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Más que un símbolo

Recuerda a la perfección cómo creció yendo a
contracorriente. Las burlas que tuvo que aguantar en el colegio de amigos y no
tan amigos que se habían hecho “del mejor equipo” porque ese equipo era el que
ganaba. Muchas veces se llegó a preguntar, en su inocencia, porqué era de aquel
equipo y no compartía gustos con sus conocidos. Igual se había equivocado. Pero
echaba la vista hacia abajo y volvía a mirar al frente.

También recuerda, ya más adulto, que le pasaban situaciones
parecidas en el instituto, en la universidad o en el trabajo. Pero ya no era
aquel niño. Sabía perfectamente lo que era, porqué lo era y lo que estaba
portando. Podía responder a esas bromas hablando de fidelidad, sentimiento y
una forma de vida que iba más allá del fútbol. “¿Para qué?”, se preguntaba así
mismo. Si me van a salir siempre por el mismo lado…

No se le olvidan, por supuesto, todos los momentos que pasó
acompañado junto a él. Ha vivido historias irrepetibles, tanto para bien como
para mal. Aún tiene presente aquel viaje a Oviedo, cuando el equipo de su alma
se jugaba mantenerse en primera división o descender de categoría. Apenas unos
años antes estaba en Neptuno celebrando un doblete histórico. Aquel día su
equipo no ganó. Además, falló un penalti que podría haber evitado la
catástrofe. Las lágrimas inundaron aquellas gradas en Asturias. Decepción,
impotencia y rabia se mezclaron con el dolor y, porqué no decirlo, el odio.
Pero también con sentimiento de pertenencia.

Tanto es así que, al año siguiente, jugando en una categoría
que le quedaba pequeñísima y lejos de ser aquel glorioso club que un día fue,
tuvo récord de abonados. Las gradas se llenaban cada fin de semana, la gente
animaba como si nada hubiese sucedido aguantó hasta dos años para volver al
lugar de donde nunca debieron salir.

Vistieron esa camiseta a rayas rojas y blancas jugadores
que, ni en sus mejores sueños, imaginaron nunca pisar un club con ese nombre.
Porque sí, por entonces del Atlético de Madrid quedaban el nombre, las rayas
rojas y blancas, el Estadio, y él. Era lo único reconocible de un equipo
predestinado a autoinmolarse.

No todo fueron vivencias negativas. A su lado también vivió
alegrías plenas. Como la de bañar las gradas del Santiago Bernabéu de
rojiblanco para ganar una final de Copa al Real Madrid. Y no fueron una o dos
veces, fueron más. Y más que ganó. La Liga más imposible e improbable que se
recuerda. Ningún equipo del mundo podría haber hecho lo que consiguió el Atleti
en el año 2014. Una alegría mezclada con tristeza por no poder completar el
ciclo de ser campeones de Europa portándole. Hasta en tres ocasiones se
quedaron a las puertas, a cuál más dolorosa.

Él nos lleva a pensar en personas como Luis Aragonés, Adelardo,
Futre, Simeone, Fernando Torres. A momentos como la semifinal de Copa de Europa
ante el Celtic, las dos eliminaciones al Barça en Champions, el gol de Kiko al
Albacete, el de Correa al Nástic que valía un ascenso…Pero también nos lleva
a pensar en nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros amigos. Los que ya
teníamos y los que conocimos gracias a él. A pensar lo que nos ha enseñado,
muchos hasta se lo han tatuado en la piel. Porque ya no va por fuera, va por
dentro. Sí, amigos, hablo del escudo del Atlético de Madrid. Del único que
muchos, muchísimos, sienten como su escudo. Es mucho más que un mero símbolo o
un logo. Mucho más.

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