Cada vez que alguien defiende una decisión arbitral comenzando su tesis con el clásico “con el reglamento en la mano” es imposible obviar lo que decía Enrique Ballester: “No es penalti porque con el reglamento en la mano la pelota no da en la mano sino en el reglamento”. Y punto final. Ya toca empezar a negarse a discutir cualquier cosa cuando alguien utilice esa carta porque el reglamento, seguramente, se lo han leído Isaac Fouto y dos más. Dialogar sobre un penalti, una falta, una mano o una roja con ese método recuerda al “yo no te he interrumpido” de los debates políticos. Qué tedio.
Mientras seguimos deliberando en cambiar las normas del balompié ya que ya no podemos estar concentrados 90 minutos viendo partidos -de hecho hay gente que ve las series en 1,5x- al VAR lo siguen denostando por lo que precisamente funciona mejor: por el fuera de juego. Es cierto que hay momentos, especialmente cuando se ponen a tirar líneas por el hombro, en los que rozan el ridículo. Sin embargo, ese debería ser un punto de unión entre todos ya que la subjetividad no existe. No hay un pisotón, un leve contacto o un piscinazo. Se asemeja, por ejemplo, a la tecnología de la línea de gol. Pues hay gente que quiere enredar y piensa en nuevas normas, como Arsène Wenger. Aunque, bueno, él también reclama que el Mundial se juegue cada dos años. Imagino que habla con y por los bolsillos.
Lo dije hace unos días tras el gol de Mbappé ante España y cada vez lo tengo más claro: este deporte debería ser sota, caballo y rey. Nada más lejos de la realidad: cada día entendemos menos las reglas que nos meten con calzador. Quieren jugar más encuentros para que cada día se den situaciones más dantescas y acabemos con el móvil en la mano para hacer un comentario guasón en Twitter. En eso también se ha convertido el nuevo periodismo: en ver quién hace la observación más reveladora mientras se están jugando 10 choques que, por supuesto, estamos siguiendo con atención. Que aprieten el calendario un poco más.
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