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La última eliminatoria europea de Johan Cruyff

Por extraño que parezca, en 1996 se enfrentaron por primera vez dos clubes de la historia de FC Barcelona y Bayern Munich. Sería en la Copa de la UEFA y a solo un paso de la final.

Era dos de abril y llovía como para llenar un agujero negro. Se situaban en Múnich, allá donde los Alpes bávaros, por lo que debía de sentirse un ligero frescor. Pese a la temperatura, sabido es que la lluvia da luz a los equipos que pretenden jugar rápido y a ras de césped. A priori, el Barça saldría beneficiado. Y acabó nevando, claro. Cuando las gotas se solidifican y el campo parece pesar, la luz torna oscuridad para los equipos que pretenden poseer el balón. Parece que el Bayern saldría beneficiado, finalmente.

Pero el aire, la nieve, la delicadeza de los jugadores finos y todas esas historias le importaban bastante poco a Johan Cruyff. Su Barça saldría a la ida de la semifinal con Guardiola, Celades, Roger, Hagi y Figo, todo el manejo que tenía disponible excepto De la Peña, que sería el revulsivo si la situación lo demandase. Y lo demandó. E Iván lo fue. Y gélidos acabaron los germanos.

Para la vuelta en el Camp Nou, los culés ya habían perdido la final de Copa del Rey y quizá la alineación presentada estuviera condicionada por ello. Pero solo son conjeturas, y el resultado final como local se debió más a la influencia de dos hombres que al desequilibrio grupal. Scholl y Busquets se diferenciaron del resto. En ese momento solo se intuía, pero aquel año, aquel mes y aquella eliminatoria europea terminarían siendo los últimos de Cruyff.

En frente, el rival a evitar en la segunda competición europea en rango de importancia. El otro favorito, el Bayern de Múnich, que venía de endosar dos parciales de 7-2 a Benfica y Nottingham Forrest en octavos y cuartos respectivamente. Dirigido por Otto Rehhagel, que había tomado el testigo de Trapattoni y era considerado mejor entrenador teutón del momento, un experimentado conjunto bávaro con figuras como Kahn, Matthaus, Helmer, Sforza, Scholl, Herzog, Klinsmann y Papin. Un club que, paralelamente a lo que el Barça hiciese en favor del Real Madrid, había cedido su cetro doméstico la temporada previa al Borussia Dortmund, cayendo a la sexta posición de la Bundesliga y permitiendo con ello enfrentarse ahora a los azulgrana, que finalizaron cuartos en España.

A la conclusión de la 95/96, Rehhagel ganaría la UEFA al Girondins de un joven Zidane, abandonaría el banquillo a cuatro citas del final y su equipo, tras una dura pugna, volvería a entregar la liga al Borussia. En síntesis, como a su homólogo holandés, una temporada correcta que no le sirvió para mantener el cargo siquiera hasta final de campaña.

Bayern Munich 2-2 FC Barcelona (2 de abril de 1996, estadio Olímpico de Múnich)

De todo el potencial técnico disponible, Otto Rehhagel únicamente dejó en el banquillo al medio centro suizo Ciriaco Sforza, que llegaba tocado. El 4-4-2 de manual imperante en los años noventa no iba a ser ultrajado por un equipo alemán de la década.

Con 35 años cumplidos, Lothar Matthaus seguía valiendo para todo. En este partido alternó su ubicación inicial en el medio campo con la de líbero cuando el peligro se hacía patente, y de él partían la mayoría de envíos que lanzaban las jugadas de los locales. Hamman no fue de la partida, y delante del recuperador Nerlinger y el capitán, el técnico expuso toda la batería de ataque. Herzog a la izquierda, detrás de Klinsmann y Scholl en la derecha, asistiendo a Jean-Pierre Papin. De estos últimos, y teniendo en cuenta la escasa participación del ariete francés en la previa, excepto Scholl todos habían reforzado la plantilla a inicios de temporada, los tres pasaban la treintena y el 9 alemán era el máximo goleador de la competición con una diferencia insultante. Papin era suplente habitual y amenazaba con abandonar el equipo, y El Maradona de los Alpes no llegó a exhibir su mejor juego en el único año que se mantuvo en la plantilla. Por contra, Jurgen Klinsmann, uno de los mejores rematadores alemanes de todos los tiempos, sumaba catorce dianas más diez ligueras. Al cazagoles le esperaban ciento ochenta minutos de férrea marca por parte del segundo capitán azulgrana, Gica Popescu, quien le privaría de ver puerta en esta eliminatoria.

