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La caja que salvó al espíritu del fútbol

Martín Gago | El ser humano ha demostrado a lo largo de su corta pero intensa historia que la vida está llena de guerras y enfrentamientos que terminan con tiranos y forjan los héroes -la gran mayoría eternamente en el olvido- que tallan las leyendas del mañana. Personas que no ceden ante las adversidades y tratan de defender lo suyo para que en futuro pueda ser de todos.

El siglo XX es recordado por hechos tan importantes como el hundimiento del Titanic en 1914, el ‘Crack’ del 29 o las dos Guerras Mundiales y es en uno de ellos en el que los amantes del deporte han visto crecer la figura de un temerario defensor de un sentimiento llamado fútbol.

La historia de los mundiales que arrancó con la victoria de Uruguay en 1930 se prolongó ininterrumpidamente en el tiempo hasta 1938, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Italia se había proclamado vencedora de dos de las tres primeras ediciones y guardaba su tesoro más preciado en Roma. La copa Jules Rimet, entregada por aquél entonces al vencedor de cada Copa del Mundo, residía en la república de Mussolini como prueba del éxito del mejor combinado nacional del momento.

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Ottorino Barassi | Archivo L’Unità

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la búsqueda de alemanes e italianos de los tesoros más preciados del momento la copa Jules Rimet comenzó a estar en peligro. Fue entonces cuando el nombre de Ottorino Barassi, vicepresidente de la FIFA en aquel momento, quedó grabado en en la historia del deporte rey para siempre. Barassi tomó la copa de un banco de la capital italiana, tal y como cuenta la leyenda, y la escondió en el mejor lugar posible. Un sitio en el que nunca nadie se podría imaginar que un tesoro como ese podría estar guardado. Y así, la copa descansó en una vieja caja de zapatos bajo la cama del presidente de la Federación Italiana de Fútbol. Barassi fue su guardián durante muchos años. Defendió en su casa una copa que recogía la esencia del fútbol. Sentimientos, esperanzas y sueños guardados en los 35 centímetros y casi 4 kilogramos de plata, oro y lapislázuli.

Ya en 1946, varios meses más tarde después de que la Segunda Guerra Mundial hubiera llegado a su fin, Ottorino Barassi devolvió a la FIFA la tan preciada Jules Rimet que llevaba tiempo años guardando. Solo cuatro años más tarde, en 1950, el trofeo entró de nuevo en escena y fue entregado en el Mundial de Brasil a Uruguay como consecuencia de su segundo título mundial. En 1966 la suerte quiso que la copa estuviera a punto de desaparecer tras perderse en Londres en los días previos al inicio del Mundial de Inglaterra aunque finalmente, y para consuelo de todos los aficionados y deportistas, fue encontrada.

 

Los sucesos entorno a la Jules Rimet no cesaron y si durante la época de los nazis ya había sido un codiciado tesoro desde su entrega de forma permanente a Brasil en 1970, como consecuencia de su conquista del título en tres ocasiones con una selección de ensueño, pasó a ser el anhelo de muchos ladrones. Así en 1984 el trofeo fue robado y nunca más se supo nada de él. Dos teorías existen a día de hoy sobre su paradero. La primera habla de la posibilidad de que la copa fuera fundida en los meses posteriores al robo, mientras que la segunda afirma que la original Jules Rimet descansa en las vitrinas de un coleccionista de artículos de lujo.

Sea cual sea su paradero, tanto si el trofeo sigue manteniendo su forma original como si no, el empeño y sacrificio de Ottorino Barassi forma ya parte de la historia del fútbol. Un deporte que ha llegado hasta nuestros días gracias a hombres como él, que lo dieron todo para salvar la esencia de lo que para algunos es un juego, para otros un privilegio y para muchos su vida. La caja de cartón que salvó la Jules Rimet guardó también la esencia del fútbol. Ese ansia de superación, la rivalidad sana y los sueños de pequeños y mayores. La caja, Barassi y muy posible la copa descansan ya en paz pero, gracias a ellos, el fútbol vive más que nunca.

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