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Luis Suárez, dispuesto a escribir una página dorada

“Déjenme un espacio acá, que quiero marcar la historia”, fueron las primeras palabras de Luis Suárez cuando pisó el Wanda Metropolitano como futbolista del Atlético de Madrid. Lo hacía en referencia al mural que adorna uno de los espacios del estadio, donde aparece dibutjado Futre marcando un gol al Real Madrid, Gabi levantando la Copa del Rey, Godín celebrando su gol en el Camp Nou, los héroes del Doblete, la Intercontinental del 74… En definitiva, los mejores entorchados futbolísticos del club.

El uruguayo, que cumple 34 años en enero, muestra hambre de títulos cuando podría buscar un retiro soñado donde preparar los dos últimos grandes envites de su carrera: la Copa América del 2021 y el Mundial de 2022, que serán casi con toda seguridad sus últimas balas a nivel de selección. Lejos de todo ello, el charrúa ha despertado en el aficionado rojiblanco una sensación de seguridad goleadora que no se tenía casi desde que Falcao daba zarpazos en el desaparecido Vicente Calderón. Es Luis Suárez ese futbolista al que odias cuando es rival pero que amas cuando viste tus colores.

Y no es menos cierto que el seguidor colchonero siempre se ha sentido muy identificado con el pueblo uruguayo por todo lo que representa y por el paralelismo que siempre ha vivido. Uruguay, con poco más de tres millones de habitantes, es la selección que a base de garra y lucha siempre está ahí en el Mundial. Ya pueden ser sus futbolistas de mayor o menor entidad, que siempre aparecen. Opacados por los gigantes Brasil y Argentina, los charrúas nunca le tienen nada que envidiar. Es una fiel representación de lo que es el Atlético de Madrid, con una masa de seguidores muy inferior a Real Madrid y Barcelona y con armas futbolísticas que siempre se asemejan a los contragolpes y los bemoles de los que hacen gala en la celeste. Un sistema tan arcaico como funcional. Tan poco vistoso y condecorado, como pasional. También el gran recuerdo que han dejado muchos de los uruguayos en la Ribera del Manzanares ayuda. Porque el Atlético volvió a Primera con un gol del Petete Correa (¡qué dupla con Diego Alonso!), ese al que Luis Aragonés espetó aquello de “Si yo hubiera tenido sus cualidades habría sido el mejor jugador del mundo”; que el Atlético volvió a ser alguien en Europa gracias a un doblete de Diego Forlán; que un cabezazo de Godín otorgó una Liga casi 20 años después y que por el camino ha habido jugadores como Cebolla Rodríguez o José María Giménez que han entendido mejor que muchos de casa aquello del sentido de pertenencia. Y que, cuando la situación lo permita, la grada rugirá nuevamente ese pegadizo “Uruguayo, uruguayo” del que todos los antes citados han disfrutado.

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Luis Suárez era un viejo sueño colchonero. Aquel delantero que el club quería para el momento de relevar al Kun y Forlán y cuyo fichaje primero por el Liverpool y luego por el Barcelona alejó de las posibilidades. Llega con 33 años, cuando lo ideal es que hubiera llegado hace casi 10. Que Luis Suárez hará goles hasta su jubilación está fuera de toda duda. El único pero es su físico y esa rodilla que le ha traído de cabeza las dos últimas temporadas donde, con todo, se le han seguido cayendo los goles de los bolsillos. En poco más de 20 minutos en su debut marcó dos goles, falló otro que no acostumbra a marrar y provocó un penalti que revocó el VAR. Dio una asistencia en el primer balón que tocó y no se lo llevó firmado a casa por milímetros. Si todo va por los cauces, no debería quedar muy lejos del pichichi.

La posibilidad de jugar junto a Diego Costa es altísima, sobre todo si el hispano brasileño vuelve por sus fueros o al menos a una gran versión, pero también es ilusionante imaginarle jugando al lado de un João Félix que el domingo cuajó su mejor actuación como rojiblanco (y ya solo debería ir a más) o junto a Correa, Llorente o Carrasco, una fábrica continua de ocasiones cuando el Atlético está con la flechita para arriba.

Se beneficia el Atlético de un problema económico (y casi personal) del Barcelona para repetir una jugada que con David Villa salió a las mil maravillas. El Guaje dio su último gran año, el Atlético ganó la Liga y casi la Champions y fue toda la campaña un dolor de muelas precisamente para los blaugranas. Y aunque Bartomeu trató de impedir que el uruguayo recalara en el Atlético a última hora, primó más la necesidad de separar sus caminos que la posibilidad que el delantero repita la historia que se vivió con Villa. Y si había alguna duda, 90 minutos después, ya nadie se acuerda de Morata.

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