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La tarde en la que Bautista no fue Bautista

Poco ruido suele hacer el bueno de Roberto Bautista. Ya había estado entre los 10 mejores del circuito, ya había cuajado algún resultado especial en un Grand Slam, pero no acababa de recibir todo el trato que merecía por una razón evidente que tiene nombre y apellidos: Rafael Nadal Parera. Sin embargo, la última Copa Davis le puso en el candelero. Todo el país habló de él e incluso los focos, apartándose del balear, le llegaron a apuntar pese a que estaba viviendo el peor momento de su vida. En plena batalla por alzar el trofeo en Madrid, como anfitriones, perdió a su padre el jueves de aquella semana. El domingo saltó a un campo entregado para abrir el camino a la sexta ensaladera. Era todo un ejemplo. Lloraba. Lo había conseguido.

Desde ahí ha forjado una leyenda que le persigue por todo el planeta: es uno de los tenistas con más perseverancia del circuito. El valenciano no le teme a nada: no suele perder la fe en ningún momento de sus encuentros. Nunca se rinde. En este US Open, como octavo cabeza de serie del torneo, se le presentaba una oportunidad inmaculada para alcanzar y superar la cuarta ronda, su mejor resultado en Estados Unidos. Ante Vasek Pospisil debía adaptarse al juego directo del canadiense: saque y red. No le suele importar eso al español, camaleónico, que se amolda a las circunstancias con una facilidad pasmosa.

Vasek Pospisil superó sus problemas físicos y ganó el encuentro.

Esta vez Bautista debía aceptar que le tocaba ser protagonista para incomodar a un rival que le costaba desde el fondo de la pista. Si movía al de Vernon iba a tener muchas opciones de ganar. Le costó, pero lo acabó consiguiendo en el segundo y tercer set, cuando se perfilaba un triunfo trabajado. Su testarudez le da resultados: si pudiera convencer a Cristóbal Colón que la tierra es plana; lo haría. En el primer set, sin embargo, fue la antítesis de su mito. No irritó a Pospisil en ningún momento ni sacando ni restando. Lo acabó perdiendo. No estaba en el choque. El segundo lo empezó igual: perdió siete oportunidades de break y parecía desconcentrado. Aun así, encadenó un buen ritmo e igualó el encuentro con facilidad.

Un break pronto en la tercera manga le dio fuerzas para ponerle la camisa de fuerza al partido. O eso parecía. El canadiense, al inicio, había conseguido enloquecer el envite con constantes ganadores, pero Bautista sabía que a cinco sets tenía las de ganar. Su rival trató de acortar cada punto buscando unas líneas que solo se reunían con pasillos de dobles y con la red. En la cuarta manga Pospisil pidió ayuda médica y firmaba una derrota decorosa, pero el de Castellón de la Plana volvió a ser humano. Se despistó, perdió el saque y se lo dejó todo para el final. Increíble. Quizás se acuerde durante mucho tiempo de su descuido en esta entrega de Nueva York. Todo iba a ir para abajo. En el quinto acto se avecinaba drama. El español perdió su servicio y no pudo remontar. El campeón de la Davis se ha ganado con creces esa leyenda de guerrero donde se esconde un diligente tenista que juega con una perspicacia perenne. Así gana partidos. Pero esta vez, en el momento en el que Bautista suele ponerle su sello definitivo, recordó que este deporte tiene sus reglas y caprichos. Pospisil apartó sus problemas físicos y ganó, finalmente, con una sencillez insospechada.  

Martorell (Barcelona), 1996. Periodista freelance. Amante del fútbol y loco por la Premier League. En mis ratos libres intento practicarlo.

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