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La prosa de Benito Floro en Albacete

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».

Hace más de un cuarto de siglo, la apertura de la mejor novela de todos los tiempos, El Quijote, fue leída por uno de los personajes más influyentes de la comunidad autónoma del Ingenioso Hidalgo en temas deportivos. El maestro de titulación Benito Floro Sanz, mediante su afición a la lectura, hacía así gala de un profundo respeto por la cultura y la tradición local, que en este caso trascendía todas las fronteras.

Semejante a lo que le sucediese a la Novela en el Siglo de Oro español, principalmente a la de género caballeresco, el fútbol no dejaba de ser un mero pasatiempo, secundario y sin demasiado prestigio para los ciudadanos que poblaban la pequeña de las Castillas en el siglo XX. Quizá varios campesinos pateando una bola de paja durante sus breves descansos en la llanura, por el impulso irremediable y el divertimento que parecen inherentes a este deporte. Tal vez jovenzuelos gritando las gestas europeas del cercano Real Madrid de la Quinta del Buitre entre las murallas de Toledo, liberando así su inagotable energía, en esa capacidad de excitación que parece también nacer con el fútbol, se sea más o menos aficionado. Durante muchas décadas, poco más. Pero en la última, todo sería diferente.

Por suerte, distinto a lo ocurrido con la figura de Miguel de Cervantes, el mérito le sería reconocido al autor de manera contemporánea, inmediata y fiel. Con un trienio le sobró tiempo al entrenador para construir su mejor obra. Una vez ésta en la cumbre, a través de Floro el fútbol adquiriría en Albacete, la ciudad más poblada de la Mancha, lo que, solitariamente fallecido, la Literatura concedería a la maravillosa pluma de Cervantes. Una trascendencia, un valor y una grandeza capaces de agitar sentimientos con virulencia. Y tratándose de una de las comunidades más civilizadas de España, la capacidad de hermanar más a las personas.

El «Príncipe de los Ingenios» fue madrileño y «El maestro», asturiano criado en Valencia. Pero para gran parte de nosotros, ambos son historia de Castilla-La Mancha. Sabemos que Don Quijote era Cervantes. Y viceversa. Éste, en sus innumerables idas y venidas en busca de una vida más digna en lo económico, vivió lo que escribiría. Aquél, quiso salir del lugar que no quería acordarse para caminar todo lo que había leído. Ambos –el mismo-, pretendían encontrarse como persona.

El Albacete Balompié de 1989-1992 era Benito Floro. O la expresión de él, de sus pensamientos. Entrado en la veintena, con el sentido de la responsabilidad bien desarrollado, Floro, habiendo colgado las botas aquejado de vértigos, cogió una mochila atestada de libretas para probar fortuna en los campos meridionales. Pero a diferencia de la generalidad de la zona, los terrenos que él quería labrar no eran áridos, sino que pretendía caminar por las verdes tarimas de los más ambiciosos estadios. El fútbol era su vocación. Y salió en su búsqueda. En la del fútbol, en la propia. Aquel Albacete fue el reflejo de su interior.

El caminante llegó al Alba

Con un largo recorrido por campos que más que coliseos parecían representar ruinas romanas, Benito Floro acabó en Albacete. A su llegada, pese a sus tempranos 37 años, el bagaje acumulado le hacía ver las cosas con la mirada del experto. Había conseguido ya cinco ascensos en las categorías inmediatamente inferiores y nada le parecía utópico.

Él crecía y vivía el camino elegido, pero como cada nueva temporada su cabeza seguía llena de taberneros, de doncellas y gloria. De tácticas perfectas, jugadores exquisitos, goles y victorias. Ansias y deseos que, similares a los de el Caballero Andante, pudieran parecer irracionales, pero que sólo él sabía que podían ser alcanzados. A muchos molinos de viento se enfrentó Floro y a todos logró derribar, convenciéndose a sí mismo de su locura. Seguía joven. El Alba podría ser su mejor versión. Sin duda.

La aptitud, la voluntad, el tesón… Todo estaba ahí, en su almacén. Y aún creía que bastaba con aprovechar el momento justo en que se presentase la oportunidad. En 1988, el primer tren manchego pasó por su estación. Ya no se bajaría hasta a última parada: la Liga.

Tres años después de poner un pie en la Mancha, ni el más crédulo al que le contasen las andanzas de Floro en el club albaceteño podía aceptarlo como verdad. Subir al Albacete Balompié categoría a categoría hasta plantarlo a las puertas de Europa. Convertirlo en el único equipo de la clásica comunidad española en alcanzar la cumbre.

La gesta de Benito Floro en hechos

En el verano de 1988 Floro se hizo cargo de un Albacete Balompié que, de la mano de Julián Rubio, había finalizado doceavo en la tabla.

Su carrera se alargaba diez años, en los que había conseguido varios ascensos a Tercera y Segunda B y recientemente dos cuartos puestos en en esta categoría, con el Olímpic de Xàtiva primero y el Villarreal CF después.

