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5 de Julio de 1984 "Día de la Lealtad a Maradona"

Diego es querido en muchas partes del mundo pero en ningún lado es tan querido como en Nápoles. «Muy a pesar mío, Maradona se va» así lo anunciaba Nuñez, presidente por aquel entonces de la entidad azulgrana sin antes intentar aumentar en 200 millones de pesetas la cantidad que acabaría recibiendo del Nápoles. Tras hacerse oficial el 30 de Junio el acuerdo entre F.C.Barcelona y el Nápoles por 1.185 millones de pesetas (7.1 millones de euros), el 5 de Julio aterrizaba «El Pelusa» en Nápoles.

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Dinámicos, bulliciosos, apasionados e inconformistas: Nápoles y Maradona no podrían parecerse más. 70.000 almas coparon hasta la bandera el histórico San Paolo, algunos de los tifosi llegaron a pagar hasta 3.000 pesetas por hacer acto de presencia ante la divinidad del momento. Un estadio vestido con sus mejores galas, repleto de azul celeste. Una locura sin adjetivos. El inicio del éxito. Los cronistas que transmitían el acto por la radio recordaban los tiempos de Julio César; se preguntaban qué hubiese dicho el censor Catón viendo aquel espectáculo de íncreible evasión festiva en el corazón de una ciudad herida de muerte en su pobreza. Dieguito mandaba besos a la gente enloquecida con las dos manos. «lo sono commosso» («Estoy conmovido») fueron sus primera palabras en italiano. Diego pidió que todos los niños pobres de Nápoles entraran gratis, por aquel entonces esa segmentación engendraba a todos los niños de la ciudad. En el estadio no sólo estaban los hinchas, las autoridades o los 200 periodistas acreditados de todo el mundo, sino también un buen número de sociólogos y psicólogos para estudiar un fenomeno nunca visto en el pasado. Fue como una mezcla de espectáculo y de rito, de pasión y de juego, de sueño y de delirio. Como una gran voluntad de alejar de Nápoles de su eterna mala suerte. Fugaz, como las estrellas. Maradona productions temía por la imagen del ídolo argentino y no quería que se quemase en una sola tarde toda la publicidad del Pibe.

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En la rueda de prensa, algo caótica. Dieguito afirmó que sólo quería casarse en Nápoles con «mi Claudia» y que pagaría a los hinchas «con mi sacrificio». Pasada la noche, la ciudad concilió el sueño y durmió tranquila. El milagro era un cuerpo de carne y hueso, lo habían presenciado con sus propios ojos, tenía piernas y brazos y muchos rizos. Todos eran un poquito menos pobres y algo más felices. Ni Maradona Productions pudo poner freno al boom maradoniano. Con los días se vendieron abusivamente camisetas, banderas y estatuas.

En aquellos días, San Gennaro era una divinidad con menos fuerza y creyentes que San Diego. El idolatrado, quinto de ocho hermanos e hijo de un obrero de los barrios deprimidos de Buenos Aires, se convirtió en leyenda durante los siete años que militó en el club. Medio museo napolitano se ganó durante la estancia del argentino. Dos Scudetto, una Coppa y una Uefa. Corrado Ferlaino, presidente del Napoli y hombre que hizo realidad el fichaje, tiempo después reconoció que Maradona hacía hasta de entrenador siendo Ottavio Bianchi -entrenador- un mero preparador físico y psicológico.

Había nacido: era napolitano, azul, azulísimo. Diego y Nápoles, un amor de los de verdad. Diego llevo de vuelta la alegría y las ganas de vivir, el éxtasis. En el Napoli, Diego…se hizo más Maradona que en cualquier otro sitio. Infinidad de jóvenes veinteañeros y treintañeros campan a sus anchas por la ciudad llamados Diego Armando pero Maradona solo hay uno. Se cumplen 32 años del desembarco de Diego Armando en Italia.

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En un bar de la Piazetta Nilo se conserva un cabello suyo, recogido en 1990 del asiento que ocupaba el Pibe al regresar en avión de un partido ante el Milán. Su dueño, Bruno Alcidi, vende hoy más cafés que nadie en la zona. El maradonismo aún carbura. «Metí el pelo en una caja de cigarrillos y decidí construir el altar»

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@PipeOlcina17 | 1995. Periodismo. Peor sería tener que trabajar, que decía en un cartel de la redacción del Times.

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