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La final de Bale... ¿sin Bale?

Es el gran debate sobre la final de Champions League del sábado y el secreto mejor guardado por Zinedine Zidane, el entrenador del Real Madrid, quien deberá decidir si juega Gareth Bale el partido que lleva soñando toda su vida o si apuesta por Isco, una de las grandes sensaciones del equipo blanco esta temporada.

No es una decisión sencilla. Ni futbolística ni sentimental. El partido es en Cardiff, la ciudad natal del galés, y Zidane deberá dar solución a un profundo debate en el que, según dice, también se juega parte de su credibilidad, de su autonomía como técnico, de su independencia para hacer alineaciones.

Bale es uno de los «niños bonitos» de Florentino Pérez, el presidente blanco, un jugador por el que pagó unos 100 millones de euros -la cantidad nunca fue aclarada- al Tottenham inglés en 2013 para satisfacer sus ansias «galácticas». Lo cierto es que en sus cuatro temporadas en el Real Madrid, el galés todavía no pudo justificar semejante inversión. Y no porque no se atisbe que tiene talento -como demostró en la última Eurocopa o con goles importantes para el club-, sino porque las lesiones no hicieron otra cosa que confirmar que es un «jugador de cristal».

Así se cofirmó esta temporada, en la que entre tobillos y músculos apenas pudo jugar 26 partidos. La última lesión ocurrió el 23 de abril en el clásico ante el Barcelona, una cita que dejó varios heridos, incluyendo a jugador y entrenador. «Me dijo que le apetecía jugar», manifestó Zidane después de ese partido, en el que Bale reaparecía después de una lesión muscular para volver a recaer. No terminó la primera parte y tuvo que retirarse. Desde entonces no ha vuelto a disputar ni un minuto.

Durante el final de temporada, Bale asistió al emergente momento de Isco, que protagonizó varios momentos estelares en la Liga española y la Liga de Campeones para confirmarse como uno de los grandes ídolos blancos de la actualidad. No sólo eso, sino que con su inestimable colaboración el Real Madrid protagonizó brillantes fases de juego. La salida de Bale y el ingreso de Isco propició un cambio en el dibujo y el equipo abandonó el 4-3-3 para jugar con cuatro centrocampistas. Un esquema más equilibrado con el que el conjunto de Zidane primó la posesión y elaboración por encima del vértigo y la pegada.

Bale confirmó el miércoles que está «fenomenal» físicamente después de completar duras sesiones dobles de recuperación y varios entrenamientos con el grupo. Pero también reconoció que le falta ritmo de competición.

«Obviamente no estoy al cien por cien todavía. Si el entrenador piensa que puedo ser un problema, habrá que verlo. Si tengo que salir desde el banquillo como revulsivo lo haré», declaró.

Fue todo un ejercicio de honestidad y una ayuda -no se sabe si voluntaria o involuntaria- para Zidane. Una manera deportiva de quitarle presión externa para decidir. Ahora le corresponde al francés tomar la última y trascedente decisión de la temporada.

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