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Cabeza caliente, futuro congelado

Neymar no encajó su expulsión en Málaga y aplaudió burlonamente al cuarto árbitro, Ezequiel Ponce marcó el gol del Granada y mandó callar al público con un gesto ostensible, parecido al que jornadas antes había dedicado Joao Cancelo a la grada de Mestalla; Isco apareció en una fotografía junto a una bolsa de patatas con los colores del Barcelona, James Rodríguez mostró en público su desacuerdo con el entrenador.

Esta enumeración no cronológica es una muestra del desacierto de algunos futbolistas que practican su actividad en la élite. De todos ellos se puede asegurar que con la cabeza fría no habrían actuado de la forma enunciada, pero sin embargo han quedado sus registros en lugar de sus mejores intenciones. En el currículo reciente de estos profesionales, el fútbol ha quedado apartado por una mofa, una chulería, unos aperitivos o una rabieta. Para la marca personal de un personaje público es muy negativo que aquello en lo que destaca sea taponado por un berrinche y estos ejemplos son solo los más recientes: en el mundo del fútbol el cuidado de los aspectos gerenciales está siempre por detrás en las prioridades del jugador.

James frustrado en Butarque (Gonzalo Arroyo Moreno/Getty Images)

Las consecuencias han sido variadas, algunas inmediatas, otras a medio plazo, y han incluido desde sanciones deportivas y económicas hasta sonoras broncas. ¿Por qué motivo se exponen los futbolistas a dejar de jugar, enemistarse con su entrenador y sus seguidores o sembrar la incertidumbre sobre su futuro sin proponérselo?

La respuesta más sencilla se suele referir a la juventud y falta de preparación de los protagonistas. En algunos casos puede ser acertada pero en todos los expuestos se trata de personajes que llevan muchos años en lo más alto de su profesión y, aunque no hayan logrado ningún doctorado en ciencia, sí que están acostumbrados a los códigos, las exigencias, las recompensas y las penalizaciones de su gremio. Esta circunstancia deja en entredicho la explicación que justifica esas acciones con la bisoñez o la ignorancia de quien las ejecuta.

Por lo general, el futbolista no asume varias cosas: su trabajo no puede limitarse a las horas de entrenamiento o partidos, su condición de personaje público va más allá de celebrar con ingenio los triunfos, su contacto con los seguidores no puede producirse desde el sentimiento de superioridad, su defensa de unos colores o una marca jamás debe presentarse con frivolidad, su condición de presunto dios no tiene que frenar su oportunidad de ser un líder.

Neymar expulsado en La Rosaleda (David Ramos / Getty Images)

Ni los jugadores ni las personas que les rodean emplean tiempo en preparar una entrevista, promover una campaña social, patrocinar acciones contra el cambio climático o establecer un diálogo con los aficionados. Pueden emprender muchas más cosas, pero esta breve lista solo pretende hacer entender las causas por las que reaccionan de forma irracional a muchos impactos. Hablar de las pulsaciones es otra explicación sin base: existen trabajos que representan un peligro real, no por tres puntos, sino por la vida de las personas que los desempeñan y estas suelen comportarse de forma adecuada.

La sociedad ha modelado la figura del futbolista hasta convertirle en un ente que se cree a salvo de casi todo, parecido a lo que muchos políticos sienten acerca de su propia impunidad. En pocas empresas se puede imaginar que un trabajador, por cualificado que sea, desprecie a sus jefes o accionistas, por no hablar de sus clientes. El fútbol, en cambio, admite muy a menudo estas indisciplinas y olvida pronto los agravios.

A la mayoría de jugadores se les puede explicar estas cosas y casi todos aceptan el discurso pero no lo relacionan con su día a día. Les han acostumbrado a pensar en lo que deben hacer hasta el día en que dejan de jugar a fútbol cuando el mejor consejo es ponerse a trabajar con el pensamiento de qué hacer desde ese día. El gran Romario ya comentó, en lo más alto de su popularidad, que vislumbraba su futuro y no le gustaba lo que veía: las 24 horas de cada jornada con su mujer y sus hijos, sentado en casa. Debía buscarse algo para evitarlo y lo hizo. Cuando uno se acostumbra a la hiperactividad, el momento de la pausa llega a ser traumático, independientemente del dinero ahorrado. Por eso todos aquellos que hoy se encaran con el entrenador, los árbitros, los aficionados o la prensa no pueden olvidar nunca que lo más duro de ser futbolista es ser ex futbolista.

Foto cabecera: (David Ramos/Getty Images)

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