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Atletismo

Wilma Rudolph, el coraje de la pantera de Tennessee

Las carreras de larga distancia reflejan a la perfección el esfuerzo y el espíritu de superación del ser humano. Maratones, triatlones, ultratrails o ironmans nos muestran día a día a personas que a través del sufrimiento que requiere la preparación de tales eventos, persiguen objetivos tan dispares como alcanzar el triunfo, terminar la prueba o mejorar una marca personal.

No obstante, y a pesar de que los mayores ejemplos de sacrificio y dedicación suelen aparecer en acontecimientos como los ya citados, también existen casos donde la fuerza de voluntad y la motivación consiguen auténticos milagros en especialidades donde la explosividad es el factor determinante.

Wilma Glodean Rudolph se convirtió a principios de los años sesenta en la mujer más veloz del mundo y en la primera norteamericana capaz de lograr tres medallas de oro en unos mismos Juegos Olímpicos. Ambas proezas resultan ya de por sí admirables, pero adquieren el adjetivo de sobrehumanas en el instante en que hurgamos en el pasado de la atleta y descubrimos ciertos aspectos de su infancia que convertían la práctica del deporte en algo poco menos que imposible.

Wilma Rudolph nació el 23 de junio de 1940 en Marksville, Tennessee. Fue la vigésima de 22 hermanos, miembro de una familia más que numerosa y extremadamente humilde. Llegó al mundo con un peso inferior a los dos kilos, a través de un parto prematuro que a punto estuvo de costarle la vida. En plena segregación racial la madre de Wilma no fue atendida de urgencia en el hospital de la localidad, solo apto para blancos, siendo derivada a una clínica mucho más precaria exclusivamente para la gente de color, algo que complicó en exceso una situación ya de por sí delicada.

A pesar de todas las contrariedades la pequeña logró sobrevivir, pero no pudo evitar sufrir unas terribles secuelas que en un principio, y según los médicos, arrastraría a lo largo de su vida. Antes de cumplir los cinco años Wilma padeció todo tipo de enfermedades; sarampión, paperas, escarlatina y una neumonía doble fueron tan solo el preludio de una poliomelitis que dejó su pierna izquierda paralizada. Los doctores que la trataron aseguraron a los padres de la pequeña que esta no volvería a caminar, puesto que no existía remedio alguno para la enfermedad, convirtiendo cualquier tarea de la vida cotidiana de la niña en un verdadero desafío.

Lejos de darse por vencidos los padres de Wilma Rudolph acudían dos veces por semana junto a ella al hospital de la Universidad de Fisk, en Nashville, un centro situado a unos 70 kilómetros de su casa donde su hija recibía sesiones de rehabilitación en busca de un milagro. Dos años más tarde, Wilma empezó a caminar con la ayuda de una abrazadera de metal, y continuó realizando los ejercicios recomendados por los especialistas en su propia casa ayudada por sus hermanos, quienes se volcaron con la más débil de la familia.

Homenaje a Wilma Rudolph en la Universidad de Tennessee. (ImagoImages)

El esfuerzo titánico de Wilma Rudolph tuvo su recompensa. Tras innumerables horas de rehabilitación y ante el asombro de la mayoría de médicos la joven logró caminar con normalidad a la edad de 12 años, prometiéndose a sí misma que en plenas facultades físicas seguiría la misma filosofía de vida que la llevó a superar una enfermedad crónica.

En el Burt High School pasó a formar parte del equipo de baloncesto del instituto, siendo pieza fundamental en la consecución del campeonato escolar del estado de Tennessee, y enrolándose posteriormente en el equipo de atletismo debido a la velocidad que demostraba en todas y cada una de su carrera por la cancha. A los 15 años conoció al que sería su descubridor. Ed Temple pasó a formar parte de la vida de Wilma Rudolph para cerrar el círculo que convertiría a una niña frágil y dependiente en la mujer más veloz del mundo.

Tras ser becada para asistir a la Universidad Estatal del condado, la joven atleta empezó a despuntar de manera espectacular, un idilio con la gloria que daría comienzo en los Juegos Panamericanos de 1959, donde sumó una medalla de plata en la modalidad de 100 metros lisos y una de oro en los relevos 4×100, y que tendría su punto álgido en las olimpiadas de 1960 disputadas en Roma.

En la misma ciudad en la que Abebe Bikila deslumbró al mundo con sus pies descalzos, aquella niña que pudo no haber caminado nunca se convirtió en la primera mujer norteamericana en lograr tres medallas de oro en unos mismo juegos olímpicos. El triunfo en las pruebas de 100 y 200 metros y de nuevo en el relevo 4×100 la convertirían en una auténtica heroína, más aún teniendo en cuenta las adversidades que esta tuvo que superar para alcanzar sus éxitos.

Wilma Rudolph siendo recibida por el Papa Pablo VI tras ganar tres medallas olímpicas. Roma, 1960. (ImagoImages)

Como colofón a su corta pero intensa carrera, Wilma Rudolph batiría el récord mundial de los 100 metros lisos un año más tarde, rebajando la marca hasta los 11,3 segundos y alzándose sin ningún tipo de discusión como la mujer más rápida de la faz de la tierra.

A la temprana edad de 22 años tomó la decisión de retirarse, pasando a formar parte de diversas organizaciones que luchaban por la igualdad racial y por la integración de la mujer en el mundo del deporte. Ejerció como entrenadora de atletismo en diversos institutos estadounidenses y como comentarista deportiva en varios canales de televisión nacionales, para finalmente crear la Fundación Wilma Rudolph, ayudando a los más jóvenes y desfavorecidos a través del deporte.

La pantera de Tennessee falleció el 12 de noviembre de 1994 a la prematura edad de 54 años a causa de un tumor cerebral, pasando a la historia como una gran atleta capaz de superar toda adversidad posible y de abandonar una exitosa carrera deportiva a cambio de ayudar a los demás, dejando frases dignas de mención como las que recitó en una entrevista para la ESPN: “El doctor me dijo que jamás caminaría, pero mi madre me dijo que sí lo haría y decidí creerla a ella. Estuve sentada mucho tiempo pero en mi cabeza no dejaba de correr, fue entonces cuando adquirí la determinación de no rendirme nunca, de pelear cada día de mi vida”, un ejemplo que todo el mundo debería seguir.

Imagen de cabecera: ImagoImages

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