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Recuperando a Carolina

Llevaba siete meses sin competir por culpa de la pandemia y en su primer torneo, el Abierto de Dinamarca, acabó subcampeona. Los halagos fueron innumerables para una deportista que sigue acumulando grandes actuaciones incluso después de pasar por una inactividad prolongada además de un momento personal difícil. Para Carolina Marín, sin embargo, las sensaciones no fueron nada buenas, sobre todo en una final en la que cayó ante Nozomi Okuhara por 21-19 y 21-17.

“Ese segundo puesto me ha sabido a poco. Las sensaciones del torneo no son las mejores. Me voy con mal sabor de boca”. Son las palabras de la onubense, ambiciosa por defecto, achacando la derrota en la final más por errores propios que por los aciertos de su rival. “No hizo casi nada en el partido. Fue inteligente porque lo único que hizo fue pasar el volante. Y yo hacía los errores y los ganadores”. Probablemente para cualquier jugador/a que pasa más de medio año en el dique seco este habría sido un resultado ideal, un refuerzo moral para lo que está por venir. Pero Marín, una atleta solo preparada para ganar, sale tan decepcionada de Odense que ha confesado la necesidad de recuperar una confianza perdida.

Este es un año para olvidar en todo el mundo por la pérdida de familiares y seres queridos. También para una Carolina Marín que pasó cinco meses junto a su padre en el hospital, víctima de un accidente laboral que finalmente acabó con su vida el pasado julio. “Creo que han sido los peores meses de mi vida, no se los deseo ni a mi peor enemigo (…) Momentos muy duros al límite de las emociones”, confesó la jugadora de 27 años en una entrevista. Gonzalo Marín siempre fue un apoyo para Carolina, que decidió dedicarse a un deporte sin apenas licencias en España, dejando Huelva muy joven para dedicarse a la pasión de su vida. Su padre siempre estuvo ahí, en cada competición, en cada victoria y en cada derrota.

Carolina, comparada con deportistas como Cristiano Ronaldo o Rafael Nadal, que han convertido el trabajo en una obsesión para llegar a lo más alto, siempre ha destacado por una fortaleza mental que le ha llevado a remontar en momentos difíciles, incluida la mismísima final de los Juegos Olímpicos en la que logró el oro, o la enérgica recuperación de una rotura de ligamento cruzado (a los cinco días ya estaba entrenando) que le llevó a conquistar poco después dos de los títulos más prestigiosos del circuito en China y la India.  Ahora siente que esa confianza que abanderaba como uno de sus grandes valores se ha convertido en su mayor hándicap.

“Sí es cierto que la ambición no se me va. También tengo que admitir que personalmente no estoy en mi mejor momento. Muchas veces, en muchos días en los entrenamientos, esa motivación que normalmente sí tengo por ser la mejor de la historia a veces falta, reconoce Carolina Marín en un encuentro digital del Banco Santander. Quizá la mayor ilusión que le va a guiar en este camino no es otro que los Juegos Olímpicos de Tokio, en los que espera dedicar a su padre el segundo oro olímpico de su carrera. Faltan cerca de ocho meses para la cita y sabe que, en esta ocasión, no puede precipitarse. Sin torneos importantes (todos cancelados por la Covid-19), la onubense disputará el próximo martes el Master-100 de Saarbrücken, un evento menor (será la única del top-10 presente) que servirá para recuperar la autoestima y también para ajustarse a esta nueva normalidad en el bádminton europeo.

“Al final siempre intento mirar hacia adelante. Tengo que ser realista conmigo misma. Psicológicamente no estoy a mi cien por cien. La cita más importante es el próximo verano y tengo mucho tiempo para seguir mejorando”, remarca una Carolina Marín que tendrá en 2021 un año realmente clave en sus aspiraciones: dos Masters-1000 y la World Tour Final en enero, los Juegos en verano y un Mundial muy especial en su tierra, Huelva, en diciembre. Para entonces esperamos disfrutar de la mejor versión (deportiva y personal) de una de las mejores deportistas de nuestro país. Fuerza, Carolina.

Imagen de cabecera: CLAUS FISKER/Ritzau Scanpix/AFP via Getty Images)

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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