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Xabi Alonso entrega el esmoquin

Xabi Alonso ha decidido poner punto y final a su carrera profesional. Cuelga las botas… y entrega el esmoquin. En mi mente aún pervive aquella carrera por la banda, trajeado, impoluto, para celebrar con sus compañeros el gol de Bale en Lisboa. Estaba sancionado, y ni siquiera entonces perdió ni un halo de elegancia. Pocos jugadores vi en mi vida con la clase de Xabi Alonso, un futbolista con un guante de seda en su pie derecho. Un gentleman que, allá donde estuvo, dejó su impronta. Hijo de padre futbolista, se podría decir que el alumno superó al maestro. Se crió, junto a sus hermanos Jon y Mikel -futbolista también-, tejiendo una relación de amor eterno a una pelota en su Tolosa natal. Alonso entendió desde muy joven que se había enamorado del tacto del balón, y su idilio, afortunadamente para los que amamos el fútbol, fue correspondido desde el primer instante. Hay futbolistas que entienden su profesión como cualquier otra; para Xabi Alonso la pelota ha sido y será, por siempre, mucho más que una herramienta para ejercer su vocación. Una compañera en cualquier viaje.

Comenzó a jugar en la Real Sociedad, con quien estuvo a punto de ganar la Liga en el año 2003. Y un año más tarde fichó por el Liverpool. Allí logró la primera de las Copas de Europa que conquistó, pero, sobre todo, dejó un poso que nadie, hasta la fecha, ha podido ocupar. En Merseyside abrió el vestidor y se puso el frac de lord inglés. Cambió las reglas del juego y bajó la pelota al piso. El centro del campo floreció de nuevo en Anfield. El juego directo inherente a la Premier se marchitó durante su estancia y comenzó a vertebrar el juego de un Liverpool en el que pesos pesados como Gerard o Carragher llegaron a reconocer que se les partió el alma cuando puso rumbo a Madrid.

Allí, en la capital de España, coincidió con Mauricio Pellegrini, José Mourinho y Carlo Ancelotti. Para los tres fue determinante. La brújula de un Real Madrid que vivió en sus propias carnes la época gloriosa del Barcelona de Pep Guardiola, y, aun así, pudo arrebatarle más de un título nacional e internacional de la mano siempre del hombre galante. De la exquisitez personalizada. Y fue Guardiola, precisamente, quien le convenció para compartir vestuario y mando en Múnich. Probablemente alertado por la posesión de balón que le arrebató Xabi Alonso en los clásicos disputados entre Real Madrid y Barcelona.

Pero detengámonos en su aportación a la selección española. Fue parte fundamental de la triple corona conquistada entre 2008 y 2012. El reducto de calidad que aportó el Real Madrid entre un trébol de cuatro hojas de estiletes nacidos y criados en La Masía; Busquets, Xavi, Iniesta y Cesc Fábregas. Con ellos se fundió en una sociedad que trajo el lustro más glorioso de la historia del fútbol español. Xabi Alonso aportó la pausa. El sentido táctico. Un auténtico elegido para marcar los tiempos de un partido. El nexo de unión de cualquier defensa, al que le quema la pelota, con la delantera. Para él nunca fue un inconveniente su falta de velocidad. ¿Para qué correr si quien tiene que hacerlo es la pelota? Movió a todos sus equipos a su son con delicada sutileza, y jamás se le percibió el mínimo gesto de inquietud o nerviosismo. Jugara solo o acompañado en la medular. Él siempre iba un paso por delante. Sabía exactamente dónde poner la pelota en cada momento. Y dónde estaba cada uno de sus compañeros. Él nunca se quitó el esmoquin cuando los demás se vestían de corto. Así será hasta junio. Fue un placer verte en un terreno de juego, Xabi.

 

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