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Real Madrid

Sobró retórica, faltaron argumentos

Después de conseguir la Décima, quedó la sensación de que lo más difícil se había hecho. El Real Madrid evaporó una ligera niebla que le hacía estancarse hacia su Copa de Europa número 10. Se comenzó entonces a hablar de nuevos ciclos, de épocas doradas y de reordenación. Por fin tenía sentido aquello de que el Barça simplemente había sido una moda.

Se intensificaron los mensajes cuando se ganó con suficiencia la Supercopa de Europa ante el Sevilla y los nuevos (Kroos y James, sobre todo) encajaron como un guante en la marcha triunfal del equipo. Ciertamente, al Real Madrid se le vio entonces como una máquina diseñada a la carta, concienzudamente preparada para cualquier reto, y a todas luces difícilmente superable. El primer tramo de la temporada fue digno de mención. Todo funcionaba y el Madrid superaba sus encuentros con un marchamo de equipo histórico.

Hasta que el mal de las lesiones, las huidas inesperadas de jugadores clave en la plantilla y los bajos estados de forma desestabilizaron el rumbo del equipo. Sin Modric, el Real Madrid solo tenía a Kroos para realizar su tarea – que hasta el momento manejó con matrícula de honor- más la del croata. El equipo notó la poca fluidez en el juego y los hombres de arriba, la tan trillada BBC, se sentían menos letales. Además, las soluciones eran más teóricas que prácticas. Ancelotti no confiaba en Illarramendi y la reconversión de James e Isco a centrocampistas con tareas defensivas tenía un tiempo limitado. La sombra de la mala gestión de la plantilla sobrevoló la planta noble del Bernabéu durante varios meses. Y hoy sigue más que nunca vigente.

Todo lo que empezó a tambalearse terminó por caer, de forma estrepitosa y con la seguridad de que la onda expansiva afectará a más de uno. En el tramo final, el Madrid perdió la distancia en Liga con respecto al Barça y se puso segundo, cayó eliminado frente al Atlético en la Copa del Rey, y hoy se consumó el fracaso institucional con la eliminación en Champions frente a la Juventus, a priori la cenicienta del grupo. Y por el camino los pitos a Casillas, Bale, Cristiano, Ancelotti…

Un desaguisado que pocos – por no decir ninguno- se esperaba en agosto del año anterior. La cordura rechazaba la idea del “sextete” por parecer utópica, pero no hubo pocas voces que invitaron a creer en una borrachera de títulos a final de temporada bajo la mirada redentora de la diosa de Cibeles. Era un Madrid tan enorme, o nos vendieron que su capacidad era ilimitada, que no había dudas de que podía ser un año histórico en el club. Insisto, sin la menor intención de pisar sobre el mismo terreno, que nadie se podía imaginar algo así. No ya en el fondo sino en las formas.

Porque el Madrid se ha dejado llevar por los elogios desmesurados y por las voces que apuntaban que era un equipo de leyenda. Se lo creyeron tanto que terminaron por olvidar que para que algo suceda, hay que hacer porque suceda. La escarapela no otorga títulos ni los halagos controlan partidos. Al Real Madrid, y al entorno, le ha sobrado tanto afán triunfalista como le han faltado argumentos en los momentos clave.

Frente a la Juventus fue el ejemplo más claro. La final en Berlín y frente al Barça era tan jugosa que el Madrid se conformó con guardar la ropa cuando se adelantó en el marcador. Soñaba con pasear por la puerta de Brandemburgo sin cerrar aún la eliminatoria. Remató decenas de veces, unas mejor y otras peor, y se dejó encajar un gol de puro conformismo, como si la remontada épica estuviese asegurada en alguna suerte de cláusula. De ahí la poca fluidez, los remates sin convicción, las manos blandas de Casillas, los pelotazos injustificados. Carencia de argumentos contra una Juventus que aprovechó sus armas, desde lo más sofisticado hasta lo más primitivo, que no es otra cosa que apelar, de forma legítima, a las artes que caracterizan al fútbol italiano.

Si de algo sabemos en España es que alegra más el fracaso ajeno que el éxito propio. Las comparaciones son odiosas, sobre todo para el que sale perdiendo. Y el Real Madrid tiene enfrente al Barça, del que a principio de temporada se echaron pestes, donde nada funcionaba y Messi no era el de siempre y Neymar no cuajaba y Luis Suárez no era capaz de hacer un gol y Luis Enrique no mandaba y el guardiolismo ilustrado era terreno abonado a la nostalgia. Unos meses después, el Real Madrid pasará un año en blanco (entiéndase, Liga, Copa y Champions) mientras su máximo rival no solo está en una buena posición para ganar las tres competiciones sino que una la tiene ya en la mano y solo una rareza haría que no ganasen las otras dos.

Algo tenemos que agradecer, no obstante, a todo esto. Sacamos algo en claro: no es recomendable echar las campanas al vuelo antes de tiempo. El fútbol cambia tanto y tan rápido que tan pronto estás arriba como te rebozas por el fango. Ahora, al Madrid le toca resetear el procesador, empezar a mover las teclas necesarias y sacar conclusiones. Y echarle mucha paciencia a un verano que se presenta más movidito que nunca.

Periodismo en la UCM por vocación, pasión y convicción. Me dejan escribir en @MadridSportsEs y @SpheraSports. Librópata y curioso por defecto.

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