Bayern, en 1-4-4-2: Kahn/ Babbel-Kreuzer-Helmer-Ziegue/ Matthaus-Nerlinger-Scholl-Herzog/Papin-Klinsmann

El Flaco tuvo más problemas para armar su once inicial, principalmente por las sanciones en la retaguardia. Aunque con el último Johan cada alineación solía ser un rompecabezas, dispusiese o no de todos los efectivos. Para la cita, Nadal, Abelardo y Sergi no podrían vestirse de corto, y ello propició el cambio de perfil de un Ferrer infiltrado, que se situó a la izquierda para vigilar de cerca al Balón de Oro ´91, así como la incursión de la dupla Guardiola-Popescu en el eje. Celades haría de falso lateral y cierto interior, al más puro estilo Eusebio años atrás. Amor, ya sin una de las capitanías pero recuperado poco antes para la causa, Roger y Bakero, ayudados por Pep en ocasiones, se encargarían de hacer llegar el esférico al trío de ataque, con Figo y Hagi a pierna cambiada en los costados y Óscar como punta de lanza en situación ofensiva.

Barça, en 1-3-4-3: Busquets/ Guardiola-Popescu-Ferrer/ Celades-Amor-Roger-Bakero/ Hagi-Figo-Óscar

La primera parte acabó con 0-1, gol de Óscar en el 15´, y los aficionados silbando a los locales. ¿La razón?, habría que preguntársela a Hagi y Figo; sus mentes privilegiadas tendrían las respuestas. El Maradona de los Cárpatos, con el 10 a la espalda, hizo el mejor partido que se le recuerda con la elástica barcelonista, que no azulgrana, ya que allí se vistió de verde integral. Figo hizo uno más de tantos en los que fue el mejor de los veintidós actuantes.

El Barça se adelantó en los compases iniciales con una jugada de primero de Cruyffismo. Y siendo así, el protagonista principal no podía ser otro que el media punta Jose Mari Bakero. Durante el tiempo que Óscar y Bakero coincidieron sobre el césped, en repliegue el mayor de los García retrasaba su puesto, dejando al 6 como hombre más adelantado. Así recibió un balón en campo rival y se valió de la posición de Bakero dos metros sobre él para pedirle una de esas paredes que tan bien se le daban al incansable centrocampistas. Tocó Óscar, trazó el desmarque a la espalda de los centrales, Bakero se la devolvió por alto tras Helmer y Kreuzer, y el espigado falso delantero definió a un costado de Oliver Kahn.

De ahí en adelante y por cuarenta y cinco minutos, Figo y Hagi no dejaron de moverse entre sus bandas asignadas y el interior, como peces en el agua. Conducciones, pases al espacio, regates e ingenio. Movimiento constante y arte en el diluvio, mientras bajo sus pies el fango se abría paso entre un césped cada vez más maculado.

Pero estaban en Alemania. Y no sería adecuado olvidar que jugadores con esos mismos genes y principios fueron «los héroes de Berna» en 1954, cuando remontaron la final a la todopoderosa Hungría, o los que dejaron en la estacada a la Francia de Platini en 1982 remontándole un 3-1 o, solo diez años atrás, quienes estuvieron a punto de arrebatarle el Mundial de México ´86 a Maradona en los quince minutos finales. Bueno, Cruyff ya había sentido en sus carnes la tozudez y laboriosidad germana en el 74, por lo que seguro que no tuvo culpa de los diez minutos iniciales que se vivirían en el segundo tiempo del Olímpico de Munich.

Se reanudó el encuentro con Sforza y el polaco Witeczek en el campo. Salieron Herzog y el central Kreuzer, por lo que el técnico pretendía cambiar el panorama de modo radical. La entrada del primero repartió más el balón entre los dos bandos y la del atacante permitió el equilibrio en el marcador. Rehhagel había dado en el clavo.

A los nueve minutos de la segunda mitad, Witeczek primero y Scholl después, aprovechando sendos balones entre los centrales y el lateral derecho fantasma, voltearon el marcador. Era la primera ocasión en que Mehmet Scholl y Busquets se medían en la eliminatoria. El guardameta repelió al centro, manso, el primer disparo del media punta, quien en el rechace no tuvo contemplaciones e hizo el 2-1.

