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Te odio, Kobe Bryant

Te odio, Kobe Bryant. Te odié desde que llegaste a la liga, allá por el 96. Eras irrespetuoso. Tu salto al profesionalismo directamente desde el instituto era una muestra de tu determinación, de tu confianza. Te odié cuando los Hornets te traspasaron a Los Ángeles Lakers, equipo con el que jugarías siempre, porque días antes del draft habías participado en un entrenamiento privado para los Boston Celtics. ¿Recuerdas verte vestido de verde, Kobe? Yo sí. Y no te quedaba nada mal ese color.

Te odié en tu primera temporada, viéndote volar a la sombra mientras le comías el terreno a Eddie Jones, un tipo que siempre me cayó bien. Por cierto, él haría el camino inverso dos años más tarde porque ya no hacía falta en el Staples, porque ya lo habías desplazado. A todo un All-Star. Tú, a tus 20 años.

Te odié cuando en tu segunda temporada quisiste hacerle frente al mismo dios del baloncesto, un tal Michael Jordan. Aunque salías desde el banquillo siendo sophomore, ya jugabas muchos minutos vestido de púrpura y oro. Y te odié aún más cuando Su Majestad volvió para enfundarse la camiseta de los Wizards. Recuerdo cómo te apoderaste de los dos partidos de las estrellas de 2002 (en Philadelphia, tu ciudad natal, donde fuiste MVP) y 2003. Ese último estaba reservado para la gloria del más grande, pero en la prórroga los del oeste no quisisteis regalarle los honores.

Te odié porque soy de los Spurs incluso antes de la llegada de Tim Duncan. Tras ganar el anillo en 1999, la temporada del asterisco como la bautizó Phil Jackson, me las prometía muy felices creyendo que las Torres Gemelas dominarían la liga. Pero no, porque al lado de Shaquille O´Neal llevaste el trofeo Larry O’Brien a California tres años consecutivos. Tuve que esperar a 2003 para volver a saborear las mieles del éxito.

Kobe Bryant y Allen Iverson en las Finales | Getty Images

Kobe Bryant y Allen Iverson en las Finales | Getty Images

Te odié cuando no permitiste triunfar a Allen Iverson. Ese jugador que todos quisimos ser. Posiblemente nadie en el mundo aglutinó más talento en menos cuerpo que el pequeño jugador de los Sixers. No le diste opción. Como tampoco la tuvieron los Blazers de Rasheed, Sabonis, Wells, Smith, Pippen y compañía; el conjunto de Paul Allen, cofundador de Microsoft, creado a golpe de talonario que albergaba una nómina de estrellas como nunca antes se vio. ¿Recuerdas ir perdiendo por 15 en el último cuarto del séptimo partido de la final de la conferencia oeste? Posiblemente ya no. Yo recuerdo aquel alley oop que culminó Shaq como golpe sobre la mesa que cerraba las puertas del éxito a los hombres de negro.

Te odié cuando fuiste superando récords. Uno tras otro. El más precoz siempre. Incluso en los recursos que menos dominas, como el triple. Aún está vigente la marca que registraste ese día que te fuiste a los 12 aciertos desde más allá del arco; por lo menos hasta que Stephen Curry quiera que así sea. Te odié aquella noche ante Toronto en la que a nuestro José Manuel Calderón y sus compañeros les metiste 81 puntos. ¿No tenías otro rival más adecuado para semejante castigo? Cuando aquella mañana escuché por radio la monstruosidad que acababas de hacer me enfurecí. Como si me hubieran faltado al respeto.

Te odié cuando reclutaste a Pau Gasol. Te lo llevaste porque sabías que con él alzarías el éxito. Y porque siempre simpaticé con los Celtics. Privaste en 2010 al Big Three de colgar en el TD Garden el décimo octavo banderín de mejor equipo del planeta. Te odié porque dijiste que fue tu victoria favorita.

Te odié cuando te lesionaste el talón de Aquiles. Nunca volverías a ser el mismo y no podría ver cómo las nuevas generaciones se apoderaban de tu reinado contigo en plenitud. Los LeBron, Durant y compañía no estarían en disposición de batirte de tú a tú. Te odié porque dejaste a Pau huérfano en un barco a la deriva, y te odié porque enviabas mensajes claros a la directiva angelina de que él, Gasol, debía seguir en el equipo. Yo esperaba traspaso y que fuese libre para volver a ganar.

Te odié cuando regresaste a las canchas. Te odié cuando no podías revertir la situación y callar a la gente de ESPN, que te colocaba mucho más abajo de lo que merecías en ese estúpido ránking que elaboran cada año. Te faltaban al respeto y no podías hacer nada por solucionarlo. Unos tipos que no te sitúan entre los 10 más grandes de todos los tiempos merecían una picadura de la Mamba Negra más que nadie.

Kobe y Gregg, ganadores natos | Getty Images

Kobe y Gregg, ganadores natos | Getty Images

Y te odié anoche. Cuando te despedías para siempre del baloncesto. Anotando 60 puntos. ¿Cómo te vas así? ¿Cómo te retiras tras semejante hazaña?
Te odio, Kobe Bryant. Porque me dejas huérfano. Porque eras el antihéroe perfecto. Porque te dejabas odiar. Porque nadie como tú en ese rol.

Te odio, Kobe Bryant. Tú, que eres de mi generación y pude disfrutar de toda tu carrera, eres el ejemplo de que nada es para siempre y de que ya no soy tan joven. Por eso también te odio. Pero sobre todo te odio porque te voy a echar mucho de menos. Te odio porque, como yo, amas este deporte y lo haces grande. Y sin ti, no volverá a ser el mismo. Te odio, Kobe Bryant. Te odio porque te admiro.
Gracias por todo. Mucha suerte en tu vida.

Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.

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