Síguenos de cerca

Otros

Mundial de fútbol – Brasil 1950, ‘Las lágrimas de Queixada’

Noviembre
de 1922. El planteamiento de la historia nos remonta 28 años antes
de su nudo. En Recife, capital del estado de Pernambuco, nace en
noviembre de ese año, el protagonista de la historia que nos ocupa.
Ademir Marques de Menezes se da a conocer pocos años después, en
1939, con apenas 17 años, fichando por el equipo de su ciudad, el
Sport Recife brasilero. Con casi 100 goles en algo menos de 80
apariciones con el equipo rojinegro, el joven delantero da el salto a
Vasco da Gama, donde vuelve a superar sus cifras, marcando 115 goles
con la camiseta del “Vascão”. Su calidad cara a puerta no pasa
desapercibida para nadie.


De complexión delgada, poca estatura para un delantero (un escueto
1,76) y un tren inferior portentoso, Ademir empieza a sonar fuerte en
las quinielas de una “canarinha” que suspira ya pensando en el
Mundial de 1950. El torneo continental llegaría a suelo brasileño
en el aniversario de la presidencia de Jules Rimet, cambiando incluso
el nombre de la competición por el del célebre presidente francés
de la FIFA, en claro homenaje por sus 25 años al frente de la
asociación del fútbol mundial. El delantero deja Vasco da Gama en
1945, para fichar por Fluminense, equipo de Río de Janeiro y en el
que jugaría tan solo un año, antes de volver a enfundarse la
camiseta de Vasco, equipo al que más tiempo representó. Ese mismo
año 1945 le serviría para debutar con el combinado brasileño.
Cinco años antes de la cita mundialista en el país del ‘Jogo
Bonito’.

La
ambición y las ganas de campeonato tras el parón de 1942 y 1946 por
la II Guerra Mundial hacían la cita de Brasil ineludible para las
trece selecciones nacionales que llegaron a disputarla. Un total de
seis equipos europeos y siete americanos compusieron la que sería la
cuarta edición de la entonces llamada “Copa Jules Rimet”. Ademir
entretanto, seguía haciendo goles sin parar. Para la afición, el
delantero de Pernambuco era más conocido como “queixada”, por su
prominente mandíbula, que le daba el aspecto aguerrido que le
faltaba para terminar de asustar a las defensas rivales. Sin embargo,
el secreto estaba en su tino y sus goles, sin importar quien
estuviera en frente. A estas alturas, decir que el primer gol del
Mundial de 1950, en el primer partido que se disputaba, lo marcaría
Ademir, en un partido en el que Brasil abriría su participación con
un cuatro a cero a los mejicanos. El cuarto, también el delantero de
Recife. Un comienzo de ensueño que empezaba a dejar a los brasileños
como favoritos incuestionables para llevarse la copa.

Un
empate con Suiza y una victoria más contra Yugoslavia ponía a los
anfitriones en la siguiente ronda, en la que se medirían en Grupo
Final ante Suecia como primer rival. Con cuatro goles de Ademir, dos
de Chico y otro de Maneca, Brasil avanzaba firme hacia la final
soñada en Maracaná, estadio mastodóntico creado exclusivamente
para un final de ensueño ante más de 100.000 brasileños gritando
gestas. El siguiente partido, antes España, dio más de lo mismo:
Brasil dominó de principio a fin y ni Zarra ni Basora, ídolos
españoles, pudieron frenar el empuje nacional que acompañaba a la
selección carioca y a Ademir, que con otro gol, se situaba como
líder indiscutible de la tabla de goleadores.

La
historia quiso que en 1950, Ademir fuese máximo goleador del Mundial
celebrado ante su gente. La historia también quiso que Brasil,
selección anfitriona y armada con talento, velocidad y capacidad
goleadora, jamás en esos meses de junio y julio, perdiera en un
partido en el que hiciera gol Ademir. La historia, en ese 1950 de
Mundial, también quiso que en Maracaná, estadio de sueños que se
volvieron pesadillas, Ademir no marcara en una final que se llevaron
los charrúas con goles de Schiaffino y Ghiggia. La historia,
caprichosa, quiso que un 16 de julio de 1950, Uruguay se proclamara
campeón de su segundo Mundial, ante un estadio repleto de lágrimas
de tristeza, frustración y sueños rotos, de un pueblo que no pudo
celebrar su Mundial en casa.

Y
dejó un máximo goleador roto, llorando sobre el césped de un
estadio repleto. “Queixada” no pudo ser quien había nacido para
ser:el héroe de un Brasil vencedor, en casa, de los máximos honores
futbolísticos. Ese Mundial lo cambió todo en Brasil. Y nos
enseñaría, como toda historia que merezca la pena, que es necesario
aprender antes a perder, para ganar.

Valladolid, 1988. Social media. Periodismo por vocación y afición. Con el fútbol como vía para contar grandes historias. Apasionado del fútbol internacional y "vintage".

Comparte la notícia

Comentar la noticia

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply

No te lo pierdas

Más sobre Otros