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Simeone y la orquesta del Titanic

Aún recuerdo, como si fuese ayer, como el Atlético de Madrid
iba viajando por lo ancho y largo del país con la sensación de poder perder
cualquier partido que disputase. Daba igual el estadio, el rival o la
competición. La base de la plantilla era de plastifica y el criterio del club
brillaba por su ausencia. Décimos puestos en Liga, eliminaciones tempranas en
Copa del Rey, y Europa que se vía desde la distancia que separaba a la
televisión del sofá. Los miércoles sólo se sufría por ver si el Real Madrid era
eliminado de la Champions League. Esa era casi la única alegría anual de una
hinchada que se había acomodado en la vulgaridad.

Entonces, de rebote, llegó un hombre que quiso cambiarlo
todo. Quiso, y lo consiguió. Tuvo que armarse de paciencia e hizo entender a
unos jugadores desahuciados lo que era el Atlético de Madrid, lo que
significaban esas rayas rojas y blancas y lo que era aquella gente que les
jaleaba desde las gradas aunque perdiesen un partido tras otro. Logró que el
sentimiento de pertenencia al club inundase el vestuario y que jugadores extranjeros
sintiesen el escudo del Atleti como propio. Orgullo, trabajo y fe eran los tres
pilares sobre los que sustentó los mejores años de la historia del club. Llegó
a ganar la Liga más increíble que se recuerda. Un torneo que adquiere mayor
impacto con el paso del tiempo y con lo que se cuece y gira alrededor de Javier
Tebas.

Ahora el Atleti no viaja por España (y por Europa) con la
sensación de perder antes de bajarse del autobús. Al contrario. Viaja sabiendo
que lo probable es que se volverá con los tres puntos, que su rival sudará
sangre para tratar de hacerle gol y que le respetará como uno de los mejores
equipos del mundo. Los grandes jugadores quieren jugar en el Metropolitano y
quieren que Diego Pablo Simeone les entrene. Igual que lo quieren de Pep
Guardiola o de Jose Mourinho. El Atleti ya no es una comparsa.

Pero ocurre algo, inexorable, de lo que nadie puede huir: el
paso del tiempo. Es difícil de asimilar cuando, viniendo desde el fango, te has
convertido en un club que se autoexige casi como lo hacen Real Madrid o
Barcelona. Suena tremendo, pero al Atleti se le pide pelear las tres
competiciones. Es el mismo club que, hace menos de diez años, celebraba casi
como un título jugar la previa de la Liga de Campeones por quedar cuarto en
Liga. Esa exigencia tan tremenda desvirtúa la realidad y la maneja a su antojo.
El Atleti sigue siendo un rival incómodo y molesto, pero tiene ya seis años más
en sus piernas. Nadie puede alejarse de eso, porque el tiempo te atrapa aunque
no quieras.

Los Juanfran, Godín, Gabi y compañía fueron la estructura
vital de un Atleti campeón. Su sentimiento hacia el club y su predisposición en
el campo hicieron del equipo de Simeone una roca. Pero están ante sus últimos
conatos de fútbol de primer nivel, y eso cualquier club del mundo lo debe
notar. El desgaste que supone la exigencia diaria, milimétrica y casi enfermiza
de Simeone es tan bestia que lo normal es que termine pasando lo que esta
temporada está pasando. Las eliminaciones en Champions y Copa son la evidencia de
esto. Más allá de sanciones y momentos puntuales de suerte esquiva. Las
temporadas de transición son duras porque suelen venir después de éxitos y un
desfase de triunfos. Y, pese a eso, el Atleti tiene abierta la puerta de la
Europa League y está cómodamente en la segunda posición de la Liga. Ya querrían
otros el sufrimiento de año que están teniendo los rojiblancos.

Pero, os preguntaréis: ¿por qué os cuento todo
esto? Porque la memoria es muy frágil en estos lugares. Que el Atleti necesita
un lavado de cara es algo evidente. Refrescar una plantilla agotada y extenuada
es obligatorio. Como obligatorio es que el hombre que lo debe llevar a cabo es
aquel que se ha ganado el derecho de hacerlo. Transformó un equipo muerto y con
tintes de vergüenza ajena en un campeón y un rival tremendamente incómodo. Ha
multiplicado la economía del club y ha revalorizado a decenas de futbolistas a
sus órdenes. Ese hombre al que ahora se señala con el dedo, y al que cada vez
más voces, desde su propia casa, le piden que se marche y deje entrar a otro,
debe seguir comandando esta nave. No me cabe la menor de las dudas. Se ha
ganado ese derecho con su trabajo. También es parte del trabajo de entrenador
el reinventarse y el encarar el futuro sin los pilares que te sustentaron el pasado.
A aquellos que quieren fuera del Atlético de Madrid al Cholo sólo le diré una
cosa: Yo soy como la orquesta del Titanic. Tocaré aunque el barco se hunda
porque ese señor se lo ha ganado. Ellos serán más Kate. Se subirán a la tabla y
dejarán que DiCaprio muera por hipotermia (¡él también cabía!). Dos maneras
diferentes de vivir el fútbol. Y el Atlético de Madrid. 

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