A base de trabajo, seriedad e innovación se había granjeado un cartel fácilmente perceptible por los dirigentes de clubes medios, que cada vez dudaban menos en darle las llaves de sus vestuarios.

Un estudioso del balón, en el Albacete estableció la filosofía de juego que le caracterizaría a lo largo de su carrera. El dibujo se ceñía al 4-4-2 en zona, con centrales sólidos en línea, mediocentros de buen trato de balón, extremos trabajadores y delanteros poco estáticos, más hábiles que la media. Cierre y empuje, movilidad y ataques veloces por los costados. Aunque Floro dijese que «sólo se parecían en defender con cuatro hombres en línea«, lo cierto es que, a pasos agigantados, se estaba convirtiendo en el homólogo español de su admirado Arrigo Sacchi, cuyo novedoso sistema de presión y achique con defensa adelantada y pareja de pivotes en pocos metros, dominaba Europa.

Como suele ser habitual en la división de bronce, para formar su plantel Floro necesitó fichar a la mayoría de los integrantes. Dentro de esta tesitura, durante sus tres cursos al mando decidió apostar por futbolistas conocidos y fiables, muchos de los cuales habían estado a sus órdenes en los equipos anteriores.

Temporada 89/90

Segunda división B: campeón y primer ascenso

Para la de su estreno, Floro reclamó al portero de origen suizo Oliver (28), a los defensores Sancho (23) y Quique (26) y los centrocampistas Manolo (26) y Chesa (19). Los primeros habían coincidido con él dos años atrás en el Olímpic, los volantes en el Villarreal CF y Quique en ambos clubes.

Al margen de lo familiar, la principal apuesta del verano fue la del técnico delantero Corbalán (23) quien, criado en la cantera del FC Barcelona, venía de hacer 8 goles con el Levante. Sus 26 tantos le convertirían en el principal baluarte ofensivo de este primer ascenso y hasta la marcha de Floro sólo traería alegrías a la afición. Del equipo levantino también llegaría Patri (26), mediocentro que se haría con una de las posiciones de la medular. Otra de las altas que se pasaría por ser eterna fue la del hombre de banda Menéndez (26). Este año sumó cinco goles, y durante todos los compartidos con el técnico se comería el carril sin miramientos, jugando más o menos adelantado y dando siempre el máximo.

De la plantilla disponible se mantuvieron el polivalente defensor Coco (20) y el mediocentro Catali (28), que portó siempre el brazalete de capitán, así como los atacantes Parada (24), Cabrero (24) y Antonio (24). Todos ellos terminarían siendo material imprescindible ascenso tras ascenso. Antonio esta misma temporada atinó 18 dianas, completando así una media de quince en las tres últimas campañas. Desde el banquillo, los propios Oliver y Coco, así como los extremos Chesa y Cabrero, ambos con seis goles, serían fundamentales en la rotación.

El juego por banda y una dosis de disciplina táctica permitieron a los de Floro acabar líderes por delante de la UD Melilla.

Alineación habitual: Rodri/ Sancho-Monfi-Quique-Menéndez/ Catali-Patri-Manolo-Parada/ Corbalán-Antonio

Temporada 90/91

Segunda división: campeón y segundo ascenso

Por primera vez Benito Floro sentía el placer de una categoría plagada de grandes estadios, futbolistas de renombre y clubes con un capital bastante para formar proyectos de verdadero nivel. Pero, como el mismo decía, la pasión no cambia por jugar en exigencias superiores, el partido es el partido. Durante los 90 minutos de juego, el fútbol se vive igual en cualquier entorno.

Ese año el Alba tendría que vérselas con clubes como el Celta de Vigo, el Lleida de Mané o el a la postre segundo clasificado – y en un futuro próximo sensación española- , Deportivo de la Coruña dirigido por Arsenio Iglesias.

Floro apostó por lo conocido, como solía hacer. Mantuvo a los jugadores importantes no sólo en la plantilla, sino en el once, y reforzó el esqueleto con varias vértebras. El técnico dio en el clavo principalmente con dos de las adquisiciones: el internacional portero costarricense Conejo (30) y el centrocampista uruguayo Zalazar (27). Sin la sabiduría de ambos sobre el terreno, difícilmente se hubiese conseguido la gesta.

José Luís Zalazar, un todoterreno no exento de técnica y con un brutal disparo, que había pasado por el Cádiz en Primera y recientemente por el Español, con el paso del tiempo se convertiría en el hombre más importante y reconocible de la era Floro. Este curso sería, además, el máximo goleador con 16 tantos.

Con ellos llegó otro jugador de renombre procedente del Recreativo de Huelva. El zaguero Juárez, a sus 28 años y tras una trayectoria en el Valencia CF en primera división, sumó galones a una defensa en la que Coco tomó la titularidad en detrimento de Monfi.

Conejo, Suárez, Catali, Zalazar y Corbalán formaban ahora una columna a prueba de golpes. Corbalán sumó 15 goles y Antonio 9, asentándose como una dupla letal pese a su estatura media y aparente debilidad ante los férreos marcadores de la época.

