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Sexy football (II)

Tras su excelente año 88, Gullit seguirá siendo el gran enigma imposible de descifrar de su Milan. La defensa es un relojito suizo, con Baresi como líder. El equipo es un acordeón que presiona y se mueve como uno solo. Rijkaard hace el trabajo de dos en el centro del campo. Van Basten es un fantasma en el ataque, una sombra asesina imposible de controlar. Gullit es el hombre extra en donde haga falta. Juega donde el equipo lo necesite, crea superioridades numéricas, apoya a sus compañeros, desborda por la banda, llega desde segunda línea. Es LA ventaja. Y aunque el equipo queda lejos de un Inter estratosférico que bate todos los registros en la Serie A, llega a la fase decisiva de la Copa de Europa en estado de gracia. Tras sobrevivir por pura suerte y alguna decisión más que incomprensible de la UEFA en la niebla de Belgrado, ese Milan aplasta sin contemplaciones al Madrid de la Quinta del Buitre. Los de Sacchi eran un equipo que vino del siglo XXI para estampar el sello de caducado en la frente de uno de los grupos de futbolistas más especiales que haya visto el continente europeo. La victoria del Milan sobre el Real Madrid no fue solo futbolística, fue moral, fue psicológica. Liquidó a esa generación. Y en la final, en un Camp Nou vestido de San Siro, con noventa mil tifossi rugiendo, Gullit, van Basten y los demás, despacharon al Steaua con todavía más autoridad. La campaña de los rumanos, su lustro en realidad, es tan tremenda que antes de esa final Gica Hagi era el favorito para ganar el Balón de oro de 1989. El capitán holandés juega y marca un doblete, sonríe, baila y saborea un título que parecía muy lejano cuando dos años antes había firmado por un equipo que no había ganado aún nada.

A esas alturas Gullit es, con permiso de Maradona, el jugador más famoso y admirado de Europa. Juega de maravilla, promueve causas justas, lucha por la igualdad, canta reggae. Podemos decir que 88-89 marca el momento álgido de su carrera. Ya desde el año siguiente, a pesar de un nuevo éxito en la Copa de Europa, las lesiones empiezan a marcar su carrera. La falta de continuidad le va a lastrar, a pesar de que cuando juega suele dejar muestras de su indudable categoría. Gullit trabaja a marchas forzadas para estar presente en el Italia 90, donde junto a sus compañeros de generación planea el asalto al título mundial. Pero será un torneo amargo. Michels ya no está y su sustituto no es Johan Cruyff, el preferido de todos los grandes nombres de esa selección, tampoco Thijs Libregts, el que fuera entrenador de Gullit y Cruyff en el Feyenoord y que había clasificado al equipo. Es Leo Beenhakker, ex entrenador de Ajax y Real Madrid. El jugador del Milan reacciona fatal, prácticamente amotinándose y no siguiendo la disciplina impuesta por el técnico. Su liderazgo y su carisma se convertirán en un elemento negativo en ese momento. Holanda no carbura, Gullit juega medianamente bien pero no está al cien por cien tras su inactividad, Rijkaard está desquiciado por sus problemas personales y el estado de forma de van Basten es tan pálido como su propia piel. El torneo es una decepción y Holanda cae en octavos ante la RFA en un partido mítico y envuelto en polémicas.

Marco Van Basten, Frank Rijkaard y Ruud Gullit sujetando la Copa de Campeones de la temporada 89-90

