundamentales, hasta que perdieron su lugar. El esquema, ahora sí, se iba inevitablemente a pique. Maturana aguantó la feroz crítica hasta la fecha 29, en la que fue cesado. Javier Yepes se haría cargo de la plantilla en los últimos nueve partidos, poniendo fin al periplo de los cuatro colombianos en Valladolid. La clasificación final, con el conjunto violeta penúltimo y descendido, haría de ésta una de las plantillas más desaprovechadas de la historia.

Portería: René Higuita

El excéntrico arquero llegó con 25 años para hacerse cargo de la portería y de la base del mecanismo. Desde la primera jornada tomó el testigo de Lozano, dejando al croata Mauro Ravnic (32) como segundo guardameta. Era el cuarto extranjero contratado, figura recién estrenada y aprovechada sólo por algunos clubes. Su rendimiento fue tan alocado como él, alternando paradas y salidas salvadoras con errores monumentales. Tras quince fechas y 23 goles encajados, se marchó. Ravnic lo sustituyó, aportando bastante más seguridad al conjunto.


Defensa: Cuaresma – César Gómez – Caminero – Cuesta

El lateral derecho fue la posición que más inquilinos tuvo, pero finalmente la acabó tomando el ortodoxo y siempre fiable Cuaresma. Atrás dejó a Patri (27), y a sus 24 años ya no abandonaría la titularidad hasta su marcha del club en 1995.

El centro de la zaga lo componían dos hombres que con el paso de los años llegarían a convertirse en jugadores españoles punteros de la década. Ambos se habían criado en la cantera del Real Madrid.

César Gómez, de 24 años, arrebató el puesto a Lemos (29), indiscutible la campaña anterior. Cuajaría una notable campaña y más tarde se convertiría en un central de jerarquía en el Tenerife de Jorge Valdano, siendo seguido por equipos del Calcio, la competición más importante de entonces.

Caminero (24) era el hombre libre, el encargado de lanzar cada jugada. Sus inicios fueron como delantero, en el Castilla; su proceso de maduración, aquí en Valladolid, sería como cuarto defensor, y ya en el Atlético de Madrid -con quien alcanzaría el legendario doblete 95/96- y en la selección española se convertiría en el mejor volante nacional de los años noventa. Transición, pase en largo o llegada a posiciones avanzadas y facilidad goleadora lo definían. Participaría en el Mundial de USA ´94, siendo de los mejores, y en la Eurocopa de Inglaterra ´96.

Otro de los que usurpó el puesto en la línea de cuatro fue el lateral zurdo Santi Cuesta, aprovechando el retorno de Ayarza al Athletic de Bilbao. Cuesta había debutado la campaña anterior tras subir del Valladolid Promesas y ahora, cumplidos los veinte, era uno de los talentos jóvenes en alza, siendo convocado por Pereda para la selección sub-20 que disputaría el Mundial en Portugal.

Centro del campo: Engonga – Leonel Álvarez (Aragón) – Minguela – Valderrama

Vicente Engonga y Leonel formaban la pareja de medios en paralelo que se ubicaba delante de Caminero. Ahí hacían la presión y se encargaban de buscar de inmediato al mediapunta. Extrañamente Engonga llegó a Primera aquel año, tras cuatro despuntando en el Mahonés de la Segunda División B. Maturana confió en él por encima del resto de centrocampistas y el de origen guineano le devolvió la confianza en forma de rendimiento inmediato. Tenía 26 años cuando dio el salto a la máxima categoría, pero su longeva carrera en equipos como el Celta, el Mallorca o el Valencia, lo acabó llevando a la selección española, con la que disputó la EURO 2000 de Holanda y Bélgica.

Leonel Álvarez (26) era «otro de los nuestros». Desde los inicios de Pacho, pegado a él. A su alineación. Pese a su enorme compromiso, cayó en desgracia tanto como sus paisanos, siendo incluso el que menos de los tres acabó jugando. 14 comparecencias, todas como titular y en los primeros meses, fueron su triste bagaje del segundo año. Tras su marcha, seguiría siendo tenido en cuenta por Maturana, disputando la Copa América de 1993 y el Mundial USA ´94.

