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La exigencia y los cinco minutos

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El Valencia ha marcado el nivel de exigencia de la ambición del Betis. Lo dijo el propio Setién en rueda de prensa: el partido era una prueba de fuego para conocer en qué grado competitivo está ahora mismo el nuevo estilo. Y el nivel verdiblanco no es el de un segundo clasificado liguero por mucho que la ilusionante dinámica, el afán de protagonismo y la euforia por el sobresaliente inicio liguero hayan llevado al Betis a tratar de colarse en un vagón de primerísima clase que hace más de una década que no soñaba con pisar.

El choque ante los ches estuvo claramente marcado por las derrotas constantes en los duelos -que no en los errores- individuales, los cuales costaron la mayor parte de los goles (Guardado vs Guedes, Narváez vs Rodrigo, Fabián vs Kondogbia) y en las oportunidades desperdiciadas para meterse mucho antes en el partido (Sergio León vs Neto), pero también por una superioridad bastante constante por parte de los de Marcelino, que exprimieron al máximo la baja en la medular bética de un Javi García que con su ausencia –motivo principal del castigo que infringió el Valencia a las transiciones ataque-defensa verdiblancas-, volvió a demostrar su indispensabilidad tanto o más que con su presencia.

El Betis realizó una hora de juego bastante positiva, tratando de incidir y generando opciones a través de sus cánones más o menos habituales -con constantes desdobles por banda y buscando el centro lateral como vía previa al remate-, pero se encontró con dos centrales dominantes dentro del área y le costó un mundo girar el orden del planteamiento defensivo del Valencia, que además de replegarse muy rápido cuando no le interesaba ejercer una presión adelantada puntual a través del frenesí de Zaza, obligaba al Betis a pecar de horizontalidad y lo aprovechaba para ser él vertical y salir como un avispero a través de Guedes, principalmente.

Por si esa respuesta no fuese suficiente para aprovecharse de una mala tarde de cara a puerta del Betis hasta que el partido enloqueció y de un prácticamente nulo juego interior, el Valencia disfrutó de muchísimos tramos en los que supo defenderse con la pelota de manera excepcional, con un Parejo que es un maestro en esas lides y un Geoffrey Kondogbia dominante e imperial en lo físico, abarcando muchísimos metros y dándole a su equipo un aire vital en la zona ancha por su capacidad para salir de la presión en conducción y aguantar todas y cada una de las embestidas rivales en los intentos de despojarle del cuero.

Los cinco minutos

La vida es eterna en cinco minutos, cantaba Víctor Jara. Entre el 79’ y el 84’, el Betis pareció aferrarse al estribillo del himno del cantautor chileno y puso bocabajo el Benito Villamarín, que gracias a esos cinco minutos sigue creyendo, como antes del partido y pese a los seis aguijonazos en el cuerpo, que este año sí, que todo sigue siendo igual de posible que antes de la derrota, tras espantar en ella y en apenas un instante los fantasmas recientes de irremediables goleadas con defensas de brazos caídos y ataques de inexistentes arrebatos como protagonistas, y con todo un escenario abocado a la mera rendición cabizbaja.

A buen seguro que los que se fueron en el 75’ de partido lo repensarán la próxima vez que el contexto vuelva a asemajarse a este. Es evidente que no fue de la manera deseada ni por asomo, pero el hecho de que el Betis no cejara en su empeño, no se desprendiese de su actitud ni con un 0-4 en contra y lograse extasiar en un increíble amago de remontada histórica, redunda en ese cambio de mentalidad deportiva que poco a poco también se va trasladando a la grada.

El Valencia de Marcelino no es el segundo clasificado por azar. Su renacimiento, similar al del Betis con respecto a la pobre situación de ambos clubes en el pasado más reciente aunque con unos preceptos incluso opuestos, marca la exigencia que el Betis de Quique Setién se ha autoimpuesto, el techo competitivo al que aspirar sin perder la noción del ya de por sí redimensionado y elevado suelo, las maneras de tratar de ser cada partido mejor para acercarse a él.

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Enfrentarse cara a cara al mejor contraestilo posible con respecto al propio ideario, pese a ser en un duelo en el que salió derrotado con todo merecimiento y que acarrea las lógicas preocupaciones de un marcador en contra que llegó a escaparse de las manos, permitirá un necesario espacio para reflexionar, pulir, matizar y mejorar desde el mejor ajuste a la hora de ejecutar el repliegue tras pérdida, a la obtención de una mayor variedad ofensiva en las formas. Para lo que no hay ningún espacio, en cambio, es para cambiar la diáfana propuesta y sus incorruptibles argumentos. Los mismos que hicieron creer a todos que levantar un 0-4 era posible, los mismos que ya han empezado a derribar el recuerdo de la griseza reciente ante el empuje de la nueva exigencia reinante.

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