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Saber acabar

Como seriéfilo que me considero, tenía anotada en mi agenda la fecha del 27 de junio de 2020. La serie Dark escogía este apocalíptico día para dar el pistoletazo de salida a la emisión de su tercera temporada, regalando al público la última parte de esta misteriosa y fascinante historia sobre los viajes en el tiempo. Una obra maestra mayúscula que, por su singularidad y complejidad, ya ha pasado a ocupar posiciones de privilegio en mi ranking personal. Dark, a través de su embrollo temporal permanente, se permite la licencia de mirar a la cara al espectador, que (pobre de él) solamente está tratando de relajarse y regalarse un rato de ocio al día, para decirle que aquí no está permitido dormirse lo más mínimo, que su atención debe ser extrema porque no hay una sola escena que sea prescindible en todo su entramado. Dark no se anda con contemplaciones y te exige “trabajar” desde tu sofá tanto como lo han hecho sus creadores desde detrás de las cámaras. Dark te lleva al límite.

Más allá de esto, y dado que el contenido de mi columna es futbolístico, convendría ir relacionando el tema introducido con el balón. Y es aquí donde me gustaría destacar la que para mí es la cualidad de Dark más extrapolable al fútbol y a la vida: la capacidad para saber acabar. Sus creadores, Baran bo Odar y Jantje Friese, ya han comunicado que pese a ser una decisión difícil para ellos (afirman que es como dejar atrás a un gran amor) no van a grabar más temporadas. Simplemente, dan por cerrada la historia que querían contar, el ciclo que tenían en mente desde el primer momento. Renuncian a estirar el (suculento) chicle para dejar que todo acabe de la mejor forma posible, en una fluida, calmada y apetecible transición hacia algo nuevo para ellos. Hacia un nuevo comienzo, un nuevo ciclo. Han optado por darle, en el momento justo, el mejor final posible a aquello que les hizo sentir tan orgullosos.

Saber -o mejor dicho, no saber- acabar es para mí la mayor problemática en la que está inmerso el FC Barcelona en relación a su primer equipo. Es un tema que incluso va más allá de lo que sucede sobre el verde y podría hasta ser considerado como estructural, dadas las ataduras redactadas sobre papel de ciertas piezas (hasta ahora) importantes dentro del grupo, que no hacen más que limitar el margen de maniobra de una dirección deportiva que, ante una sintomatología de este calibre, ya debería tener una hoja de ruta pautada y enfocada a sentar las bases de un nuevo ciclo futbolístico. Y escribo el ‘debería’ en condicional porque, a un año del fin de mandato presidencial, dudo que un proyecto que vaya más allá de la inmediatez y del cortoplacismo sea una prioridad, por lo que todo hace pensar que concurriremos a una última temporada de Bartomeu en la que pocas cosas (somebody kill me, please) van a cambiar.

Los lapsos entre evidencias de agotamiento que el equipo manifiesta en momentos de gran exigencia física y futbolística son cada vez más cortos. Asistimos a las caras de angustia, expresiones tristes y gestos de desolación de forma cada vez más reiterada y hasta lo normalizamos, como si fuéramos sabedores de que es una escena que la cámara nos tiene que mostrar en un momento u otro de la temporada. Como un spoiler de lo que está por llegar, contemplamos como rivales cada vez menos potentes son capaces de poner contra las cuerdas o par por encima al conjunto azulgrana. Pese a habernos tragado el spoiler, cuando llega el momento nos sigue sorprendiendo. No lo entendemos, nos llevamos las manos a la cabeza, llenamos portadas y columnas preguntándonos cómo ha podido pasar algo así a la vez que buscamos una explicación lógica, como si durante todo ese tiempo no hubiéramos tenido indicios de que ya está, que hasta aquí hemos llegado, que –palabra de capitán- “no nos alcanza”, que no necesitamos más pruebas para llegar a la dolorosa conclusión de que hay cosas que deben cambiar acabar. Seguimos aferrados a un resquicio de luz que un año u otro debe hacer su aparición para permitirnos revivir sentimientos y sensaciones que en tiempos pasados saboreábamos, cuando el apocalipsis futbolístico de parte de este grupo de jugadores aún no había llegado.

Somos la nueva temporada de una serie que debió acabar tras el último capítulo de la anterior, y que avanza capítulo a capítulo sin ningún giro de guion, con recursos técnicos y escénicos gastados y absolutamente entregados a las dotes interpretativas de dos personajes, Ter Stegen y Messi, que sostienen el show al ser los mejores del mundo en cada área. Un Messi que, por mucho que se empeñe en demostrarnos una y otra vez que puede convertirse en Jonas Khanwald y desafiar el paso del tiempo, debe saber que ya no va a poder salvar a todos los que a lo largo de estos años han estado a su alrededor. Que queramos o no, el paso del tiempo avanza de forma inexorable para todos y que dejar fluir, tomar decisiones, dejar marchar a tu Martha, deshacer el entramado y saber acabar con aquello que tan feliz te ha hecho es algo que también debe formar parte del plan.

«Jugar al fútbol es muy simple, pero jugar un fútbol simple es la cosa más difícil que existe». #GràciesJohan

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