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Una batalla dialéctica y lingüística

“En el minuto 77, el jugador fue expulsado por dirigirse gritando de forma despectiva ¡Uo!”. No es Black Mirror, sino el acta de Álvarez Izquierdo quien, en 2006, expulsó a Olivier Kapo, que no hablaba español, por lo antes redactado. ¿Qué significa “Uo”? ¿Lo entiende el trencilla? ¿Cómo puede catalogar como despectiva la acción? El Comité, por cierto, le retiró la sanción.

Roger Schoeters, árbitro belga, expulsó al habilidoso Damir Desnica por protestar. Era un partido de Copa de la UEFA en 1984 y el Rijeka croata se medía al Real Madrid. Los visitantes acabaron jugando con 9 y el Madrid marcó los tres goles que necesitaba para pasar. Lo que no sabía el colegiado era que ése al que había expulsado por hablar de más era sordomudo de nacimiento. Schoeters no volvió a pitar jamás, más allá de dos amistosos de selecciones. 

La diferencia entre un ‘me’ y un ‘te’ puede definir que a Diego Costa le caigan ocho partidos o ninguno. ¿En serio? Puede que el problema sea de estigmas ya predefinidos, de una fama mal o bien granjeada por uno mismo y que no siempre hace justicia. Porque era muy fácil sancionar a Pepe, por ejemplo, y muy difícil hacerlo con Xabi Alonso cuando casi repartía más el segundo que el primero. Pues con esto igual. Diego Costa tiene la etiqueta puesta ya antes del pitido inicial.

No vamos a saber nunca lo que dijo Diego Costa. Él dice una cosa, el árbitro otra. Lo que sí es cierto es que, como sí han demostrado las cámaras de televisión, Diego Costa no dijo lo que Gil Manzano puso en el acta. Puede que fuera un hecho de mala memoria o un acto de mala fe. 

Lo que no puede ser es que se premie el oído del colegiado y no el acto en sí. Es decir, insultar al árbitro solo tiene castigo si lo escucha el afectado en el momento, sin importar que haya cámaras de televisión y micrófonos que graben jornada tras jornada las sandeces que se dicen sobre el campo. Es como lo de sancionar el lanzamiento de objetos solo cuando aciertan a dar al jugador y no cuando se arrojan. Premio a la puntería y no a la intención. 

Sea cual sea la frase en cuestión, el propio Diego Costa ha dicho cosas más graves y más leves sin haberse ido a la caseta. El problema está cuando, los colegiados hacen oídos sordos y dan avisos cuando también son vejados por los futbolistas en las protestas. Los famosos “cagón”, “payaso” o “la concha de tu madre” que el propio Gil Manzano vivió en sus carnes y que nunca se atrevió o quiso amonestar, pero también es a quien no le tembló el pulso al expulsar a Gabi en los vestuarios por “hacer una observación de orden técnico” según el acta. “Jesús, ha sido penalti y expulsión”, dijo Gabi que pronunció.

Se insiste en que, sea cual sea la oración completa del de Lagarto, cometió una irresponsabilidad que dejó al equipo con uno menos, pero quizás convencido de que lo que dijo no estaba mal, o de que lo que dijo se podía decir, acostumbrado a ver a tantos y tantos insultando en el reproche. Costa, sangre caliente, obró mal porque en la libre interpretación del árbitro vale todo. Los hay que no se ofenden cuando mentan a una madre y que sí lo hacen cuando les sueltan onomatopeyas.

Quizás lo más sencillo, justo y necesario en pleno Siglo XXI y con tantos adelantos, en plena época de macarrismo en partidos de índole infantil donde se quiere por todos medios evitar que los niños y las niñas crezcan entre padres y madres que dan vergüenza ajena en las gradas, sea dar ejemplo desde el fútbol profesional. Sancionando los insultos que se puedan probar con cámaras a posteriori, aunque lleguen o no a los oídos de los árbitros. Como hacen ligas y torneos como la Premier, que no dudan en sancionar el racismo, los insultos o los actos despreciables como los escupitajos. Hayan sido o no vistos en el momento.

Pero no en España, la mejor liga del mundo. Aquí, los lunes vemos reportajes sobre cómo se ha pegado fulanito con menganito, sobre como este ha agredido a este otro o sobre cómo el delantero ha escupido al central en un córner y viceversa. Sobre cómo este forcejeo ha terminado en agresión cuando todos miraban a otro lado y sobre cómo este insulto ha pasado desapercibido. Es como no poder detener a unos ladrones de banco porque, aunque las cámaras los filman al completo con pistola en mano y los bolsillos llenos, no han sido neutralizados en el momento de marcharse con el botín.

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