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Tierra sagrada

Este fin de
semana, la caravana del Mundial de motociclismo aterriza en Japón. Un país con
8 títulos mundiales, pero ausente de un héroe nacional sobre dos ruedas como
antaño tuvieron con los difuntos Norifumi Abe o Daijiro Kato. Ahora, con la
mera presencia del debutante Takaaki Nakagami en la categoría reina, Japón se
viste de gala para una nueva coronación. La de Marc Márquez, el líder de Honda
-marca propietaria del trazado-.

Motegi es un
lugar que destila mística. Está en un lugar prácticamente abandonado, sin nada
al alrededor, pero del que ningún piloto habla mal. No tiene las curvas
vertiginosas del legendario Suzuka, pero sus dos túneles, sus fuertes frenadas
y, sobre todo, su impredecible climatología, lo convierten en un circuito al
que costará sacar del calendario. Sería prácticamente un sacrilegio.

Y es que,
además, de todo eso, Motegi se está caracterizando por ser un habitual lugar de
celebraciones. Su corta historia -este año se cumplen 20 años de carreras en el
circuito nipón- no ha impedido que hasta en cuatro ocasiones se haya decidido
el Mundial de la clase reina en sus dominios. En algunas ocasiones, con
victorias lógicas y esperadas; en otras, con carreras marcadas por el drama y
la emoción.

La primera
vez que el campeonato se resolvió en Japón fue en 2007. Y fue una absoluta
humillación. Con Casey Stoner al manillar de la Desmocedici, Ducati logró su
primer y único título mundial hasta la fecha en casa de Honda y Yamaha. Fue una
carrera marcada por la lluvia, que ganó Capirossi, compañero de Stoner, y en la
que al australiano le valió con entrar sexto en meta para sellar su primer
entorchado mundialista.

Al año
siguiente, se cambiaron las tornas. Stoner seguía en un estado de forma
sublime, pero Valentino Rossi había regresado. La elección del italiano de los
neumáticos Bridgestone -clave en el triunfo de Stoner en 2007- resultó
decisiva. Y el italiano se coronó en Motegi, en una carrera plácida, en la que
batió con claridad al propio Stoner, que entraba segundo en meta. Por primera
vez, una marca japonesa celebraba su título en Japón. Aunque era Yamaha, y no
Honda, la propietaria del trazado.

Pasaron 6
años para que el gran sueño de Shuhei Nakamoto se hiciera realidad. Fue con
Marc Márquez, de por entonces 21 años y que ya había asombrado al mundo ganando
el Mundial en su temporada de debut. Fue la mágica temporada de las 10
victorias consecutivas y que tuvo como final el broche perfecto: ganar el
título en casa de Honda. Durante la celebración, bajo un cielo encapotado pero
que nunca llegó a descargar, Márquez se dejó llevar por la cultura local:
espadas y samurais para celebrar su bicampeonato.

Tras ser
destronado en 2015, Márquez regresó con fuerza en 2016. Fue una temporada más
difícil que la de su anterior título, pero el buen hacer del catalán y los
constantes errores de Lorenzo y Rossi le hicieron llegar a Motegi con un primer
match-ball. Eso sí, era una absoluta utopía: debía ganar la carrera y esperar
las caídas de los dos pilotos de Yamaha. Márquez, dominador durante el fin de
semana, lideró de principio a fin. Y la carambola se produjo: Rossi se fue al
suelo al principio, y Lorenzo, que rodaba segundo, a tres vueltas para el
final. La locura se desató en Honda, que no contaba con celebrar el título en
casa. Su héroe, Márquez, lo había vuelto a hacer.

Ahora, la
situación no es tan rocambolesca, pues Márquez necesita ‘sólo’ quedar por
delante de Andrea Dovizioso, un ex piloto de Honda, para conseguir su quinto
cetro de MotoGP. “Me gusta más la fiesta de Australia que la de Japón, pero
ellos -los nipones- le dan mucha importancia a ganarlo en casa”, confesaba
Márquez tras su victoria en Tailandia, que le acercaba al objetivo. Este
domingo, un nuevo episodio del idilio del 93 con Motegi, la tierra sagrada -y
de celebraciones-.

Vigués residente en Barcelona. Escribo en Sphera Sports y en VAVEL. Descubrí a Federer y luego me aficioné al tenis. ¿O fue al revés?

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