El olor a césped parece traspasar la pantalla. El fútbol se siente como antaño, puro y sin
distracciones. Sí, es Anduva. El sueño no se cumple para el Mirandés, pero
la ilusión quedará para la eternidad. Y la atmósfera experimentada jamás
desaparecerá de la historia de nuestro fútbol. Es el poso que arroja una noche
mágica de Copa. Una más.
El Mirandés ha sido fiel exponente del nivel que la categoría de
plata del fútbol español alcanza. Balompié en estado puro, dominado por la
pasión y el corazón, aunque no por ello carente de calidad. Puro fútbol, juego
sin complejos, a tumba abierta, sin temores. Persiguiendo la victoria, disputando una final en cada jugada,
confiando en que una de ellas cumpla el objetivo. Como en La Liga SmartBank, en
la que diez puntos separan el playoff del descenso, el Mirandés ha convertido la Copa en escenario en el que representar
una oda al fútbol modesto.
El Mirandés no solo fue fútbol, sino también esencia. Lo fue además no únicamente en la última batalla, sino a lo largo de todo el recorrido copero. Celta, Villarreal y Sevilla lo pudieron comprobar en un trayecto sinuoso aunque totalmente colmado de emoción. Porque Anduva no es mágico, pero se transforma la realidad, distorsionada y confusa entre la élite y su planta baja. Y los jabatos han vivido noches inolvidables una vez más.
A un paso, sólo a uno y con la cabeza muy alta. Así se despidió el
conjunto de Iraola de la competición en la que terminó en KO, aunque por el camino noqueó molinos de viento gigantes y
llenó de emoción a su hinchada. Pero el logro del Mirandés fue mucho más
allá de eso. Conquistó con fútbol y esencia el corazón de los amantes del
deporte rey. Esa es la magnitud de una hazaña y una leyenda que se fraguó en
Miranda de Ebro y acabó apagándose en sus orillas. Los focos se apagan. Anduva duerme, silencioso, en pacífico letargo.
Volverá. No lo duden. Porque el fútbol, esa locura inexplicable, jamás se
extingue.
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