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Tito Rabat, burbujas de victoria a la estela de Simoncelli

Nacho GONZÁLEZ En un vasto océano de rumores -alimentado por la escasa emoción en la lucha por el gran título, y por la llegada de nuevas marcas-; surge de vez en cuando alguna isla de certeza. De puntillas, entre el bullicio, llegó la noticia: Tito Rabat anunciaba su intención de permanecer un año más en la estructura del Marc VDS a la que ha llegado esta temporada.

En un mundo en el que imperan las prisas por quemar etapas (la posibilidad de que Jack Miller salte de Moto3 a MotoGP así lo atestigua), es extraño encontrar un piloto que prefiera mantener los pies en el suelo y dejar huella allí donde está, en lugar de aventurarse en un salto que, con demasiada frecuencia, encuentra ante sí nada más que vacío.

LAS BURBUJAS
5 de mayo de 2013. Más de siete años en el paddock, 112 grandes premios a sus espaldas. Pero ese día es todo nuevo. Por primera vez, ningún piloto entre él y el semáforo.

45 minutos, cuatro segundos y 450 milésimas después, ningún piloto entre él y el señor que ondea la bandera a cuadros. Jerez estalla en júbilo: Tito Rabat ha conseguido su primera victoria en el Mundial de motociclismo.

Sabe perfectamente cómo funciona la ceremonia del podio, que ya había vivido desde dentro en seis ocasiones. Pero, por primera vez, cuando suba al cajón y mire hacia arriba, no verá a ningún otro piloto. Solamente la bandera española en el centro; y, esta vez, en su honor.

Después de empapar a Scott Redding y Pol Espargaró, se lleva la botella a los labios. Cierra los ojos, y siente las burbujas de la victoria deslizarse por su garganta. No sabe igual. Aunque sea el mismo champagne que el que había bebido en Austin, solamente quince días antes, cuando había sido segundo por detrás de Nico Terol. El sabor de la victoria es mágico, y Tito se promete a sí mismo que volverá a saborearlo todas las veces que pueda.

Almería es testigo mudo de esa idea, casi convertida en obsesión. Catalogado por algunos de sus compañeros como el más loco de la moto del paddock (entiéndase ‘loco’ desde la acepción más pasional), Tito se machaca en el trazado andaluz cada vez que puede, rodando durante horas para robarle una milésima a su moto.
Lo compagina con escapadas a Rufea para medirse a los hermanos Márquez en pruebas de ‘dirt track’. Todo esfuerzo es bienvenido si puede conducir a una nueva victoria, al reencuentro con esas burbujas cuyo recuerdo ya es imborrable en su paladar.

Llegan dos más en 2013: Indianápolis y Sepang. Tercero en la general, arranca 2014 como gran favorito. Sin Pol ni Redding, ya en MotoGP, Tito busca rival. Lo encuentra en su nuevo box. Lleva más de una década en el Mundial y responde al nombre de Mika Kallio, doble subcampeón del mundo de 125cc.

No hay miedo. Inaugura el año ganando en Qatar, la cuarta victoria. Repite en Argentina tras ser segundo en Austin. No puede revivir la fiesta de Jerez, donde se queda fuera del podio (4º), al que vuelve en Francia con un tercer puesto. Mugello le vuelve a ver ganar y, en Montmeló, saborea por séptima vez en su vida las burbujeantes mieles del triunfo.

Se queda sin podio en Assen (8º) y Sachsenring (4º). Rabia. Llega el parón veraniego y, con él, el baile de rumores sobre posibles fichajes. Su nombre aparece vinculado a equipos de MotoGP. Tito guarda un silencio sepulcral. Hay opciones, pero ninguna ofrece garantías de poder ganar carreras, ni siquiera a medio plazo.

EL EJEMPLO SIMONCELLI
Reflexiona, echando la vista atrás. Todavía no ha ganado el título, y quiere centrarse en conseguirlo. Sabe que dejar su futuro resuelto puede otorgarle la dosis extra de tranquilidad que marque la diferencia entre la gloria del olvido. Y, sin previo aviso, anuncia su continuidad en el Marc VDS para 2015, independientemente de la resolución del Mundial.

El pasado tiene la clave. Para entender su decisión, es de gran utilidad mirar qué les pasó a los anteriores campeones de la clase media. Exceptuando a Marc Márquez, cuyo superlativo talento le hace incomparable con los demás, los últimos ganadores de Moto2 y 250cc no volvieron a ganar ni una sola carrera.

Hiroshi Aoyama y Toni Elías son los ejemplos más claros. Ambos subieron a MotoGP tras ser campeones, y todavía no han vuelto a ganar una carrera, pese a haber probado tanto la clase reina como el Mundial de Superbike. Elías incluso retornó a Moto2, también sin éxito.

Stefan Bradl tampoco ha tenido una trayectoria brillante en MotoGP, donde sólo destaca su segundo puesto en Laguna Seca 2013. No han pasado ni tres años desde su título, y ya se plantea volver a Moto2 si no encuentra una moto de garantías. Quedaría fuera de la comparación Pol Espargaró, que apenas lleva nueve carreras en MotoGP.

Para encontrar un piloto que haya vuelto a ganar tras ser campeón de la clase intermedia hay que ir a 2008, cuando Marco Simoncelli se hizo con el título. El recordado ‘SuperSic’ logró dos podios en MotoGP y uno como ‘wild card’ en el Mundial de Superbike; pero sus únicos triunfos posteriores llegaron precisamente en 250cc.

Marco fue el último que decidió defender su título; y, aunque no lo logró, subió seis veces más a lo más alto del podio, algo que no pueden decir Aoyama, Elías, Bradl y Pol. Al menos de momento.

Ninguno de los cuatro ha vuelto a sentir las burbujas de la victoria, a las que Tito Rabat ya es adicto. Por eso ha decidido seguir los pasos de Simoncelli. Eso sí, lo primero es ganar el título.

Burgos, 1987. Madrileño de adopción. Periodista deportivo 3.0. Motociclismo, por encima de cualquier piloto; y deporte, por encima de cualquier deportista o club. Licenciado en periodismo, aprendí en Eurosport. Ahora soy editor en motorpasionmoto.com y colaboro en Sphera Sports, Motorbike Magazine y Sport Motor motociclismo.

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