«Si te encuentras con la victoria o la derrota trátalas a ambas como el mismo impostor«. Esta frase, cuya autoría pertenece al Premio Nobel Rudyard Kipling, ocupa un puesto de privilegio en el vestuario de Wimbledon. Rafa Nadal cumplió a rajatabla la cita literaria. Lejos de mostrar la decepción que sufría por dentro, felicitó a su rival y lo esperó para salir juntos de la pista y poder firmar algunos autógrafos.
A algunos les parecerá una nimiedad pero esos momentos son los que marcan la grandeza de un deportista. La derrota en octavos de Wimbledon probablemente se encuentre entre las más duras de la carrera del manacorí. Junto con otras como la final de Australia de 2014 perdida ante Wawrinka y las semifinales de los Juegos Olímpicos ante Del Potro el año pasado.
Nadal venía con un juego y confianza que le hacían plantearse cosas importantes en Wimbledon. Su nivel en las tres primeras rondas, al margen de los rivales, mostraba que el cambio de tierra batida a hierba no parecía un escollo. Con un juego agresivo y sin eludir acabar las jugadas en la red. Faceta esta última poco explotada los años anteriores por su parte.
Todo eran buena noticias hasta que llegó un tenista de Luxemburgo de 1,93 metros de altura. Gilles Muller puso en jaque todas esas buenas sensaciones de la primera semana de competición. Apoyado por un gran saque, casi imposible de descifrar. El reloj de la pista apenas marcaba una hora y cuarto de juego cuando el número 26 del mundo vencía por dos sets a cero.
Rafa, caracterizado por su facilidad para restar, tuvo que esperar al tercer set para lograr el break. Parecía que había encontrado la fórmula para poner en juego los saques de Muller. Tras alargar el partido al quinto parcial, daba la sensación que el balear iba a lograr la gesta pero se quedó a medio camino.
Los oportunidades desaprovechadas, con bolas de break incluidas, por parte de Nadal y la sangre fría y estado de gracia de Muller, imposibilitaron hablar de otra gesta en el currículo del tenista español.
Otro tenista viéndose por debajo de forma tan abultada ante un especialista en hierba se hubiera inclinado mucho antes pero no Rafa. Rendirse no está dentro de su vocabulario. Empeñado en dar hasta el último aliento en todos los puntos. Su persistencia le ha llevado a ser un jugador que será recordado dentro de muchas décadas y al que aún le faltan batallas épicas en las que, a buen seguro, resultará victorioso.
Viendo su reacción y analizando sus derrotas en las pasadas ediciones, no cabe duda que Rafa Nadal le tiene especiales ganas a Wimbledon. Desde 2011 y después de jugar la final de manera consecutiva en cinco ocasiones, Darcis, Rosol, Kyrgios, Brown y Muller se vistieron de villanos. Todos ellos rivales inferiores que perdieron en la siguiente ronda.
En términos tenísticos, se echó en falta mayor determinación de Rafa en ciertos momentos. Su revés no fue ese golpe que tanto le estaba dando en los últimos encuentros. Anecdótico que sus 23 aces le llevasen a anotar su récord personal.
La hazaña se quedó a medio camino. Remontar el partido le habría dado una dosis extra de confianza. Ahora, habrá que esperar como mínimo un año más para ver a Nadal coronándose por tercera vez en las pistas del All England Club.
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