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Hungría: La grandeza que lleva dentro

Es posible que la selección húngara sea, hombre por hombre y nombre por nombre, una de las peores de la Eurocopa 2016. Cuenta con pocos jugadores con experiencia en competición internacional, ninguna estrella reconocible y casi la mitad de la plantilla compite en la liga de su país (por debajo de las 50 mejores del mundo según IFFHS).

Se clasificaron para el torneo 44 años después, aprovechando la ampliación de cupos y eliminado a Noruega en la repesca. El grupo designado daba alguna mínima opción de acabar como una de las mejores terceras, pero incluso Islandia presentaba más credenciales para el pase a octavos.

 

Por eso, cuando David Alaba disparó al palo al minuto dos de comenzar el partido, los pensamientos de una victoria fácil de Austria sobre Hungría se hicieron todavía más convincentes. Quién podía imaginar entonces que un portero de 40 años, más famoso por sus pantalones largos que por sus paradas, fuera a ser el héroe de la primera mitad. Ya lo fue ante Noruega, pero Király, el jugador más veterano en disputar un partido en la historia de la Eurocopa, fue más allá y mantuvo viva a Hungría cuando más lo necesitaba.

La primera parte acabó con un disparo de Dzsudzsák que se marchó por línea de fondo. Enfiló la portería en una posición ideal para haber firmado el primer tanto pese a que su equipo había estado en una cueva durante más de media hora. El autor de la ocasión fallida estaba destinado a ser uno de los mejores jugadores de la historia de su país cuando debutó muy joven en el PSV y muchos le comparaban con Arjen Robben. A sus 29 años, juega en el Bursaspor, lleva el brazalete de capitán y es sin duda el jugador más desequilibrante de Hungría, pero Robben quedó a miles de kilómetros de distancia.

 

A más de 2500 kilómetros de distancia estuvo de su casa de Budapest el delantero Ádam Szalai el día que se incorporó a la cantera del Real Madrid a los 19 años de edad. Apuntaba a crack, pero acabó deambulando en equipos de mitad de tabla de la Bundesliga. Llevaba 18 meses sin marcar un gol con su país cuando una de las mejores jugadas de lo que llevamos de torneo -obra de un chaval apartado por su club y clave en la repesca- acabó con el balón entre la portería y sus botas. No dudó en arrastrarse por el césped para arañar el esférico e introducirlo en las redes, como el que necesita cazar para sobrevivir. Esa heroica acción cambió el partido definitivamente.

Minutos después, Austria se quedaba con diez al tiempo que Hungría, en lugar de relamerse los dedos, continuó oliendo sangre viéndose cada vez con más espacio. El espacio ha hecho felices a los húngaros desde tiempos inmemoriales, cuando Puskas, Kocsis, Czibor y compañía lo aprovechaban para torturar a sus rivales allá por los años cincuenta. Ningún húngaro menor de 30 años había visto a su selección jugar en una Eurocopa, y mucho menos ganar un partido. Por eso, un país entero estalló de júbilo cuando Stieber corría como una bala al pase de Priskin -ambos suplentes- y definía ante el portero austriaco con la tranquilidad del que lleva siglos debutando en torneos de alcurnia.

Hemos oído mil veces que esta Hungría no es la de Puskas, ni juega al fútbol total, ni aterroriza a una mosca. Toda la razón del mundo. Pero haríamos bien en no subestimarla. Las vestimentas no lo aparentan, pero la grandeza, esa que le hizo famosa en el mundo entero, la sigue llevando dentro.

 

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Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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