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Sindelar, el genio silenciado

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Quien repase la historia de los mundiales de fútbol podrá ver que Austria, una selección que apenas tiene recorrido actual dentro de las máximas competiciones continentales, consiguió en 1934 y 1954 un hito al alcance de pocos combinados nacionales: meterse en semifinales de un Mundial. Separados los logros por dos décadas, el combinado austriaco consiguió, en 1934 la cuarta plaza y en 1954, la tercera. En esa primera oportunidad en la que llegó a disputar un puesto en la final del 34 en Italia, Austria contaba con una generación de jugadores asombrosa futbolistas como Johann Horvath, Peter Platzer, Josef Bican y, sobre todo, Matthias Sindelar.

Sindelar, delantero centro austriaco, nace un 10 de febrero de 1903, en Kozlau, una pequeña ciudad de la extinta Austria-Hungría y que, hoy día, sería parte de la República Checa. Criado en Viena, su carrera empezaría en pequeños clubes, pero pasó muy poco tiempo hasta que el interés hiciera que fichara por el gran equipo de la ciudad, el Austria Wien. Al incorporarse al primer equipo vienés, el jugador empezó a llamar la atención de propios y extraños por su relación con el juego y con el balón. Sus movimientos, ligeros y lo suficientemente rápidos como para dejar sentados a sus rivales, le valieron el apelativo de “hombre de papel”, pero sería su clase al jugar la pelota la que le daría la fama. Considerado el “Mozart del fútbol”, su condición de delantero era anecdótica, por su capacidad para asociarse con los jugadores creativos y su tendencia a llevar el peso de la jugada. Se cuenta incluso que logró marcar más de 600 goles con sus equipos, entre club y selección, aunque no hay demasiadas referencias fiables de esas cifras. En 1934 se dio su primera participación en un Mundial, sirviendo a los colores de una Austria que acumuló talento para sorprender en el máximo torneo continental. Solo se perdió un partido, el de tercer y cuarto puesto ante el que fuera su enemigo moral toda su vida: Alemania.

Ese partido de 1934 significaría un preámbulo de la tensión que se iría dando desde 1938 con respecto a los sucesos relacionados con el “Lebensraum” nacionalsocialista alemán. Desde el ascenso de Adolf Hitler en 1933, Alemania ejerció una tendencia expansionista que, como era de esperar, llegaría a las fronteras de Austria, en el llamado Anschluss de 1938, una invasión sin resistencia que cambió la realidad de la población austriaca. En medio de todo, el fútbol, deporte en el que se pusieron los focos tras el éxito del Mundial italiano en 1934, como eje publicitario y de expansión y blanqueamiento del gobierno del III Reich. La Alemania nazi concluyó, por tanto, la eliminación de la selección austriaca, haciendo que algunas de sus estrellas formaran parte de una única selección nacional representante del nuevo territorio alemán. Para recibir y dar la “bienvenida” a esos nuevos miembros, se organizó un partido en el que se enfrentarían, la ya inhabilitada selección austriaca contra la existente Alemania. Matthias Sindelar, triste y enrabietado, se negó a proceder según las indicaciones (dejarse ganar por Alemania) y repetía una y otra vez la misma jugada: regatear a cuantos más jugadores mejor y, después, lanzar el balón fuera aposta. La burla duró la mitad del encuentro, pero en la segunda parte el jugador austriaco decidió transformar uno de los dos goles con los que Austria acabó ganando a la selección alemana. Sería el último partido que jugaría como internacional, ya que, tras negarse a jugar con Alemania, se vio obligado a permanecer en el ostracismo profesional, jugando a duras penas en Viena. 

La política y la propaganda hicieron que el “hombre de papel” dejara de conducir el balón con la selección, despidiéndose ese día del llamado “Wunderteam”. Sus continuas actividades al límite de lo permitido en la Austria ocupada (apoyo a empresarios y a empresas judías) pusieron a Matthias Sindelar en el punto de mira del Reich y, en enero de 1939, fue encontrado muerto por su hermana. El parte oficial alegaba intoxicación accidental por monóxido de carbono, pero la verdad aún no ha sido revelada. Un final inmerecido para el gran genio del fútbol austriaco, por su lucha pacífica contra la injusticia, por su lucha por representar los colores de la que era su patria. Un final terrible para un talento desconocido, que la historia, incluso, ha llegado a tapar y ensuciar. Un “Mozart” del balón, que, tristemente, nos dejó sin un Réquiem como legado.

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