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Maialen Chourraut, la otra cara del oro

Una vieja gloria. Así se veía desde la distancia a una Maialen Chourraut cuyos mejores tiempos habían pasado. A sus 38 años, y tras un ciclo olímpico marcado por las lesiones, era imposible colocarla en las quinielas por las medallas. Una vez en el agua se te olvida todo, sí. Más bien recuerdas aquel bronce en Londres y aquel maravilloso oro en Río 2016. Y piensas que el piragüismo en aguas bravas es un deporte tan impredecible que… ¿por qué no?

Primero, porque Maialen no fue a Tokio de paseo. “Venía a intentarlo”, reconoció este martes en rueda de prensa, tras haber alcanzado la tercera medalla olímpica de su carrera, rivalizando en emotividad con el oro de hace cinco años. En Brasil, Chourraut se proclamó campeona olímpica poco después de dar a luz. Siete de los nueve meses que pasó su hija en su vientre los empleó en entrenar para alcanzar el éxito en Río. Ese camino fue especial, el momento de abrazar a la pequeña Ane tras salir de las aguas no puede pagarse con dinero.

Cada persona es un mundo, y si has conseguido el objetivo por el que has peleado toda tu carrera puedes liberarte de toda presión o vivir con ese momento en la cabeza. A Maialen, que entró en una espiral muy negativa de problemas físicos y resultados, le pasó lo segundo. La sombra del oro fue prolongada, al menos dos años y medio de sinsabores. Llegó incluso a pensar que ojalá no lo hubiese ganado. Pasó 12 meses con mareos (desde octubre de 2016) y fue diagnosticada con vértigo posicional benigno. Como no se iban, llegó a comerse la cabeza, a creer que incluso podía sufrir ansiedad, y cuando logró superarlo, sufrió otra crisis en forma de lesión: una infección que le provocó fuertes dolores en las costillas durante varios meses, hasta que descubrió que tenía una fractura, producida por toser durante un catarro.

Pese a todo, volvió. Se recuperó de la mano de su entrenador y marido, Xabi Etxaniz, y salió por fin de su zona de confort, el canal de La Seu d’Urgell, para regresar a la competición internacional a principios de 2019. Aunque los resultados no fueron los de antaño, lo mejor fue volver a sentirse piragüista, sin mareos, sin dolores. En septiembre de ese mismo año firmó un décimo puesto en el Mundial, lejos de las expectativas depositadas en una leyenda de este deporte, pero suficiente para cumplir el objetivo de estar en Tokio 2020. A la capital nipona llegó recuperada, pero sobre todo aliviada. Sintiendo que ese oro que le pesaba ahora le suponía la tranquilidad de haberlo conseguido cinco años atrás. “Vengo a jugar, no tengo nada que perder. Estoy orgullosa de la forma en la que he llegado. Tengo 38 años, llevo muchos años en la élite”, señalaba Maialen en el podcast oficial de los Juegos Olímpicos.

Su mentalidad dio un giro considerable antes de pisar tierras niponas. Reconoció que el oro se convirtió en una obsesión, como si tuviera que repetir una y mil veces lo que consiguió en las aguas de Rio. “Me pesaba bastante, me ha costado mucho quitármelo de encima. Yo quería seguir progresando, y no conseguía dejarlo atrás porque desde todas partes se recuerda lo que has hecho. ¡Pero esto fue ayer, no hoy! Y ahora lo voy apreciando más”. El objetivo no era la medalla ni mucho menos. “A mi me gustaría ver una Maialen rápida en el agua, que pelee. Un resultado bonito vendrá. Para volver contenta a casa”.

Con la satisfacción de haber logrado superar el bloqueo mental y de poder participar en sus cuartos Juegos, Maialen afrontaba la competición orgullosa de sí misma y con la única espinita de no poder hacerlo delante de su hija de siete años, la misma que vibró con el oro de Brasil. El calor convirtió el agua en un jacuzzi, pero la vasca se adaptó a la perfección. Sus tiempos, sin embargo, no auguraban el éxito final. Fue quinta y sexta en las eliminatorias antes del séptimo puesto en la semifinal. Tener la posibilidad de estar entre las 10 mejores ya fue un logro. Firmar un tiempo en la final que le permitiera luchar por las medallas, algo impensable. “A mí ya me da igual, de verdad, me da igual, si quedo cuarta estoy contenta”, le decía Maialen a Xabi a falta de la bajada de las tres favoritas. La primera de ellas le arrebató el primer puesto. Las otras dos acabaron por detrás, incluida una Jessica Fox que era la gran favorita para conquistar no solo esa prueba, también la de C-1.

Tengo ya 38 años, he tenido que adaptarme a las nuevas técnicas. Pero lo he conseguido. Aquí estamos. He jugado con mis cartas y lo he conseguido. No ha sido una bajada perfecta, pero ha estado bien peleada. Aquí ha sido un alivio porque me sentía orgullosa de mi carrera y eso me ha ayudado a conseguir la medalla». Ya no eran los mareos, ni el dolor en las costillas. El problema tenía que ver con la mente, un tema candente en los últimos tiempos tras la última confesión de Naomi Osaka o la retirada de Simone Biles de hasta dos finales en Tokio. Hasta que Maialen no se dio cuenta de que los triunfos del pasado le propulsaban más que le perjudicaban, no pudo desbloquear una de las peores situaciones de su carrera. Cogió el oro, le dio la vuelta, y salió plata. La única que le faltaba en un palmarés inolvidable, a la altura de las mejores deportistas de la historia de nuestro país. En París 2024 ya nadie descarta su presencia ni su candidatura a las medallas, a pesar de que por entonces tendrá 41 años. Con la mente fresca, no hay nadie que la pare.

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Imagen de cabecera: @spherasports

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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