Misma filosofía y modelo de juego. Mismo resultado final. A la última jornada se llegaba con el Murcia como líder casi permanente, seguido de cerca por el Albacete y el Deportivo. Murcianos y gallegos se veían las caras para decidir el desenlace, ya que la diferencia de un punto entre cada uno de ellos permitía que todo cambiase. Y cambió. El Alba venció 2-0 al Salamanca, toda vez que el Dépor se impuso por igual resultado al Murcia, asaltando ambos ganadores la cabeza de la tabla que les permitía ascender directamente, mandando al Murcia a la promoción de ascenso, objetivo que finalmente no conseguiría.

Alineación habitual: Conejo/  Juárez-Quique-Coco-Menéndez/ Zalazar-Catali-Parada-Manolo/ Corbalán-Antonio

Foto; Jesús Moreno

Temporada 91/92

Primera división: séptimo puesto

Benito Floro había conseguido lo que sólo él imaginaba. Pero aún faltaría la guinda del pastel. Enfrentarse al Barça de Cruyff, rozar Europa y, luego, ser reclamado definitivamente por Ramón Mendoza para dirigir al Real Madrid. Y digo definitivamente porque en palabras del propio entrenador, a falta de pocos meses para finalizar la temporada pasada el presidente blanco le había ofrecido hacerse cargo del banquillo en un periodo de crisis. Oferta que rechazó por lo incoherente e irresponsable de abandonar un proyecto sólido cercano al ascenso y empezar otro a medio derruir, por monumental que el club blanco fuese.

Jugar en el escalón más alto hace pensar que el grupo necesita ser reforzado prácticamente en todas las líneas. Si bien, Floro demostró que no. Que son necesarios algunos fichajes, pero que la base no puede ser destruida, ya que fácilmente llevaría al desastre.

Para apuntalar la retaguardia se acudió al FC Barcelona, pescándose a los jóvenes laterales Delfí Geli (22) y Oliete (21). El primero no entraba en los planes de Johan Cruyff, y el fornido zaguero despuntaba en la cantera.

Floro repescó a su inseparable Chesa, que ya tenía 21 años y había pasado con más pena que gloria por Málaga. La confianza en él fue total, reemplazando en el once al volante Manolo, que con 28 años pasaba a la reserva.

Las apuestas ofensivas fueron las más ambiciosas, pero los resultados no estuvieron acordes a las esperanzas en ellas depositadas. El internacional boliviano de 21 años Marcos Etcheverry dejó destellos de su zurda las veces que compareció. Quizá las exigencias del entrenador no fueron lo que necesitaba, y sólo pudo aportar dos goles en los 15 juegos disputados.

Empezada la campaña y con un Corbalán menos productivo -acabó con seis goles- y partiendo desde el banquillo, aterrizaron dos delanteros puros. El argentino Daniel Toribio Aquino (26) venía de hacer una media de 15 tantos en sus tres años en Segunda liderando el ataque del Real Murcia. No se hizo con el puesto y sumó sólo tres goles. Del Real Madrid se consiguió la cesión del canterano Ismael Urzaiz, que con 20 años formaba parte de la primera plantilla. Un «9» clásico de área era una figura poco usada por Floro hasta entonces. Urzaiz tampoco cambiaría esta dinámica, participando finalmente en 11 encuentros para conseguir ver puerta una única vez.

Quien saltó a la titularidad brillantemente fue Julio Soler,  un centrocampista de 26 años fichado el curso anterior del Ceuta y que había sido el primer recambio para la zona media en el reciente ascenso. Con él y la explosión de Chesa y Zalazar y Menéndez jugando adelantados, los damnificados fueron, además de Corbalán, los hasta ahora fijos Parada y Manolo, cuyas aportaciones pasaron a ser escasas. Por primera vez Antonio jugaba más situado en punta, con Julio Soler algo retrasado. Su cifra goleadora descendió a cinco.

En conjunto, el equipo demostró un acople y una estabilidad envidiables. Zalazar volvió a dominar la zona ancha ante la mayoría de los rivales. Y a marcar 13 goles. Conejo detuvo todo lo posible y los de Benito Floro estuvieron a cerca de meterse en Europa, quedando a sólo un punto del último que lo consiguió, el todopoderoso Real Zaragoza de Víctor Fernández.

Alineación habitual: Conejo/ Geli-Coco-Juárez-Oliete/ Zalazar-Catali-Menéndez-Chesa-Julio Soler/ Antonio

Benito Floro creyó en sí. En el conocimiento, el esfuerzo, el método y la profesionalidad. Fue un trabajador, pero también un artista. Lo conseguido desde la base le permitió dar el salto al Real Madrid, donde permanecería un curso y medio dirigiendo a estrellas como Buyo, Sanchís, Prosinecki, Michel, Butragueño o Zamorano, futbolistas que venían de pasar casi dos años en sequía y a los que llevaría a levantar la Copa del Rey 92/93 y la Supercopa de España siguiente. Más tarde regresaría al Albacete y a una ciudad donde, más allá de lo que suceda, seguirá siendo querido y recordado generación tras generación.

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