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Las semanas de selecciones son singulares. El aficionado, generalmente, las suele detestar. Los que estamos cercanos a la información diaria del balompié, un día tras otro, tratamos de aprovechar para consumir otras cosas: series, películas o libros. Pero, no se sabe muy bien por qué, acabamos con un Irlanda del Norte-Holanda en la televisión, con el Mundial sub-17 en la tablet. En el día a día, sin embargo, las noticias escasean. Por ello, cuando un conjunto como el Tottenham decide romper los esquemas nos miramos los unos a los otros. ¿Qué ha pasado?

Porque, ¿quién puede explicar esto? Los spurs suspiraban por la continuidad de Mauricio Pochettino hace unos meses. Arañaban y golpeaban al insensato que se acercara preguntando por él. Y tras un inicio malo han optado por hacer todo aquello a lo que no están acostumbrados: arriesgar. El club de Daniel Levy, pausado y con una gestión envidiable, ha desechado a uno de los técnicos más prometedores del panorama europeo en el desenlace de una semana de selecciones; cuando ya dejábamos de hablar de Peaky Blinders en el ascensor, a punto de buscar el desayuno.

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El conjunto de Londres tiene una plantilla que le viene al pelo canoso del portugués. Su predecesor, cercano al juego de posición, comenzó a entender que para alcanzar la cumbre europea era necesario cambiarse de chaqueta en según qué escenario. El chándal se lo tenía que poner en Stoke, por ejemplo. El chaqué, si eso, para las cenas de gala. Si se le tenía que lanzar un melón a Fernando Llorente, se le lanzaba. Si la noche le llevaba por otros derroteros; como el repliegue y contraataque, se llamaba a filas a Son Heung-min y se buscaba la pelea de Sissoko en el centro del campo. La conclusión a medida que pasaba su carrera por White Hart Lane era transparente: el dogma de tener el balón era irreal. Si algún día se consideró sectario de ese fútbol, Pochettino se había desintoxicado. El resultado era lo más importante. Por ello, cuajó una plantilla que pudiera edificar planteamientos distintos cada día. Sin depender de la religión que profesaba.

Esos cambios le otorgaron fama de estratega de gran nivel. Además, comenzó a afilar el colmillo de los grandes con una amalgama de declaraciones confusas, muy cambiantes en poco tiempo. Después de fantasear con su marcha en más de una rueda de prensa, se aferraba al impresionante proyecto spur. Había una gran expectación hacia él, como es lógico. A la vez que su estela crecía, su conjunto discutía ante los mejores. Hasta que este curso, entre peleas internas, se acabó su etapa como técnico de los londinenses. Sin títulos, a Pochettino siempre le quedarán un par de espinas enquistadas: la Premier League que consiguió el Leicester, que luchó hasta el final, y el subcampeonato europeo en Madrid.

Dicen que hay que tener cuidado con lo que deseas, ya que igual lo cumples. Mourinho, en sus perennes batallas con el mundo, espetó lo contrario, asegurando que nunca iba a entrenar al Tottenham. Hoy está allí, alegre. Como diría Groucho Marx: «Si no está contento con mis principios, aquí tengo otros». Porque cuando el portugués se pone una zamarra no piensa en el futuro. Solo en defender ese escudo sin atenerse a las consecuencias. Así se dirige, cuando pensábamos que ya no volvería a la Premier League, a otra etapa en Inglaterra: el país que le encumbró y que acabó dándole cristiana sepultura. Si alguien pensaba en su posible retiro espiritual en una isla, como yo llegué a fantasear, estaba muy equivocado. Ha vuelto.

Martorell (Barcelona), 1996. Periodista freelance. Amante del fútbol y loco por la Premier League. En mis ratos libres intento practicarlo.

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