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¿Pocos y atrincherados o muchos y dispersos?

En un
mundo de dramatismos, en el que en dos meses de competición hablamos de
resultados antes de conocer el final, de crisis histéricas por dos resultados
malos y de vender la piel del oso que no es que no esté cazado, sino que se va
a cazar dentro de más de medio año, es muy difícil poner algo de cordura a
quien no la busca y solo se entromete para agitar situaciones inexistentes y
buscar polémica. En un mundo regido por el hombre masa que solo busca chillidos
y grises que tiene como base grandes hermanos, mujeres y hombres y chiringuitos
y no de playas. Por eso, aunque muchos no lo crean, el Atlético de Madrid no
está en crisis. Tampoco pasa por un mal momento de forma. Pero sí, algo pasa.

Acostumbra
Simeone a pedir, año tras año, una plantilla corta pero de jugadores de
batalla. Guerreros, muchos de ellos de su círculo de confianza, con quien ya ha
trabajado como entrenador e incluso seguro que alguno queda como jugador. Son
los Sosa, Diego Ribas, Augusto Fernández o Diego Costa. También el ansiado Papu
Gómez que tantas veces estuvo cerca y al final nunca llegó.

Hablábamos
hace poco de la profundidad de plantilla del Atlético. Quizás, por nombre, la
mejor de su vida, con prácticamente todos los futbolistas internacionales, con
un banquillo de tronío, con casi todas las posiciones dobladas pero, ¿y si eso
es contraproducente para un equipo del Cholo? ¿Y si es mejor pocos y apiñados
que muchos y más sueltos?

Es
obvio que muchos equipos soñarían con la posibilidad de tener que elegir entre
Vitolo y Lemar, entre Godín y Lucas o entre Savic y Giménez, por ejemplo. Pero
es quizás esa grandeza en todas las posiciones e incluso en el banquillo la que
puede estar desestabilizando un poco a un equipo acostumbrado a que sus naves
naveguen durante los 10 meses de competición sin apenas descanso.

Simeone
desmitificó aquello de las rotaciones en la 2013/2014, cuando jugó todos los
partidos posibles por haber en la temporada menos uno: la final de Copa. Porque
aquel Atlético, que contaba con 11 jugadores de gala y apenas tres o cuatro
suplentes de garantía, ganó la Liga, jugó la final de la Champions, disputó la
Supercopa de España a doble partido y se quedó en semifinales de Copa. Y lo
hizo con un once que todo rojiblanco se sabe de memoria en el que Raúl García
fue ganando peso cuando a Villa se le acabó el fuelle y con el Cebolla
Rodríguez dando aire en las segundas partes, lo mismo que hizo Adrián en el
primer tramo de la temporada y Sosa en el segundo.

Llama
mucho la atención en las jornadas que van disputadas que rara vez Rodrigo acaba
el partido. Por lo general, siempre es retirado antes del pitido final y es sin
él en el campo cuando los rojiblancos han encajado gol. Siempre. Quizás son los
galones que aún se tiene que ganar por veteranía o el deber que tiene Simeone con
Thomas, a quien hizo crecer a un fuego lento que el madrileño no ha necesitado.

Con
todo, la plantilla sigue siendo corta. Son solo 20 jugadores. Pero son 20
futbolistas que serían titularísimos en casi cualquier equipo del mundo. Y es
ahí, en esa competencia interna tan grande, en ese repartir de minutos, en el
que quizás el Atlético no encuentra los automatismos que le acostumbran a jugar
de memoria, a sentirse uno solo sobre el campo. Por eso, cuando el año pasado
el Atlético se quedó en cuadros por la salida de Gaitán y Carrasco con el
mercado cerrado, al cuerpo técnico no le preocupó. Mejor plantilla corta,
comprometida y que entienda de qué va esto que no otra cosa. “Somos pocos, pero
bien atrincherados”, dejó Simeone para los titulares de prensa. Por eso, todo
llegará. Las notas se reparten en junio y Simeone, a veces Matrícula de Honor,
no suele bajar del sobresaliente. 

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