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El Villarreal y el mal de altura

Saque de centro, balón largo, disputa aérea y le cae a Gameiro, que eleva el balón por encima de la defensa amarilla, recibe Vitolo y gol. Entre el pitido inicial y el beso del balón con las redes de la meta de Asenjo, sólo habían pasado 13 segundos. El tiempo suficiente para romper en añicos todo el planteamiento del Villarreal.

Y es que el Submarino, como su propio apodo indica, está muy a gusto bajo el agua, en las profundidades, donde el balón rueda y los jugadores amarillos tocan con mayor precisión. Sin embargo, se ahoga en cuanto sale a la superficie. Y en tema de altos vuelos, el Sevilla de Emery es un especialista.

“Intentaremos jugar por el suelo. Son fuertes por el aire e intentaremos evitarlo. Si hacemos nuestro fútbol dinámico tendremos mucho adelantado”. Los mayores temores de Marcelino se confirmaron en 13 segundos fatídicos. Pudo ser un golpe devastador, muy parecido al que asestó Neymar a los tres minutos de juego en la vuelta de semifinales de Copa. Pero el Villarreal empezó un partido nuevo, como si aquel gol no hubiera existido. No había transcurrido ni un minuto cuando Vietto respondió con un trallazo al larguero.

El acoso amarillo, que encajonó a un Sevilla bien ordenado pero incapaz de salir a la contra, duró 25 minutos. Los que tardó M’bia en rematar, de cabeza -como no- un centro desde la izquierda de Tremoulinas. En los mejores momentos del Submarino, los de Marcelino se llevaron el segundo golpe de la noche. Más doloroso tras saber que el tanto no debió subir al marcador al estar el camerunés en claro fuera de juego.

Costó más levantarse esta vez. Las posesiones amarillas comenzaron a ser intrascendentes, las contras sevillistas más peligrosas y los balones, más altos. El plan de Emery era sencillo: trasladar el campo de batalla al aire. Y el Submarino se llegó a contagiar en ocasiones, abusando del balón largo hacia Uche, ya fuera por la presión nervionense o como última esperanza de encontrar huecos en un Sevilla muy ordenado. Sin Bruno ni Pina, el centro del campo amarillo adoleció de falta de solidez, y con la urgencia de marcar lo antes posible, tanto Trigueros como Jonathan aparecieron en posiciones muy adelantadas. M’bia y Krychowiak ganaron la partida con contundencia.

Dispuestos a lavar la cara en la segunda mitad, el Villarreal volvió a salir con todo. A los tres minutos, un barullo en el área acaba en las botas de Musacchio, que cede a Vietto para anotar su vigésimo gol de la temporada. Pero El Madrigal no pudo celebrarlo de forma plena. Primero, porque el árbitro estuvo a punto de anularlo -consultó hasta tres veces con los asistentes- y segundo, porque al Sevilla le bastó un minuto para volver a torturar al Submarino desde el cielo.

El balón vuelve a ser largo, larguísimo. De nuevo disputa aérea dentro del área, y al igual que en el primer tanto, le cae la pelota a Gameiro, que esta vez la enchufa para poner el 1-3 en el marcador. El Villarreal no podía creerlo. Le habían metido tres goles prácticamente idénticos, en tres momentos críticos: nada más arrancar el partido, en su mejor momento de la primera parte y tras marcar un gol esperanzador en la segunda. De ese batacazo ya no volvería a levantarse.

Acabó Marcelino expulsado y el Villarreal desquiciado. Sin embargo, el 2-3 siempre estuvo más cerca que el 1-4. Pero ni siquiera Vietto, el mejor sin duda, supo levantar un resultado que ya no se volvería a mover. Más que nada porque Sergio Rico, en una doble parada antológica a Gerard Moreno, lo evitó a falta de dos minutos para el final.

Los centímetros pesaron en un partido donde el Villarreal volvió a padecer mal de altura. Lo intentó, hizo todo lo posible por jugar sobre la hierba, pero las torres del Sevilla -con Iborra a la cabeza- fueron un hueso imposible de roer. En el Pizjuán solo valdrá una hazaña.

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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