Jorge Majdalani | Hay veces que ciertas historias son difíciles de explicar; relatos que por más que conozca uno el hecho, el recuerdo que uno no pudo vivir y el sentimiento, se juntan. Y esta ocasión es una de ellas, quizá de las más importantes que la Fórmula 1 mire y miró. Seguro.
Por eso, a finales de los años 80′ y principios de los 90′, hablar de los Grandes Premios de Mónaco era hablar si o si de dos de los mejores pilotos y duelos que se haya visto; el francés y el brasileño, Prost y Senna. Y justamente en aquel Gran Premio de 1988 se vivió el primer choque entre sí y a la par entre ellos en la misma escudería.
Aquella guerra comenzó en los entrenamientos oficiales; Prost había logrado un tiempo digno de calidad y prefirió tomar el camino de boxes y comenzar con el ritual propio de quien marca la pole. Lo que aquel ‘profesor’ nunca esperaba fue que su joven compañero aún le tenía reservada una pequeña sorpresa… y vaya reserva.
Si a lo largo de los 65 años de historia hubo un solo piloto que se le pueda catalogar como el rey absoluto y experto de las sesiones de clasificación, ese era Ayrton. 65 poles y el 40% de las veces que salió en una carrera de F1 lo hizo desde la primera posición. Luego un tal Michael Schumacher le superó por sólo tres más. De mitos se vive.
De todas ellas, hay una por la que se le recuerda especialmente y es esta misma. Aquel McLaren-Honda MP4-4, considerado como uno de los monoplazas más superiores en la historia de la Fórmula 1, dominó aquel año 1988 de la manera más aplastante. ‘Magic Senna’ era capaz de colocar el MP4-4 allí donde nadie más se atrevía, y hacerlo en Mónaco tenía ese plus que ninguna otra carrera tenía. Con ello comenzó a realizar su última tanda; vuelta tras vuelta, curva a curva, rozando muro tras muro. Iba bajando los tiempos poco a poco hasta que le quitó la pole a su compañero francés. Historia. Pero no quedaría ahí todo. La tanda siguió, y Ayrton siguió bajando los tiempos hasta lograr un tiempo de un segundo más rápido. Un segundo. Ahí. Y la manera que lo explica…
“Recuerdo que corría más y más deprisa en cada vuelta. Ya había conseguido la pole por unas décimas, luego por medio segundo, después por casi un segundo y, al final, por poco más de un segundo. En aquel momento, de repente, me di cuenta que estaba pasando los límites de la consciencia”.
Senna traspasó la frontera del límite, como otras tantas veces, pero aquella fue diferente:
“Tuve la sensación de que estaba en un túnel, el circuito, para mí, era sólo un túnel. En ese momento me sentí vulnerable. Había establecido mis propios límites y los del coche, límites que jamás había alcanzado. Aún mantenía el control, pero no estaba seguro de lo que estaba sucediendo exactamente: yo corría… y corría… Fue una experiencia espantosa. De repente me di cuenta de que aquello era demasiado. Fui despacio hacia los boxes y me dije a mí mismo que aquel día no regresaría a la pista. Fue una experiencia que nunca más se repitió con tanta intensidad, y deliberadamente, no volví a permitirme llegar tan lejos”.
[la vuelta vista desde la cámara subjetiva].
Un hecho que el domingo durante la carrera, Ayrton mantenía su posición de privilegio y comenzó a meter tiempo a sus rivales que, poco a poco, le perdieron de vista. Cuando aún faltaba algo más de un tercio de carrera, más de 50 segundos separaban al brasileño del francés. Momento del cual se vivió un antes y un después en ese Gran Premio.
Prost comenzó a tirar y tirar, tiempo que rozaban los casi dos segundos más rápido que su compañero, tratando que éste se pusiera nervioso y cometiera un error. El pique empezó desde lo lejos y Senna comenzó a mejorar sus tiempos entrando en guerra con Prost. Pronto el plan del profesor tendría su ejecución. Ayrton cometía un error y mandaba a su McLaren contra las barreras a la entrada del túnel, aquel túnel que el día antes vivió dentro de él curva a curva. De esta forma Alain Prost vencía en Mónaco.
Ese accidente marcó al mito. El brasileño lo calificaba como su particular lucha interna entre Dios y el Diablo. Algo más allá de aquel propio pilotaje.
“El accidente me dio mucho que pensar, me hice muchas preguntas. Aquello no fue sólo un error de pilotaje. Era el resultado de una lucha interna que me paralizaba y me convertía en invulnerable. Tenía un camino hacia Dios y otro hacia el diablo. El accidente sólo fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la mano. Mi familia y yo salimos confortados gracias a aquel accidente y yo aumentada mi fe y mi energía espiritual”.
38 años después, una parte de esta historia se vuelve a juntar para volver a revivir el éxito pasado… pero creando una nueva historia.