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Ousmane Dembélé: un verso libre

La llegada de Ousmane Dembélé fue de lo más parecido a Shambhala de Port Aventura, la montaña rusa inspirada en un reino imaginario tras la cordillera del Himalaya. Si no te has subido nunca, basta que veas un vídeo para que te coja el vértigo. 78 metros de caída libre y 135km/h. De vértigo sabía el francés, del que provocan sus zancadas y del que se siente cuando pagan 105 millones de euros + 40 variables por ti. Entre tanto billete y tanta expectativa, debió traer los músculos atemorizados. Contraídos entre ese exceso de tensión para un chaval que había cumplido los 20 años. El físico no le respondió y la ilusión de su llegada duró poco. Como esa presurosa bajada, tan interminable desde las alturas y tan breve por su velocidad. Entre las dos décadas acumuladas en su vida, los videojuegos, el despertador y las lesiones; las subidas y bajadas de la carrera deportiva de Dembéle han sido un hecho. Las mismas que, a veces, han ignorado, olvidado o preterido su condición de diamante en bruto. 

Dembélé es un verso libre, encajando en una poesía que, durante los últimos años, se entona con afonía. Es aquel factor impredecible que no puedes intuir. Que te hace vivir en los extremos, te exaspera y te apacigua. Al que le faltan metros de verde. Que tira un penalti al muñeco y minutos más tarde se inventa un inigualable latigazo. Aquel jugador que responde a su naturaleza y a sus instintos. Que, aparentemente, comprende más de aquello que le nace sin razonamiento que del libreto. Que toma las decisiones con el pie, en frío y en caliente. El peligroso de la banda que comete amenazas, de manera incesante, en un callejón sin salida. El que sabes que algo va a hacer cada vez que recibe la pelota, y lo esperas, a pesar de que pueda ser errático una y otra vez en su última acción. El que hace sentir al contrario que parte con inferioridad en los 1vs1, porque no puede adivinar hacia qué lado se la va a jugar. Un desgastador de laterales que van con la lengua fuera por intentar perseguir a un alumno aventajado en carrera. 

Ousmane Dembélé durante el partido de Liga frente al Eibar (Pau Barrena/Getty Images)

Decía Eduardo Galeano, que bien sabía de hacer poesía sobre balompié, que: “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber: a medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”. El fútbol tiene ese origen de alegría, que hoy convive con el orden y las variantes tácticas. Desde la perspectiva del aficionado, ella es la que da el mayor sentido del placer. Ese que hace nacer el deseo de observarlo, para contemplar lo que te levanta del asiento. En contra de la barrera impuesta por su propio precio, Ousmane Dembélé se ha quitado los complejos y ha aprendido a mejorar en la toma de sus decisiones. Entregando su cuerpo al goce de la velocidad, al regate, al movimiento extraordinario, al disparo bárbaro.

Ante la dificultad de encontrar el gol, Koeman atesora en el francés aquel delantero diferencial que le proporciona profundidad, aceleración en el último tercio y que posee la capacidad de crear constantemente sensación de peligro. Reeducado, pero conectado a “la alegría de jugar porque sí”. Acoplado a la poesía y su métrica, pero enlazado en su índole de verso libre, que rompe con patrones. Sin reglas, descarado. Aquel que necesita fluir, y que, sin extensiones ni rimas, tiene tanto en sí que decir. Porque el fútbol a veces necesita un poco de desorden y comprender, también, a aquellos que aprenden con la condición de sentirse libres. 

Imagen de cabecera: Gabriel Bouys/Getty Images

Editora en SpheraSports. Especialista en Scouting y análisis de juego por MBPSchool. Sport Social Media. Eventos Deportivos

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