Hay asuntos que aburren tanto que te terminan arrastrando. Me había dicho, de todas las maneras posibles, que no debía escribir sobre la situación de Vinicius. El periodismo deportivo se ha convertido en algo tan farragoso que ya directamente hay más redactores en los campos de fútbol que profesionales del deporte. Todos, encima, deben tener una opinión contundente sobre lo más comentado en redes sociales. Es decir, sobre cosas que tienen una importancia mínima.
Lo más preocupante de la situación es que lo que vende no es cómo juega el brasileño: rápidamente se dejó de hablar de su mutación de cara a puerta, de sus regates y de su sempiterna valentía. En estos tiempos en los que interesa comentar que el balompié aburre a los jóvenes, lo más destacable es si Vinicius es un provocador o no. Normal que algunos se alejen del deporte rey.
Los futbolistas, de todas maneras, también a veces son culpables de formar parte de este circo. Neymar, por ejemplo, decidió en su día reírse de Raíllo, un profesional como la copa de un pino. Cabe recordar que el central del Mallorca, que sigue peleado con el extremo del Real Madrid, ascendió de Segunda B a la máxima categoría en un par de años. Es comprensible que en el fragor de la batalla haya peleas, pero no se pueden defender las riñas desde el sofá.
Luego están los que cuelgan muñecos en los puentes y los que profieren insultos racistas. En fin. Nuestro fútbol tiene problemas en todos sus sectores. Es comprensible que la Premier, “dopada financieramente”, tenga cada día más seguidores.
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