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Medicina Deportiva en Sphera: los daños musculares

Juanjo Ruiz Manzanera | En los dos primeros capítulos sobre lesiones musculares comenzamos a iluminar este amplio mundo. Juntos, semana a semana, estamos descubriendo nuevos conceptos. Con ellos nos surgen más preguntas, con nuevas respuestas. De esta forma, el ideal de alcanzar el conocimiento total, mientras avanzamos aprendiendo nuevas cosas, no parece más que alejarse. Un espejismo, ante la aparición de una fuente ilimitada de conceptos en los que profundizar. Y es que, en esto de la Medicina Deportiva, hemos salido a explorar juntos, pero no hemos hecho más que dar los primeros pasos fuera de nuestra casa.

Subimos al árbol, nos agarramos a una de las primeras ramas que vemos, y en ella nos sujetamos para alcanzar la manzana que nos espera al final de la misma. Sin embargo, debemos recordar que el árbol de la Medicina Deportiva tiene bastantes bases, ramas y subramas. Después de hablar la semana pasada sobre las recaídas y los periodos de recuperación, este fin de semana volvemos al tronco principal para abarcar un nuevo territorio. En concreto, uno de nuevas generalidades.

Nos topamos con las primeras preguntas ¿Sabemos diferenciar a simple vista los distintos dolores musculares? ¿Estoy frente a una contractura o un calambre muscular? ¿Qué hay de las lesiones musculares que no nos provocamos nosotros mismos? Y a cerca de las dichosas agujetas, simplemente ¿por qué y cómo?.

Vamos a comenzar por aprender a diferenciar los calambres musculares. Los podemos reconocer en la bibliografía como espasmos. Ambas definiciones se ajustan bien al patrón médico que siguen, ya que se trata de una contracción de escasa duración que conlleva dolor en la zona. Una ‘rampa’, al fin y al cabo. Encontramos dos factores fundamentales en su aparición, la deshidratación, con la pérdida de líquidos y sales minerales, y el agotamiento. Este último trae consigo un estado de fatiga que viene de la mano de alteraciones a nivel metabólico y a nivel iónico. Sabiendo esto, por tanto, es fácil llegar a la conclusión de que dos buenas formas de evitarlas pueden ser la hidratación y el reposo.

En la mayoría de los casos una actitud conservadora nos puede acercar a solucionar este tipo de problemas. Esto es, ante cualquier señal de calambre, sería totalmente recomendable detener la actividad deportiva y a continuación, no solo comenzar el reposo, sino llevar a cabo masajes musculares y estiramientos. Y justo en este punto debemos hacer hincapié para comenzar a hablar de las contracturas musculares, que hay que saber diferenciar de los calambres. En las contracturas, para empezar, no es recomendable llevar a cabo este tipo de masajes y estiramientos, ya que no ponen punto y final a sus síntomas.

Las contracturas musculares, para lograr colocarlas en un cajón distinto al de los calambres, se caracterizan por ser menos dolorosas, aunque sin dejar de ser desagradables, y al mismo tiempo por tener un mayor periodo de duración – podríamos estar hablando de días -. Se producen por actividades deportivas intensas y de esfuerzo prolongado, por lo que, echando mano del primer artículo, podemos concluir que se verán afectadas con más frecuencia las fibras musculares de contracción lenta. Con estas tres grandes diferencias, basadas en aspectos a los que podemos llegar con simples actuaciones de observación y anamnesis, estamos capacitados para hacer un diagnóstico diferencial entre calambre y contractura. Sin embargo, si aún nos quedaran dudas, y siempre que tuviéramos el material necesario, una prueba complementaria nos podría terminar de resolver las dudas. En la electromiografía encontraremos alteraciones si nuestro deportista sufre un calambre, pero no en el caso de que tenga una contractura – veremos un patrón silencioso -.

No hace falta remitirnos al deporte de competición para hablar del siguiente problema muscular que vamos a tratar. Y es que las agujetas, también conocidas como dolores musculares de aparición tardía, las vamos a encontrar, como sabemos, en una población más amplia de individuos que con menor frecuencia realicen actividades físicas. Se tratan de dolores musculares que pueden hacer su aparición – por poner un ejemplo común – en una persona desacostumbrada a realizar cierta actividad física de intensidad, normalmente el día después a dicho esfuerzo. A pesar de ser bastante incómodas, no traen mayores problemas ni inconvenientes. Sin embargo, resulta curioso conocer cómo se producen.

Hasta no hace mucho se pensaba que el mecanismo fundamental de producción de las agujetas estaba enteramente relacionado con una puntualización a nivel del metabolismo del calcio y del glucógeno, donde nos referíamos a la sobreproducción de ácido láctico. Según esta teoría, la acumulación del mismo en forma de cristales sería el principal culpable del dolor muscular causado. Sin embargo, y como aquí no solo estamos para montar conocimientos sino también para desmontar otros, es de recalcar que todo este escenario no ha acabado por ser demostrado de forma completa. Y esto es porque, por un lado, no siempre se han encontrado estos cristales de ácido láctico, y por otro lado porque los pacientes con una rara patología llamada enfermedad de McArdle – que causa daños a nivel del metabolismo del glucógeno, sin poder descomponerlo para obtener energía – también pueden experimentar el clásico dolor de las agujetas.

Buscando otros orígenes de estas famosas agujetas, nos encontramos que a nivel microscópico aparecen lisis de miofibrillas, que son roturas de microfibras, lo que explicaría el dolor muscular y la inflamación en este tipo de sujetos. Otra característica a tener en cuenta de los llamados dolores musculares de aparición tardía es su asociación a un tipo específico de ejercicios. En concreto, las actividades caracterizadas por un alargamiento en longitud del músculo, es decir, los ejercicios excéntricos, son las que se suelen acompañar de agujetas. Al mismo tiempo, los ejercicios concéntricos no vienen de la mano de este tipo de dolor.

¿Y si cambiase el escenario? ¿Y si por un momento fuese alguien o algo el que nos produjese el dolor, y no nosotros mismos? Hablaríamos entonces en la mayoría de casos de contusiones musculares. Las mismas son lesiones que se caracterizan por tener una causa externa, un factor extrínseco que las provoque, de tal forma que haga su aparición en forma de impacto y acabe chocando contra nuestro músculo. El daño en este caso, por tanto, se produciría por un característico aplastamiento de fibras musculares que podrían quedar atrapadas en este accidente entre el hueso y el objeto externo. En las contusiones, los niveles de gravedad pueden abarcar varios escalones. Por tanto, será importante valorar desde un primer momento no solo la intensidad del impacto, sino también si el individuo se encontraba contrayendo el músculo dañado en ese momento. De esta forma, llegamos a un estado de rotura muscular por aplastamiento, que se verá acompañado, como sabemos por otros capítulos, por una hemorragia que podrá localizarse dentro del músculo o en su periferia.

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