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Ludmila y el fútbol como salvación

Los sábados y los domingos, Ludmila da Silva destella como un fogonazo sobre el césped de la ciudad deportiva Wanda en Alcalá de Henares. Antes lo hizo en Majadahonda, e incluso lo ha hecho en el Metropolitano ante 60.000 personas. Su velocidad es impropia para una futbolista y su olfato goleador más que aceptable, aunque se ha visto un poco afectado con la salida en verano de una generadora de juego como Jenni Hermoso. Está lejos de los 18 tantos que hizo el curso pasado, aunque los ocho que lleva en Liga le acercan a los 11 que consiguió en las campañas precedentes. La brasileña crece temporada tras temporada y pule sus carencias técnicas y tácticas y es siempre una de las amenazas de la Primera Iberdrola. Pero su vida, agraciada por el fútbol, es mucho más que la historia de la niña que cumple su sueño de la infancia.

Si cada cabalgada de Ludmila por el verde es una bofetada en la zaga rival, cada entrevista que concede es una puñalada al corazón de la propia vida. Su triste historia de superación es la de quien de pequeña no lo tuvo fácil, quien por el camino sacrificó todo y no siempre de manera voluntaria. En una infancia difícil, Ludmila se crió en el seno de una familia cuyos padres fueron más un obstáculo que un refugio. Ambos alcohólicos, el padre maltrataba a la madre y a sus dos hijas, aunque la brasileña afirme no recordar nada de él, ya fallecido desde hace muchos años. Para intentar dotarlas de una vida mejor, la madre decidió que tanto Ludmila como su hermana estarían mejor en un orfanato

Ese revés nunca pudo superarlo Sheila, la hermana mayor de la futbolista, que se sintió abandonada, no querida, y sin ese referente materno que le quedaba encontró una vía ideal para coger el camino oscuro de la vida. A las dos hermanas las acabó criando una tía en un barrio hostil de Sao Paulo. Vivían en las favelas, entre drogas y delincuencia, y dado el ambiente de la gente joven del lugar, todos convenían en que ambas terminarían en esa carretera de espinas. 

El deporte las salvó, de manera momentánea, pues Sheila no acabó de la manera que Ludmila habría querido. Ambas practicaban capoeira, jugaban al escondite y le daban bien duro al balón en las calles de la barriada. El fútbol era el sueño de Sheila, pero Ludmila destacaba más. Ya era la mejor en los partidos del colegio, sobresalía también por encima de todos los chicos y parecía tener muy buena planta para ello. Aunque su deporte favorito, entonces, era el atletismo. Ludmila es una montaña de músculos fibrosos que se reparten por apenas el 1’60 metros de carrocería del que dispone. Uno la ve acelerar sobre el césped y se la puede imaginar en unos mundiales de atletismo compartiendo calles con Shelly Ann Fraser Pryce o con Elaine Thompson. Se asemejan en fisionomía y talento precoz, porque en sus pocos años en el deporte, en la adolescencia, Ludmila no tenía rival. Su físico es el de una velocista de nivel y sus marcas en las distancias cortas no tienen nada que envidiar a algunas profesionales de los clavos y el tartán.

Eso le ha causado también un problema a la hora de dedicarse de manera profesional al fútbol. Hay quien dice que solo tiene velocidad y que carece de técnica. Incluso ella misma afirma que cuando llegó al Atlético de Madrid, el entrenador pensó que no sabía pasar. Ludmila, que tiene peros en su juego, apenas tuvo una formación base en Brasil, donde jugó en cinco equipos (debutó a los 16 años) antes de recalar en España. Nadie comparte selección brasileña con jugadoras del calado de Formiga o Marta siendo solo una atleta

Hoy Sheila ya no está. Tampoco dos de sus amigas de la infancia. A las tres se las llevó la droga, una mala fortuna que le habría llegado a ella, o eso afirma la propia futbolista, si a los 15 años no la hubieran reclutado para jugar en la Juventus de Sao Paulo y dedicar toda su vida al fútbol. Cuando murió su hermana, apenas unos días después de fallecer una de sus amigas, Ludmila cayó en una profunda depresión en la que se le juntó todo. Hacía años que no se veía con ella y no conocía a los que eran sus sobrinos. Ludmila sufría entonces una seria lesión de rodilla para la que no encontraban diagnóstico definitivo y que le estaba martirizando.

La brasileña ha sabido reponerse a todos los reveses de la vida. Lesiones y pérdidas de seres queridos, críticas de juego en un deporte femenino que aún sigue abriéndose paso entre la opinión pública y superando escollos jornada tras jornada, Ludmila es internacional con Brasil, con quien disputó el pasado Mundial de fútbol, es una de las jugadoras más cotizadas de la Liga Iberdrola y es ya la máxima artillera del Atlético de Madrid en competición europea de la historia. Una Champions League donde el Atlético tendrá que quemar todas sus balas si quiere luchar por un título este año, toda vez que la Liga parece inaccesible. En apenas dos semanas llega la eliminatoria contra el Barcelona, con las heridas aún abiertas, pues las catalanas dejaron a las rojiblancas sin Supercopa de España y en Liga asestaron una goleada que aún escuece. Y ahí, en su competición favorita, Ludmila quiere volver a dar la nota. Jugando, como siempre, en honor a su hermana.

Foto: @AtletiFemenino

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