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Fútbol Internacional

Luis Suárez, mi villano favorito

Superhéroe o villano. Con él o contra él. Luis Alberto Suárez Díaz no te da otra opción: o le amas o le odias. Así ha sido a lo largo de toda su carrera y así se ha convertido en uno de los mejores delanteros del siglo. Porque está hecho de una pasta especial.

La del uruguayo es una historia de un carácter superlativo, de superación, de no rendirse jamás. Uno de esos seres que convierten cualquier adversidad en una excusa para mejorar. Una persona que comete errores, que lo asume y convive con ello. Suárez, padre de Delfina, Benjamín y Lautaro, adicto al mate y casado con su novia de la infancia, Sofía Balbi, es “el tipo con el que dejarías a tus hijos”, según cuenta Antonio Fuentes en ‘Luis Suárez: la fuerza de un sueño’.

La mentalidad de Suárez se puede resumir en un episodio. Dos de julio de 2010, Soccer City de Johannesburgo, Ghana y Uruguay batallan para estar entre las cuatro mejores selecciones del mundo. Todo parecía perdido cuando Suárez obedeció a su instinto y actuó de forma irracional al lanzarse con la mano a por un balón que se colaba en la portería uruguaya. Expulsado y “culpable” del penalti en contra, desfiló hacia el túnel de vestuarios desolado. Pero Gyan se topó con el larguero y el Loco Abreu emuló a Panenka para colar a ‘La Celeste’ en las semifinales del Mundial. Uruguay no cayó. Suárez no cayó. Nunca cae.

Este capítulo es solo un ejemplo de lo que ha venido siendo la trayectoria de Luis Suárez. Una montaña rusa trepidante e indescifrable, un recorrido entre cielo e infierno y viceversa en cuestión de instantes. Algunos futbolistas llegan a estar, en algún momento de su carrera, entre los mejores. Mantenerse, dicen, es lo complicado. Pero caer, levantarse, volver a caer y volver a levantarse las veces que haga falta, eso solo lo hacen unos pocos elegidos.

A los seis años, Luis y su familia se vieron obligados a mudarse. De Salto a la capital, del pueblo a la ciudad. Choque cultural. Dos años más tarde, Rodolfo y Sandra, sus padres, se divorciaron. Nuevo golpe para Luis. Cuando todo parecía oscuro él le pegaba a la pelota, una y otra vez. Pasaron los años y el destino quiso que su sueño de jugar en Europa se acentuara aún más cuando Sofía, nacida en Montevideo, cruzó el charco y se trasladó con su familia a Barcelona. Suárez, a lo suyo, se salió en Nacional y el Groningen llamó a su puerta y se lo llevó a Europa.

Le bastó con una temporada en el club holandés para convencer al Ajax de que estaba listo para liderar el ataque ‘ajacied’. Con los grandes de Europa siguiéndole de cerca por su asombrosa capacidad goleadora, de nuevo la historia de Suárez dio un giro radical cuando mordió a Bakkal, jugador del PSV. Siete partidos de sanción para Luis. La primera mordida no estuvo ni cerca de desestabilizar al uruguayo, que convencido de su talento siguió anotando e hizo las maletas para trasladarse a Anfield Road: su gran oportunidad había llegado.

En la parte roja de Liverpool todo volvía a ir sobre ruedas. Los goles a pares, el reconocimiento internacional y una plantilla que aspiraba a grandes logros no bastaron para que Suárez dejara atrás los episodios más negros. Nueva mordida, esta vez a Ivanovic, e incidente racista con Evra. Diez y ocho partidos de suspensión, respectivamente. Superadas las sanciones, Luis siguió anotando sin parar, lo que le valió para alzarse con la Bota de Oro en 2014. Era año de Mundial, y en las vísperas del campeonato los rumores de un traspaso al FC Barcelona iban cogiendo cada vez más forma. Su sueño se estaba a punto de convertir en realidad.

Con la etiqueta de estrella mundial y en el mejor momento de su carrera, los cables se le volvieron a cruzar mientras el mundo entero miraba aquel Italia – Uruguay. Una disputa con Chiellini acabó con la marca de los dientes de Suárez en el hombro del zaguero italiano. Aquella vez, la FIFA le castigó con cuatro meses de inactividad futbolística. Cuando su mujer le preguntó cómo podía realizar tales acciones, el uruguayo solo encontró respuestas en el sentimiento de frustración. Parece complicado estar tanto tiempo alejado del verde, ser señalado por el planeta fútbol y, pese a todo, poder resarcirse. No para Luis. Va dentro de su naturaleza. La caída no es el final del trayecto, jamás. Es solo el paso previo a la superación.

Ya en la ciudad condal, rodeado de Messi, Neymar y cía, Suárez se olvidó de todos los conflictos extradeportivos y centró sus cinco sentidos en mandar una pelota tras otra al fondo de la red. El resultado: todos los títulos posibles y una delantera que será recordada como una de las más letales de la historia. Su estancia en Barcelona, pero, se fue diluyendo. Así llegó el verano de 2020, con un club sumido en una crisis profunda y necesitado de cambios. Convertido en el tercer máximo goleador de la historia azulgrana, Suárez no pudo hacer más que observar como el Barcelona le buscaba un destino. Todo indicaba que esta vez defendería el escudo de la Juventus, pero finalmente recaló en el Atlético de Madrid.

Al Wanda llegó gratis y, para muchos, acabado. Pero a Luis Suárez no le puedes negar algo que desea. No acepta un NO como respuesta, su carácter no se lo permite. Cuatro meses le han sobrado para demostrar a todos que se equivocaban por enésima vez. Líder de LaLiga, máximo artillero de la competición y dolor de cabeza para cualquier defensor, se ha ganado a su nueva afición a base de goles y se adapta a la perfección a lo que le pide Simeone.

Se puede dudar de Suárez. Se le puede elogiar y criticar, adorar y detestar. Pero no le den por muerto, jamás. Luis Suárez siempre vuelve. Luis Suárez nunca se va.

Imagen de cabecera: Matthias Hangst/Getty Images

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