Los problemas de vestuario y de egos no terminan ahí. Gullit y van Basten no soportan más a Arrigo Sacchi y el técnico de Fusignano sale al final de la temporada 90-91, empujado por un grupo de jugadores que parece saciado. Nadie hizo más por minar su autoridad y sus métodos que Gullit y van Basten, para los que la llegada de Fabio Capello, increíblemente, supone una liberación. Especialmente para el del Utrecht, que juega el mejor fútbol de su carrera bajo los mandos del nuevo entrenador. Gullit sigue envuelto en una discontinuidad de juego que hacen que su presencia en el equipo empiece a ser dudosa. El Milan ficha y ficha sin parar, acumula seis extranjeros de campanillas a los que Capello rota, iniciando un sistema que básicamente se ha convertido en habitual a día de hoy. A los tres holandeses se suman Boban, Savicevic y Jean Pierre Papin. Todos juegan, todos rinden, todos tienen momentos de brillantez y resuelven partidos. El Milan es una máquina de ganar y permanece invicto 58 partidos en un campeonato tan duro como era aquella Serie A. Gullit ya no es imprescindible ni indiscutible, pero es que nadie en ese equipo lo es, a excepción del extraordinario cuarteto defensivo.

El tulipán negro se va a la Sampdoria en medio de una gran polémica ya que la afición todavía lo adora. En Génova, jugando más retrasado, recupera su mejor nivel y se integra de manera casi perfecta en un equipo excelente. Marca quince goles, incluyendo el que derrota al Milan en el Luigi Ferraris. Jugará un año más en la Samp, tras una temporada de regreso con los rossoneri.

Quedaba la última aventura. Ya sin mucho que demostrar en la mejor liga del mundo ni retos con la selección, de la que se alejó poco antes del Mundial del 94 por, vaya sorpresa, incompatibilidad de caracteres con el seleccionador. El Chelsea lo convence de mudarse a Londres y Gullit se convierte en una de las primeras figuras extranjeras de la Premier League, que todavía está en su infancia. Su personalidad extrovertida y su capacidad para dejar siempre un titular interesante cuando habla con los medios convierte al holandés en una atracción constante. Jugando de medio o líbero, Gullit descubre a los ingleses que la pelota se puede jugar con criterio desde la parcela defensiva y que no hace falta ser un camión de carga para ejercer de jefe del mediocampo. Y ese cerebro privilegiado es lo que lleva a la dirección deportiva del Chelsea a pensar que podría ser una figura interesante como jugador-entrenador, figura que todavía existía en las islas. Kenny Dalglish, Graeme Souness o Glenn Hoddle habían ejercido el cargo con éxito. Así pues, Gullit se convierte en míster sin dejar de dictar el juego desde el interior del terreno de juego.

Gullit en su época en Chelsea

El Chelsea juega un fútbol atractivo, divertido y empieza a importar talento extranjero. Gullit acuña la celebre expresión sexy football para hablar del estilo que él pretende implantar. Cae la FA Cup tras derrotar al Middlesbrough en Wembley por 2-0, con goles de Roberto di Matteo y Eddie Newton, en un partido en el que los de Londres presentan un once con ocho no ingleses, fiel reflejo de la recién nacida ley Bosman. Gullit es el primer técnico no británico y el más joven en ganar el legendario trofeo. Sin embargo, los resultados no continúan en la siguiente temporada y es destituído y reemplazado por Gianluca Vialli como jugador entrenador. Su reputación como representante del sexy football le llevan al banquillo de un Newcastle que había encantado los años anteriores con su estilo ofensivo y alocado bajo las órdenes de Kevin Keegan. Tampoco la aventura sale excesivamente bien, aunque hay un nuevo paso por Wembley, esta vez con derrota, para la final de la FA Cup. Esa es su última intentona seria. Gullit, desde entonces, ha alternado focos y segundo plano, con intentonas con el Feyenoord y otras más exóticas, desde el glamuroso LA Galaxy al inclasificable Terek Grozny, pasando por la selección juvenil holandesa o el puesto de adjunto de Dick Advocaat en la selección mayor, el mismo tipo con el que había acabado tan mal que Gullit puso fin a su carrera internacional. Ser previsible nunca fue su fuerte. Quizá por eso cuando recordamos su figura es imposible no esbozar una sonrisa, porque combinaciones de talento inmenso y personalidad interesante como la suya ha habido pocas en la historia del juego que todos amamos.

Imagen de cabecera: Imago Images

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