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Nos vemos en Navidades

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Tan solo con ver la repetición del lance de Casemiro en Vigo, Santiago Solari supo que esa dolorosa torcedura le iba a tener unas semanas fueras. En aquel momento el técnico argentino -un poco iluso, quizás- instó al brasileño a probarse en el césped pese al, seguramente, hinchazón de ese tobillo, no vaya a ser que le hubiera picado un mosquito. “He visto balones más chicos”, pensaría. No duró ni 3 minutos. Sus aspavientos llevaban todos los posibles sinónimos de clara lesión. Nos vemos en Navidades. 

Ante esta tesitura, periodistas y aficionados, se congregan en busca de una respuesta que saben que nunca podrán conocer. Especialmente los primeros, ávidos de debates en las redes sociales, cuestionan a los segundos -a la gente- sobre quién debe reemplazarle. Y aunque ser entrenador hoy en día conlleva más riesgo que tomar un café con tres leones, el socio se imagina -como si fuera un videojuego- qué cambios aplicaría. No ocurre por primera vez. Casemiro se ha lesionado en otras ocasiones. El carioca forma parte de la estirpe de futbolistas que tienen un trabajo invisible y difícil de imitar en el verde, recordando el clásico y perenne “ya verás cuando yo no esté”. Ahora es el momento.

Una de las opciones más sensatas y recurrentes es la de Toni Kroos, un tipo al que estos dilemas nunca le causaron náuseas. De hecho, es un jugador que parece irreverentemente ajeno a todas estas situaciones y a si debe cambiar su posición. El alemán, aun así, en caso de que juegue como único pivote, tendrá que lidiar con el buen juego directo del Eibar en Ipurua, un pleonasmo que ha causado resultados de ensueño en la ciudad armera.

Por otro lado, Ceballos, pese a derrumbar estos meses la puerta blanca, parece mucho más destinado a ser interior. Su juego entre líneas ha sido una de las mejores noticias para los blancos, aunque también tenga calidad para posicionarse ahí o en un posible doble pivote, donde perdería altura. Y si a Solari todavía esto no le acaba de convencer, puede echar mano de nombres menos convencionales como Llorente o Valverde. Porque, al final, como diría Sócrates, “la mejor salsa es el hambre”. Y aunque sea solo por voracidad, uno puede ganar partidos o campeonatos. O incluso aquellos debates ilusos, imaginándote en un banquillo de primera división. 

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