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Real Madrid

Una historia traumática

Debe ser muy doloroso que te piten en tu lugar preferido de la infancia. Aún más, si tu cariño sigue intacto desde la fecha en la cual marchaste hacia otro lugar. Ramos tenía una comunión idónea con la afición sevillista. Hasta que, con 19 años, marchó. Cosas del fútbol. Progreso. Ambiciones. El chaval que mamó sevillismo será enterrado, como él mismo ratifica, con la bandera del Sevilla –algo que respeta el madridismo- y con la del Madrid –que también la siente, aunque algunos no quieran-.

Un año más, como si se tratase de un laberinto sin salida al paso del tiempo, el sector norte del feudo de Nervión no cesa en el lanzamiento de objetos y en las humillaciones a Sergio Ramos y a su familia –cuenta Cristóbal Soria que su abuelo, ya fallecido, no podía ir a ver a su nieto al Pizjuán porque no entendía esos insultos-. Debe ser necesario en la tesis de estas personas relegar las tardes de gloria que dio Ramos a la afición nervionense; la cantidad de dinero que dejó en las arcas del club; los múltiples gestos del camero hacia sus raíces; el amor que le unía a Puerta… el sevillismo de Ramos, el mismo que le aupó al mejor club del mundo y que él predica por todo el mundo.

Ramos vs Biris Norte | Getty

La bomba venía engendrándose desde hace una década, desde que despegó el avión Sevilla-Madrid, pero su culmen llegó ayer. Con un 3-1 desfavorable al Real Madrid, Sergio Ramos coge el balón –algunos pretenden que no lance ni meta gol- y lanza un penalti a lo Panenka para recortar distancias. Tras esto, desafío visual al abanico de peinetas de los Biris Norte y perdón al resto del estadio, dividido en torno a su figura. Tengan en cuenta que lo políticamente correcto no siempre es lo idóneo y que lo normal, a veces, es lo más sanguinario.

Muchos años después, con la herida abierta y con escozor permanente, el presidente José Castro y la cúpula de la Liga han de analizar la situación y ajustar medidas represivas –denunciar está bien, pero la reincidencia obliga la mayor control- contra las personas que degradan el espíritu deportivo, no por silbar libremente y expresar su opinión, sino por causar un daño con innumerables ofensas hacia una persona que, de manera pacífica, se ha reivindicado ante la injusticia que le han preparado unos desconocidos en su propia casa.

Los pitos a Ramos son la praxis de la libertad de expresión, pero los insultos son la consumición de la rabia de parte de la afición del Pizjuán, que no es otra que la parte más rancia del sevillismo, sumisa ante la falta de respeto y el veneno que propició el expresidente, hoy en la cárcel, Del Nido. El sueldo de un futbolista no lleva encarnado el sufrimiento. Quizá el gesto de Ramos estuvo de más, al igual que lo están los violentos en cualquier campo de fútbol.

Tolerancia cero con la violencia. Fuera ultras. Paz y fútbol.

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