Jordi Cruyff ya había sustituido a Óscar entre los goles, y entrada la segunda mitad compareció De la Peña, el último hálito de esperanza. El Pequeño Buda lo hizo como interior izquierdo y por él pasaron la mayoría de balones de ataque, entre ellos el que posteriormente propició el fallo de Babbel, la cesión involuntaria de este a Hagi tras un mal pase a Helmer que el rumano no desaprovecho para fulminar al arquero. 2-2 y una sensación de justicia que, en forma de sonrisa trémula, se reflejaba en los rostros de Cruyff y Rexach.

FC Barcelona 1-2 Bayern Munich (16 de abril de 1996, Camp Nou)

Igual que en la ida y como durante casi toda la temporada, no contaban Prosinecki -no llegó a debutar en UEFA- ni Cuellar. De la Peña nuevamente esperaba turno en el banquillo, Guardiola no estaba disponible y Celades junto a Hagi, sorprendentemente, tampoco se vistieron. La conclusión de todas estas decisiones era clara: la plantilla no disponía de más talento y la alineación debía, por tanto, carecer de él.

Kodro relevó a Hagi en el ataque, pasando así Figo a la derecha y dejando la punta a Jordi Cruyff, que entró por Óscar. Nadal hizo de líbero, con Ferrer y Sergi resguardándole y Popescu delante de él, actuando como 4 en pureza, ubicación y rol en que tantas veces había sido utilizado por Cruyff en detrimento del propio Guardiola, que a menudo partía de interior derecho. El once propuesto ofrecía mucha intensidad, pero poca seguridad para dominar el encuentro. Y eso se vio durante los noventa minutos.

Barça, en 1-3-4-3: Busquets/ Ferrer-Nadal-Sergi/ Amor-Popescu-Roger-Bakero/ Figo-Kodro-Jordi Cruyff

Rehhagel también varió, pero el mecanismo presentó similar funcionamiento. Los reservas de la ida, Sforza y el goleador Witeczek actuaron de inicio, quedando Herzog fuera de la convocatoria, Papin en la banqueta y Matthaus junto a su entrenador, analizando fases del juego como si las decisiones fuesen compartidas. Hamann tomó su lugar junto a Nerlinger para dar una propuesta similar a la exhibida en Alemania dos semanas antes, pero pretendiendo, con él, abarcar más campo en la transición ofensiva.

Bayern, en 1-4-4-2: Kahn/ Babbel-Helmer-Kreuzer-Ziege/ Hamann-Nerlinger-Sforza-Scholl/ Witezcek-Klinsmann

El Barça volvió a tomar la iniciativa en el juego, aunque sin la brillantez del primer duelo. Las mayores ocasiones fueron de color azul y grana, con Figo proponiendo, Jordi intentando los uno contra uno con más intención que acierto y Kodro recibiendo la mayoría de balones de espalda y lejos del área.

En el minuto 39 Carles Busquets regaló el primer gol. Un tiro lejano de Scholl parecía sencillo de detener, pero Carles hizo patente su heterodoxia e intentó atajarlo en vuelo. El balón se le escapó de los guantes y el fallo fue aprovechado por Babbel para adelantar a los bávaros.

En la segunda mitad el Bayern especuló, dado que el resultado le daba el pase a la final, y el Barça estuvo a punto de marcar por medio de Bakero, que mandó al graderío un pase de la muerte a puerta vacía. Salió primero Cuellar para dar algo más de dominio que un errático Kodro en ataque, posicionándose dentro del área y escorando a Jordi a la izquierda. En el 75´saltó De la Peña, que volvió a agitar el partido.

Pero un desajuste defensivo acabó en desastre. En el minuto 82, cuando el empate parecía más cerca que una mayor ventaja visitante, otra vez Witeczek golpeó la portería barcelonista con un duro disparo que tocó en un defensor y desvió la trayectoria del esférico, alzando el 0-2.

Cinco minutos después, De la Peña ejecutó una falta que, también desviada por un defensor, batió a un Kahn que aún no había sido devorado por el personaje y se mostró inconmensurable en ambos enfrentamientos. Pero no hubo tiempo para más.

Europa había salvado a Cruyff en su primera campaña, la 1988/89. La Copa del Rey lo había hecho en la segunda. Los resultados de las dos primeras semanas de abril de 1996, el Bayern Munich y el Atlético de Madrid, impedirían esta vez que el mejor entrenador neerlandés de la historia pudiese mantener su puesto al menos un año más.

 

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