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Tragicomedia de un viaje de once metros

El Atlético se volvió a encontrar con una de sus peores pesadillas, esa que viene atormentando al club en las últimas temporadas y que tuvo su clímax en aquella final de Milán. Los penaltis se han convertido en una tortura para un equipo que no encuentra antídoto desde hace temporadas más allá de buenas rachas puntuales de Griezmann o Diego Costa en años anteriores.

Gameiro, Siqueira y Gabi, consumados especialistas en la materia, sucumbieron con estrépito a la tediosa tarea de marcar penas máximas con asiduidad de rojiblancos. Griezmann falló quizás la más importante y Juanfran la más recordada, pero lo cierto es que el tino de Saúl o Thomas tampoco ha sido el idóneo. Y cuando el ejercicio le tocó ejecutarlo a Torres, tampoco fue una situación idónea para el canterano. Los once metros se le atragantan a la camiseta más que al futbolista.

Cuesta decir que uno ha traído una imagen reforzada cuando ha dejado escapar un título, pero es verdad que el Atlético, que no tenía nada que perder en Arabia, ha vuelto de esta minicompetición con algo más de confianza de la que tenía apenas hace un par de semanas. Las victorias consecutivas en La Liga y el buen hacer ante Real Madrid y Barcelona en esta Supercopa de España de nuevo formato realzan la moral de un equipo que hace un mes jadeaba intentando no perder el tren de cola de los puestos de Champions League y hoy vive a un traspiés de Real Madrid y Barcelona de depender de sí mismo en el campeonato de la regularidad.

Ante el campeón de La Liga pasada se vivieron auténticos momentos de caos, donde el clavo ardiendo fue Oblak, que sostuvo a un equipo zarandeado una y otra vez por la imaginación de Messi. ¿Qué será del Barcelona cuando el argentino decida parar? Piqué se divirtió más como invitado de David Broncano en La Resistencia que en la que encontró frente a un Atlético que cuando más muerto estaba resurgió para dejar KO a su rival.

Esa remontada inesperada del equipo que nunca se rinde y siempre compite dio alas para disputar una final ante su eterno rival en un torneo en el que años antes nunca habrían estado. Ya se verá qué es lo que dura el experimento de Rubiales y si este formato tiene recorrido en el tiempo, pero Real Madrid y Atlético no eran invitados al torneo, sino que fueron los que cumplieron los nuevos requisitos para disputarlo, por mucho que a uno pueda gustarle o no esta nueva cita doble.

El Atlético sabía de la exigencia de ganar a Real Madrid y Barcelona en apenas tres días. Y no puede decirse que con presentarse en la final ya hubiera uno cumplido, pues con un trofeo en juego siempre hay que ir a dar el máximo. Y así lo hizo el equipo de Simeone, en una final que no brilló por el buen fútbol de ninguno en los 90 minutos y que se activó solo en la prórroga. ¿No podrían haberse saltado el tiempo reglamentario y jugar algo más de alargue?

En estas llegó Valverde, haciendo la jugada que todo entrenador querría que un jugador suyo hiciera. Fue la acción del partido, aunque las odas de honor que se le hacen hoy al uruguayo habrían sido esquelas lapidarias en portadas si el charrúa hubiera sido Giménez y no el Pajarito y el delantero cazado uno de los niños bonitos del fútbol brasileño, por ejemplo. Ya lo vimos con Ujfalusi, ya lo vimos con Pepe o ya lo vimos con Salgado y Juninho. Mismas acciones tienen distintos enfoques y las cazas de brujas dependen de las camisetas. Los violentos en el fútbol solo van de rojiblanco para la opinión popular.

El Atlético, que volvió a claudicar desde los once metros, sale reforzado de un viaje exprés en el que iba con pocas expectativas y del que ha vuelto habiendo doblegado al FC Barcelona y habiendo empatado en 120 minutos con el Real Madrid, los dos equipos que caminan por encima en el campeonato doméstico, donde ahora toca poner las miras otra vez.

Y no por mucho repetirse una mentira se convierte en verdad, pues se cuentan a puñados (aficionados de los dos equipos, por cierto) los que piensan y dicen que el Real Madrid siempre le gana los partidos en los títulos a los rojiblancos. Sin ir más lejos, Sergio Ramos engañó a toda la audiencia radiofónica cuando en pleno éxtasis de celebración confirmó que el Real Madrid siempre le ganaba todos los duelos al Atlético con títulos en juego desde que él estaba en la entidad, sin saber que anoche su equipo empató en esa estadística. La historia dice que el Atlético le ha ganado siete finales al Real Madrid, mientras que el Real Madrid solo le ha ganado cinco. La reciente, esa que cuenta desde que están Ramos y Simeone en sus respectivos equipos, dice que el balance es de empate a tres. Hasta el domingo, Ramos iba por debajo en la estadística que presume dominar de manera impoluta con mano de hierro.

El Atlético vuelve de Arabia con la mente reforzada, habiendo recuperado a un gran nivel a Savic y a Giménez, viendo la mejor versión de Oblak y con Llorente y Vitolo habiendo tenido minutos de calidad que les ayudarán a sumar en lo que queda de temporada. Con una gran actuación de Morata, aunque sin acierto de cara al gol, y con un Correa que no deja de realzar su propia autoestima. En cambio, el señalado es Joao Félix, desaparecido tanto en las semifinales (salvo aquel toque maravilloso en el inicio de la jugada del gol de Koke) e inoperante y desactivado ante el Real Madrid.

El portugués, que hace no mucho admitía ser mucho más feliz en el Benfica que en el Atlético, por el simple hecho de estar con su familia, sus seres queridos y jugando para el equipo de su vida, está muy lejos de ser el jugador diferencial que quiso fichar el Atlético. Cierto que es aún un muchacho en crecimiento, que tiene que adaptarse a un fútbol exigente, pero también que la etiqueta que trajo de Portugal le hace ser el centro de todos los focos y su jugada más destacada fue encararse con Messi antes del descanso, lo que le supuso, habiendo desafiado al ídolo de los saudíes, una ristra de silbidos en la final ante los blancos.

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