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Celta

Mi número 12

Qué difícil resulta a veces expresar los sentimientos con palabras, por eso espero que valoréis este texto a corazón abierto.

El número 12. Un número con un significado más allá de lo cardinal. Un número que, aunque pueda llevarlo un jugador ordinario, suele atribuirse a la afición ya que es un factor determinante a la hora de inclinar el resultado en favor del equipo local (y mucho se nota ahora que reina el silencio en las gradas). Tan importante llega a ser esta relación entre aficionado y nº 12 que algunos equipos incluso han retirado dicho dorsal para homenajear a su afición: Fenerbahçe, PSV, Bayern, Feyenoord…

Pero como cada equipo es un mundo, hay otros que prefieren honrar a su afición dándole el permiso de lucir el número 12 a jugadores especiales, jugadores icónicos o que trascienden de gran manera entre el público, dicho de otra manera, ese jugador al que todo aficionado adora. Un claro ejemplo es Riqui Puig. Nacido en Barcelona, formado en La Masia y actual jugador de la primera plantilla del Barça, un representante perfecto de la filosofía de cantera que ostenta el aficionado blaugrana. Aun así, se queda corto si hablamos de Rafinha.

Rafinha Alcántara es ese jugador que no puede caerle mal a nadie. Es imposible. Hermano de Thiago Alcántara y, ambos, hijos de Mazinho, lo tenía todo a favor para terminar siendo futbolista de élite. Además de ser un gran jugador, tiene un carisma que asombra y, con la mezcla de ambas virtudes, se convirtió en ese número 12 que todo equipo quiere y necesita. Tanto es así que luce dicho dorsal allá donde va. Barça, Celta y PSG son los equipos en los que Rafinha ha vestido el 12, con la única excepción del 8 que vistió en la media temporada que estuvo en el Inter de Milán.

Presentación de Rafinha en su segunda etapa con el Celta. (ImagoImages)

No dudo que en Barcelona y en París es un jugador querido por la afición, y que representó (y representa) a la afición como nadie, pero el cariño que le tiene el aficionado celeste está un escalón por encima. El Celta, al igual que el Barcelona, es un equipo con mucha filosofía de cantera. A Canteira Celeste es una fábrica de la que todos los años salen jugadores listos para convertirse en profesionales, la mayoría con el sueño de debutar en primera división con el Celta. Rafinha no iba a ser una excepción y, pese a que no estuvo mucho tiempo en A Canteira antes de irse a La Masia, a ojos del aficionado vigués Balaídos sigue siendo de casa.

Este sentimiento se ve intensificado por el hecho de ser hijo de Iomar do Nascimento, más conocido como Mazinho, una leyenda viva del Celta y pieza clave en la época dorada del ‘Eurocelta’ a finales de los 90.

Dos temporadas como jugador del Celta separadas entre sí por más de seis años (temporadas 2013/14 y 2019/20) fueron más que suficiente para que, si en todo Vigo quedaba algún rezagado que no idolatrase a Rafinha, terminase a sus pies igual que el resto de mortales. Cada partido que jugaba con la camiseta celeste era un motivo por el que dar gracias, y no solo por el simbolismo que giraba a su alrededor, sino porque se notaba el jugador diferencial que era y sigue siendo. Era un jugador clave en la ofensiva del Celta, así como el objetivo principal de las faltas del rival. Simplemente, cada vez que el balón pasaba por sus pies, mejoraba la jugada.

Rafinha celebrando con Iago Aspas y Bráis Méndez un gol anotado frente al Mallorca. (ImagoImages)

Pero esa calidad que derrochaba fue lo que lo alejó de Vigo. Tras su buena actuación en la temporada 13/14, en la que disputó 32 partidos de liga (4 goles y 7 asistencias), regresó a Barcelona. Segunda vez que el Celta perdía a Rafinha. Lo recuperaría seis años después, en 2019. Una vez más, temporada sobresaliente en Vigo y vuelta para Barcelona. Tercera vez que el Celta perdía a Rafinha.

Después de eso, el Barça lo vendió al París Saint-Germain en una operación difícil de explicar, pero ese es otro tema. Lo cierto es que, en ese punto, el sentimiento generalizado entre los aficionados celestes era una mezcla de rabia, al enterarse de que no iba a volver (al menos en el corto plazo), e impotencia, al ver el trato con el que se lo había llevado el equipo parisino, un precio que el Celta podía haber asumido a nivel económico pero en el que, realmente, no tenía nada que hacer si la voluntad del jugador era irse a París, decisión comprensible por otra parte.

Con Thomas Tuchel estaba teniendo protagonismo, jugando minutos importantes y adaptándose progresivamente a la dinámica Neymar, Mbappé y compañía. Con la llegada de Mauricio Pochettino su crecimiento se estancó, jugando minutos residuales y entrando en el 11 inicial contra rivales de baja tabla en favor de las rotaciones.

Creo que puedo hablar en nombre de todos los aficionados celtistas cuando digo que no nos alegramos de esa situación. Rafinha es una persona muy querida en la ciudad olívica y, desde que supimos que se iba a París, siempre le deseamos lo mejor. De todas formas, viéndonos el ombligo, su situación en el PSG es el incentivo que necesitábamos para creer que su regreso al Celta es posible. Quizá seamos unos ilusos, lo sé, pero también sé que Rafinha ama Vigo y ama el Celta por lo que, si no es al final de esta temporada, será la siguiente, y sino la siguiente, y sino la otra, pero Rafinha volverá a casa. Porque Balaídos es, y siempre será, su casa.

PD: Os dejo aquí el hilo de Twitter con el que Rafinha pidió perdón por la situación que vivió el equipo en el tramo final de la temporada 2019/20, salvándose del descenso en la última jornada. Corazón celeste.

Imagen de cabecera: ImagoImages

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