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La conjura de los necios

Sí, Joaquín, nos sobran los motivos. Pero nos sobran para hacer el imbécil. España no es, ahora mismo, por decirlo de una forma sencilla, un lugar tranquilo. Los conflictos políticos que hemos vivido y que viviremos con total seguridad en los próximos meses han fragmentado una sociedad a la que siempre, no nos vamos a engañar, le gusta vivir a gritos. Un territorio que adoptó como forma de vida la teoría del eterno retorno, esa corriente filosófica del estoicismo que plantea un mundo creado por y para destruirse mediante una eterna conflagración. Nacer para pelearse, pelearse para morir y morir para volver a nacer.

De poco aguante y nula autocrítica, el ciudadano medio de España (sea del lugar que sea) posee la virtud y a la vez maldición de tener una mecha muy corta a la hora de poder debatir y aceptar los cambios que llegan a nuestras vidas. La vida no es blanca ni negra, no. La vida tiene más grises que una foto de Robert Capa. La era de las redes sociales han potenciado, y de qué manera, esa tendencia natural a la discusión. Nos hace falta poco, la verdad.

El último debate absurdo ha nacido a raíz de la nueva camiseta que la firma de ropa de Adidas ha presentado para la selección española de fútbol, con la cual disputará el Mundial de Rusia 2018 y que estrenará en el amistoso ante Costa Rica este sábado en Málaga.

Ésta presenta un gran parecido respecto a la zamarra que lució el combinado nacional en el Mundial de Estados Unidos en 1994. El rojo predomina en la totalidad de la prenda, pero el toque de distinción y debate nace de las tres franjas verticales con formas de rombos que han añadido en el lado derecho, igual que la usada en territorio yankee. En aquel entonces, de las tres franjas, dos (a ambos extremos) eran de color amarillo y la del centro de un azul oscuro muy clarificador.

En esa obsesión que la marca alemana tiene por volver a lo vintage, en un aburrido esfuerzo de contagiar ese sentimiento de odio al fútbol moderno que tan bien encabezan los gurús periodísticos. El resultado ha sido una disparidad de opiniones bastante peculiar, incluso con el diseño de las camisetas de Argentina y Alemania, también vestidas por Adidas. A lo que voy.

La nueva camiseta de España luce el amarillo y azul, igual que su predecesora, además de una última franja negra un pelín translucida que se camufla con el fondo rojizo de la misma. El azul, visto desde una distancia considerable, teniendo mala baba y ganas de llamar la atención, puede parecer morado. Color que en España la izquierda ha hecho propio desde tiempos de la Segunda República para dar forma y sentido a su bandera ideal.

Es más una actitud infantil de buscar pinchar al contrario que un intento de debatir una realidad visual indiscutible. Para corroborarlo, me acerqué esta semana a una tienda oficial donde tuvieran expuesta la camiseta y sí, el que vea otro color diferente al azul tiene una deficiencia óptica severa.

Pablo Iglesias, líder de la formación política PODEMOS, no ha tardado en arengar a las masas, dejando patente que estos colores sí le representan. Entiendo que le gusta el azul más de lo que pensaba, eso o escribió su tuit con segundas intenciones, cosa que dudo bastante. Es muy buen chico. Menciono al señor Iglesias porque considero que su repercusión es mayor, y que ejemplifica bastante bien los movimientos de la izquierda en redes sociales a la hora de apropiarse del nuevo diseño.

Al otro lado del teléfono de Gila se encuentra ese otro sector social y ciudadano que no ha consentido bajo ningún concepto, como si de una ofensa personal se tratase, que quedaran dudas del verdadero color de la camiseta. Han empleado más horas en hacer un curso avanzado de cromatismo de lo que van a emplear en leer a Baudelaire en siete vidas.

El confrontamiento tan cansino que ha generado este tema demuestra un poco cómo es y cómo está la sociedad española en estos momentos. Exaltada, ansiosa por la bronca. La vida por un RT, la razón por una legión de fans. Al final, y contra todo pronóstico, el prisma más objetivo y sensato lo han proporcionado los jugadores de la selección española. Los cuales, encabezados por Ramos y Busquets, han dejado claro que la camiseta, debates al margen, es la camiseta de un país, o mejor dicho, de todas aquellas personas que sienten afinidad por la selección y la apoyan en los torneos internacionales. Punto. ¿No te gusta? No te la compres.

La camiseta podrá gustar más o menos, pero es la que hay. A mí, a título personal, me parece fea. Creo que es un viaje al pasado que no le favorece, pero no por mis ideas políticas, que las tengo como todos vosotros, sino porque no me gusta. Y me disgusta igual que las camisetas que Nike lleva temporadas y temporadas diseñando para mi equipo, el FC Barcelona. No es una cuestión de españolía o política, es estética.

El debate es absolutamente sano, un síntoma evidente de la normalidad democrática en la que afortunadamente vivimos, pero no podemos caer en una lucha cainita para llevar una cosa neutral y sin vida como un trozo de tela, al centro de rencores y agravios que hemos tenido que leer estos últimos días. Como dijo aquel, lo que se busca es la tranquilidad. Vamos a encontrarla, pues.

 

Periodismo. Hablo de baloncesto casi todo el tiempo. He visto jugar a Stockton, Navarro y LeBron, poco más le puedo pedir a la vida. Balonmano, fútbol, boxeo y ajedrez completan mi existencia.

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