Santiago Aragón llegó a mitad de curso procedente del Real Madrid, donde con sólo 23 años se había asentado tras un breve paso por el Espanyol y el Logroñes. La negociación fue trabajosa, dado que el volante derecho quería triunfar en el equipo de Antic, pese a que pasaban las jornadas y seguía sin saltar al campo. Pero finalmente, viendo que los 17 partidos como blanco la campaña previa se convertían en ninguno en ésta, decidió atender la petición de Maturana. Desde su llegada se asentó en el once en detrimento del propio Leonel, acumulando un total de 18 partidos. Logró transformar tres goles, pero ninguno tan recordado como el que le dio a conocer, aquel derechazo kilométrico contra el FC Barcelona en la Supercopa de España. Luego, formaría parte del mejor Zaragoza de los últimos tiempos, siendo pieza clave en la Recopa y conquistando dos Copas del Rey.

Minguela fue el jugador más veterano de la alineación habitual. Sus cualidades de interior estable y con presencia ofensiva, así como su extenso bagaje en el club y en la Liga hicieron que Pacho contase con él cuando la cosa no iba como se esperaba. Contaba con 31 años y llevaba como titular desde la campaña 81/82, siendo ésta la última en que jugaría.

Carlos Valderrama tenía que ser el crack. Llegó con 30 años y con esa vitola. Era un auténtico diez clásico, un futbolista que jugaba con la tranquilidad del que se sabe superior. Un cerebro. Siempre elegía la mejor opción, con predisposición a mirar hacia delante y a facilitar la jugada del receptor. Un toque cuando había que darlo, una retención cuando era necesaria. Los equipos siempre habían girado alrededor de su reconocible cabellera. Muchos de ellos, dirigidos por Maturana. Pese a los tres cursos irregulares en Francia, con el Pacho, presumiblemente, sería distinto. El Pibe colmó las portadas y exaltó los ánimos. Si finalmente todo se vino abajo, Valderrama fue uno de los principales responsables. Desde el inicio siempre entró como titular. Diecisiete fechas en total. De ahí en adelante, expulsión y comportamiento negligente mediante, el banquillo le reservó un espacio. Sin él, el sistema incluso varió, dando entrada al central Lemos en varias ocasiones para adelantar a Caminero. Pero nada fue suficiente. Ni la creación, ni la espera.

Delantera: Onésimo – Fonseca

Una pareja que, pese al resultado del equipo, se complementaba de maravilla. Onésimo (23) era la movilidad, el desborde, quien podía desestabilizar toda la defensa rival con un rápido uno-dos y servir en bandeja los balones de gol. Había pasado por el Barça de Cruyff dos años antes y pese a jugar poco manifestó haber aprendido mucho. A ser menos individualistas, por ejemplo. A dedicar todo al fútbol, también. El curso anterior solía empezar desde la suplencia, pero dejó claro que Maturana confiaba en él. Y este año el míster lo demostró, haciéndolo jugar entrelíneas un total de 35 encuentros. El que más de la plantilla junto a su pareja, el goleador Fonseca.

«He aprendido mucho de Cruyff y de Maturana. Del colombiano destaco su buen trato, nunca pierde la compostura», declararía Onésimo.

Fonseca se llevó ese año el simbólico premio al mejor gol de la temporada. Una chilena que no firmó Van Basten. Queda claro porque nunca más se recordó. Pero a diferencia de lo que con ese gol pudiera parecer, Fonseca no era espectáculo, sino seguridad. La que te daba una media de más de diez goles cada curso en que gozaba de confianza, que por desgracia sólo fueron los dos con Maturana. Éste hizo 15, superando en uno la cifra del anterior. La carencia goleadora de sus compañeros, entre ellos los sólo tres goles de Onésimo o los otros tantos sumados entre sus dos sustitutos, quizá pesaron demasiado y abocaron al equipo a un desenlace fatal.

Uno de esos relevos fue Alberto, un delantero de 24 años que explotó joven, como sus compañeros Onésimo y Aragón, pero que, como ellos, parecía algo frenado. El 9 subiría su nivel en la temporada en Segunda, donde hizo 15 dianas. El otro, Roberto Martínez, con 25 cumplidos había llegado después de anotar 21 goles en las dos recientes temporadas jugando para el Salamanca en la categoría de plata. Disputó 15 fechas, tres menos que Alberto, y tampoco cumplió las expectativas.

Comparte la notícia

No te lo pierdas

Más sobre Fútbol Español