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Fútbol Internacional

No traten de entenderlo

Muchachos”, están locos. Lo saben, lo dicen y lo demuestran ante un mundo que se pone las manos en la cabeza viendo las celebraciones en el Obelisco tras convertirse en campeones del mundo. Si ya habían avisado, llevan un mes diciendo que “ahora nos volvimos a ilusionar”. Qué pensabais, ¿que la fiesta no estaría a la altura? Por favor.

Caía la tarde en Buenos Aires cuando el Dibu bailaba y Montiel mandaba la pelota a guardar y daba la tercera estrella a Argentina. Imagino que en todas las casas debió de haber un estallido de felicidad difícilmente comparable. Bueno, en todas menos en las viviendas de los policías: se venían días moviditos. Ríos de personas empezaron a desfilar el domingo por la tarde hacia el Obelisco de Buenos Aires, punto de unión de la hinchada más loca del mundo, depresiva en las derrotas y extremadamente eufórica en sus triunfos. 

“Querían ganar la tercera, querían ser campeón mundial”, pues hacía ya 36 años que la Copa del Mundo no volaba hacia Argentina. La espera fue eterna y por el camino hubo momentos muy duros. Lo dicen ellos: “Las finales que perdimos, cuántos años las lloré”. Ahora, casi sin avisar, la suerte ha cambiado y de la depresión se ha pasado a la máxima felicidad. Solo quedaba celebrar, que no es poca cosa. El Gobierno dio Feriado Nacional para que nadie se perdiera la caravana de los campeones, que fueron recibidos por cerca de 5 millones de personas. Se dice pronto.

Supongo que a estas alturas a nadie se le habrá escapado la imagen de dos aficionados saltando desde un puente para caer dentro del autobús descapotable de la selección, uno cayendo dentro y el otro teniendo peor suerte. La fiebre por subirse a cualquier cosa como señal de euforia no se ha podido evitar y en cada semáforo o superficie de más de dos metros colgaba una camiseta argentina, con resbalones inoportunos que han provocado decenas de heridos. De hecho, la locura ha llegado hasta tal punto que al menos tres personas han fallecido en las celebraciones, pero para escuchar hechos tristes ya están los telediarios. 

Desde fuera, es evidente que se les ha escapado de las manos. Por supuesto que algo falla cuando tres personas pierden la vida, pero para mí lo sucedido en Buenos Aires estos últimos días no es más que una lección de vida. ¿Qué hay más bonito que la pasión? ¿No dicen que el amor es lo más bello del mundo? El otro día, en Buenos Aires, cinco millones de personas se citaron para declarar amor y gratitud a sus 26 héroes. Y eso me parece maravilloso.

Sí, el fútbol no es más que un juego. Lo dijo en su día Sacchi, que «el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes de la vida«. Pero en un país golpeado de manera durísima por una pobre economía, una inflación desorbitada y un gobierno sin ganas de mirar por su gente, 26 tíos han conseguido que toda Argentina se olvide de sus penurias y sonrían por unos días que no olvidarán nunca. Argentina, presa de sí misma, carente de estabilidad y sobrada de armas y drogas, ha sido liberada durante unos días de todos sus conflictos y ha unido a sus 47 millones de habitantes con un mismo motivo para sonreír. Y esto solo lo consigue el fútbol.

De Argentina me quedo con la pasión. No me gusta lo normal, no me gusta lo descafeinado, todo lo contrario. Argentina me ha enseñado que es bonito poder vivir la segunda jornada de la fase de grupos de un Mundial como si te fuera la vida en ello. Argentina me ha enseñado que cuando cumples años tienes que celebrarlo porque nunca sabes si volverás a celebrar. Argentina me ha enseñado que las diferencias se apartan cuando el objetivo común es más grande que todo lo otro. Argentina me ha enseñado que cada uno declara el amor como le da la gana.

Argentina, en definitiva, me ha enseñado a querer. Y no hay nada más grande que eso.


Imagen de cabecera: @fifaworldcup_es

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