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La edad de oro de las pizarras

La regular season 2017/2018 está siendo una de las mejores de los
últimos años, de esto no hay duda. Varias son las razones para aglutinar tantos
halagos hacia un momento de la temporada que en otras campañas ha terminado
resultando tedioso a más no poder.

Con el Este bajo mínimos
en cuanto a súper estrellas se refiere, la Conferencia se ha reinventado, como
ya hemos explicado en alguna pieza anterior, para seguir siendo una referencia
en el baloncesto mundial. Pero no sólo de eso se alimenta un gigante tan
devorador de mundos como la NBA, claro está.

La lucha por los puestos
de playoffs en el Oeste es una batalla
madrugada tras madrugada. Un pulso con la historia por saber qué equipos
acompañarán a Rockets y Warriors en lo que, presumiblemente, parece un duelo
predestinado por los dioses para discutir la hegemonía baloncestística.

Lillard y sus Blazers
firmando una temporada escandalosa, Davis liderando a unos Pelicans cojos tras
el adiós de Cousins, San Antonio sobrevive sin Leonard pero con un LaMarcus all-star, Oklahoma y su Big Three sin expandir, Utah y la
reafirmación del colectivo, Wolves y su ilusionante proyecto, Denver y sus
jóvenes o Clippers y su reconstrucción obligada.

Todas ellas grandes
historias para escribir y narrar por cualquier medio, pero todas esconden un
culpable. Un caballero de traje y compostura modélica que, partido tras
partido, cincela su sistema en el mejor campo de pruebas posible. La figura del
coach en la NBA no puede estar más
viva.

Son tiempos de quinielas
para dilucidar qué nombre llevará inscrito cada uno de los distintos trofeos
individuales que entrega la NBA (ahora a final de temporada). Si bien el MVP
parece claro para James Harden (aunque Davis, James y Lillard tienen algo que
decir), el ROY sólo tiene dos aspirantes de pleno: Simmons y Mitchell. Tiene
más papeletas el rookie de 76ers por
su polivalencia en la pista y sus números de escándalo, pero el anotador mormón
no se bajará de la pelea hasta el último instante.

Pero hay un premio que
este año va a brillar con luz propia, pues sus aspirantes están dejando el
listón más alto que nunca. Ese es, efectivamente, el COY (Coach Of The Year). Voy a tratar de desmenuzar, en unas breves
líneas, el trabajo y recorrido de los hombres que con más merecimiento y fuerza
aspiran al premio en esta edición.

Brad
Stevens
. Poco que añadir sobre este genio de los banquillos.
Si tuviéramos una máquina del tiempo, nos montaríamos en ella para ver el
futuro dentro de treinta años y veríamos a un Brad con facciones popovichianas en su rostro. Su
majestuoso trabajo en Butler le valió la confianza de la gerencia en Boston, y
este demostró que no se equivocaron dándole la oportunidad de su vida. En cinco
temporadas al mando del equipo, ha llevado a Boston esta temporada y la
anterior a más de 50 victorias, además de alcanzar las Finales de Conferencia
el año pasado. Sin Hayward lesionado y con multitud de problemas físicos,
incluidos la rodilla de Irving, Stevens ha implementado el gen competitivo en sus
chicos hasta hacer de estos Celtics un equipo reconocible en cualquier lugar.
Máximo candidato.
 

Nate
McMillan
. El milagro más impresionante del Este lleva su
firma. Tras la salida de Paul George en verano y la amenaza del fracaso
presente, Nate ha sacado un rendimiento mayúsculo a una plantilla que todos los
expertos tildaban de mediocre. Con Oladipo en modo estrella (el MIP es suyo),
McMillan ha incrementado el nivel de gente como Collison o Bogdanovic, al
margen de cerrar su aro con el gigante Tuner. Trabajo en la sombra que bien
merece el premio como reconocimiento.

Quin
Snyder
. El hombre que manda en Salt Lake City. Un técnico
privilegiado cuyo trabajo tras la salida de Hayward este verano le está
elevando a la categoría de top 5 en los banquillos NBA. Su pilar es la defensa
y el baloncesto coral, dos sellos de identidad que han guiado a Utah en una
temporada tan complicada como maravillosa en el segundo tramo de la misma.
Galones para el buque insignia Gobert, libertad para Ricky, balones a Mitchell
y fe absoluta en su segunda unidad y en un Joe Ingles renacido. Los playoffs son el premio justo a un
despliegue táctico brutal.

Dwance
Casey
. Los mejores Raptors de la historia tienen un
alquimista que merece todos los halagos. Si bien se le ha acusado de falta de
cintura para mover fichas en momentos complicados, hasta hoy, la temporada de
Toronto es impecable. Luchan por el primer puesto de la Conferencia gracias a
una segunda unidad que pasa por ser la mejor de toda la liga, fruto del trabajo
de cirujano de Casey. Además, DeRozan y Lowry siguen siendo una de las mejores
parejas de toda la NBA.

Terry
Stotts
. Otro técnico que ha sabido aceptar el adiós del
proyecto que tenía con LaMarcus y Batum, entre otros, y asumir que había que
construir con lo que le quedaba, que no es baladí. Ha llevado, con su sistema,
a relanzar la carrera de un Lillard que vive en modo MVP. Bien secundado por
McCollum o Nurkic, los Blazers de Stotts serán un quebradero de cabeza en playoffs.

Gregg
Popovich
. El mejor entrenador de la historia no podía faltar
en este debate. Con Leonard en el dique seco y un equipo que se mueve entre una
nómina de veteranos en horas bajas y un listado de promesas que no acaban de
arrancar, Pops va a llevar, salvo hecatombe de última hora, nuevamente a los
Spurs a playoffs. Es eterno y punto.
Algún día el premio llevará su nombre.

Mike
D’Antoni
. Los Rockets son aspirantes al trono de los Warriors
por pleno derecho. Están en más de sesenta victorias, algo que en Houston no
habían conocido nunca. El trabajo de D’Antoni está siendo elevado a la enésima
potencia gracias a la incorporación de Paul y la llegada de veteranos ilustres.
Nunca un técnico ha repetido título en años consecutivos, pero esta histórica
temporada en Texas puede suponer el fin de esa maldición.

Destacar también la
labor de Alvin Gentry en New Orleans, Brett Brown en Philadelphia, Eric
Spoelstra en Miami y Kenny Atkinson en Brooklyn.

Periodismo. Hablo de baloncesto casi todo el tiempo. He visto jugar a Stockton, Navarro y LeBron, poco más le puedo pedir a la vida. Balonmano, fútbol, boxeo y ajedrez completan mi existencia.

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