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Dilema Lemar

El francés pasaba por su mejor momento como rojiblanco pero, como viene siendo habitual, por unas cosas o por otras, ese impacto se ha vuelto a ver frenado por unos u otros motivos que se repiten cada vez que coge algo de confianza. En este caso, en forma de lesión, que deja al mediapunta colchonero otra vez un tiempo en barbecho cuando era él quien le daba un aire diferente al equipo en el último tercio del campo.

Thomas Lemar llegó en verano de 2018 al Atlético de Madrid como un fogonazo de aire fresco. Apadrinado por Griezmann, entonces capitán general antes de su salida, el galo llegaba de un Mónaco que fue una mina de la que salieron incontables gemas y supuso el fichaje más caro de la historia del Atlético entonces: 70 millones (por el 70% del traspaso). Su puesta en escena, de titular en la Supercopa de Europa en Tallín ante el Real Madrid, fue ilusionante. Su compromiso, habiendo rechazado sus vacaciones tras el Mundial donde su Francia fue campeona, esperanzador. Pero eso fue casi lo mejor del galo en sus primeros dos años en el club.

Porque Lemar se apagó, se consumió, se perdió en un nivel físico que parecía demasiado exigente para él, en un compromiso organizativo y defensivo para el que no parecía estar preparado y en una creatividad que de repente había desaparecido, llevándole a cometer errores de los llamados groseros en zonas donde el fútbol prohíbe que suceda si uno no quiere ser condenado.

Si el importe de su etiqueta no hubiera sido tan elevado y su bajón de rendimiento tan en picado, es muy complicado que el francés hubiera aguantado tanto en el Atlético, que siempre confió en poder volver a sacar algo de luz del ‘11’ para una hipotética venta que minimizara pérdidas o, quién sabe, un resurgimiento completo. Y así, entre unas cosas y otras, entre fogonazos esperanzadores y tirones de pelo, Lemar afronta ya su cuarta temporada como jugador del Atlético de Madrid, y lo hace en el mejor momento de su vida como colchonero, pero otra vez su momento de eclosión se ha visto frenado y hay una cosa evidente. Es imposible ver al galo enlazar cinco partidos seguidos al máximo nivel.

Las lesiones le han traído de cabeza. En sus dos primeros años de rojiblanco se llegó a perder 22 partidos por problemas físicos, y en otro puñado de ellos llegó a la convocatoria entre algodones y con el equipo médico temiendo una recaída. Fue el cambio de sistema del curso pasado al 3-5-2, el que provocó una evolución y dejó ver cómo el propio futbolista daba un paso adelante mostrando un liderazgo que ya muy pocos, o casi ninguno, esperaba. El que siempre confió fue Simeone, que debió premiar más de lo ganado al jugador por lo que hacía en los entrenamientos y no en los partidos. Un Simeone que siempre ha mimado al máximo a un chico que parece llegar a la hora de partido ya casi sin oxígeno y que cuando el calendario más cargado está acusa los minutos seguidos jugados en forma de lesión.

Sin el runrún de la grada, ausente por la pandemia, el año pasado se especulaba con que el jugador, señalado jornada tras jornadas hasta entonces, se quitara de encima la presión de ser cuestionado por su propio público. No pareció ser ese el problema, porque Lemar tampoco rendía de visitante, pero quiere la casualidad que allá por octubre del año pasado el galo al fin demostrara que sí, que cuando juega a su máximo nivel, es un jugador de un precio considerable.

Porque lo que al principio parecía el Síndrome Vietto (dícese en términos rojiblancos de aquel momento que dice que un jugador tiene el listón tan sumamente bajo que, con el simple hecho de no equivocarse, dar dos pases bien y no cometer errores a casi cada posesión, parece que está obrando maravillas) sí se acabó consumando en un salto cualitativo del francés. Fueron dos meses de menos a más donde se acabó instalando en la titularidad de un equipo que terminó campeón. Y justo en el mejor momento, llegó el batacazo. Primero contrajo Coronavirus y, a su vuelta, fue un espejismo de lo que había sido. Tampoco tuvo continuidad porque, en el segundo encuentro tras pasar la enfermedad, un choque con Capoue en un duelo ante el Villarreal le lesionó. Anduvo jugando un mes entre algodones, con restricción de minutos y por eso molestó mucho que, tras cinco jornadas de aquella lesión que le traía de cabeza, se marchara a jugar un triple partido con Francia donde, evidentemente, recayó, suponiendo aquello que se terminó perdiendo seis de los últimos nueve últimos partidos en los que el Atleti se jugó el título y el Lemar de diciembre de 2020 y enero de 2021 nunca volvió.

Con el inicio de la nueva temporada, la llegada de competencia ofensiva como De Paul y Griezmann y la recuperación de Joao, que puede jugar por su zona de influencia, otra vez el francés ha comenzado como una bala, mejorando incluso las actuaciones de hace casi un año y ganándose un sitio entre los titulares. Lemar ha cambiado las críticas por aplausos, ha cerrado la boca de aquellos que dudaron, con razón, y ha revertido una situación cuando parecía imposible. Pero otra vez han vuelto los fantasmas. De nuevo cuando nada parecía poder frenar su impacto. Sus tres primeros partidos de LaLiga fueron sensacionales. Marcó la diferencia. Titular en todos, comandó el ataque del Atlético, y entonces llegó el parón de selecciones. Con Francia volvió a tener problemas, esta vez puntuales, un desorden estomacal que le dejó KO de algún compromiso internacional y que provocó que fuera suplente ante el Espanyol por primera vez en la temporada.

Fue en Cornellá, quizás, su punto álgido de este inicio de temporada cuando, saliendo del banquillo en el descanso, cambió un partido que el Atlético tenía cuesta arriba, subió dos marchas más que el resto y anotó el gol de la remontada en el alargue. Lemaradona era más Lemaradona que nunca. Pero poco dura la alegría en la casa del Thom, porque Thom Lemar solo aguantó media hora en el siguiente duelo ante el Oporto. Otra vez las malditas lesiones y los problemas musculares que han maltratado al jugador durante cuatro años y que le han cortado el ritmo, tanto cuando lo tenía, como cuando no. Pero es ahora, cuando el galo es diferencial, cuando gana partidos, cuando se le echa de menos cuando no está, cuando duele tremendamente que, por unas cosas o por otras, llevemos cuatro años y no hayamos podido ver cinco partidos seguidos a Thomas Lemar a su máximo nivel. Porque cuando lo está, el galo es una gozada.

Imagen de cabecera: Imago Images

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