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Tokyo 2020

La cabeza alta de Neymar

Wembley. 11 de agosto de 2012. Brasil cuenta con una de las mejores generaciones de su historia. Un año antes la mayoría de sus jugadores ganaban el sudamericano sub-20 con la gorra: 15 goles a favor y tres en contra en la fase final, con un 6-0 a Uruguay en el último partido. Neymar firmó nueve goles en aquel torneo y ahora lideraba a la canarinha en el asalto al primer oro de su historia en unos Juegos Olímpicos.

Ganaron sus tres partidos en fase de grupos. También los de cuartos y semifinales, el último a Corea por 3-0. Las casas de apuestas daban prácticamente el título a los cariocas, pero en la final el sueño se derrumbó. México, con dos goles de Oribe Peralta, se hizo con el campeonato olímpico y dejó a Neymar, a sus 20 años, tirado en el césped envuelto en lágrimas.

 

Sus declaraciones tras el partido fueron, sin embargo, de líder. «Nos sentimos muy tristes. Todos queríamos el oro. Por desagracia no llegó. La vida sigue. Ellos han ganado porque eran mejores. Nosotros siempre intentamos dar lo máximo por esta camiseta. El fútbol es así, unos días se gana y otros se pierde. Tenemos que levantar la cabeza porque somos muy jóvenes».

Neymar sabía que tendría una nueva oportunidad cuatro años después, en su casa, en Río de Janeiro, nada menos que en Maracaná. Pero la travesía hasta aquel día no fue precisamente un camino de rosas. Estrellas como él no se entienden por grises. O todo blanco, o todo negro. Si todo sale bien, te aplaudimos. Si sale mal, no te acerques por aquí. El crack azulgrana salió tocado de Londres y los medios de su país no fueron precisamente benévolos: «En ningún momento rindió como se espera de él. Empieza a dar motivos para aumentar la desconfianza de la prensa y la afición en relación a su posible papel de protagonista en el Mundial de 2014″.

En cuatro años, tuvo más de una ocasión para resarcirse. Mientras en el Barça deleitaba con su fútbol, en Brasil tenía que ponerse el brazalete y liderar una selección legendaria apenas superada la mayoría de edad. Una selección muy venida a menos que tuvo su oasis en la Copa Confederaciones de 2013. Allí, en su país, doblegó a España, campeona de Europa y de mundo, en una final espectacular en Maracaná. Pero ya nadie se acuerda de aquel torneo y de aquel partido y sí de la madre de todas las humillaciones. Solo un año después, a poco más de 400 kilómetros, Brasil perdía 1-7 ante Alemania en Belo Horizonte, en la semifinal de ‘su’ Mundial. Neymar, lesionado, se perdió el partido.

 

Pero siguió con la cabeza alta, rumbo a Chile, donde en el verano de 2015 Brasil buscaría conquistar la Copa América. Pero en el segundo partido de la fase de grupos, ante Colombia, Neymar perdió los papeles y acabó expulsado y sancionado con hasta cuatro partidos. Se perdería los cuartos de final ante Paraguay, donde su selección fue eliminada en la tanda de penaltis. De nuevo fue duramente criticado y regresó a Barcelona con una única idea en mente: vengar el momento en el que empezó todo, en Wembley, ante México. Ese oro que se le resistía al país que ama el fútbol.

Es posible que esta última temporada haya sido la peor de Neymar desde que aterrizó en Europa. Siempre por detrás del nivel de Messi y Luis Suárez, estuvo desconectado en momentos clave y se le apagó la magia cuando su equipo más lo necesitó. Para colmo, sus fiestas, sus peinados y sus vídeos de Snapchat eran más comentados que sus acciones en el campo. Hasta Xavi Hernández, excapitán del Barça, llegó a recriminar su actitud, poniendo como ejemplo la final de Copa ante el Athletic, cuando con 3-0 en el marcador y al final del partido arrancó a hacer filigranas: «Entiendo que la gente lo vea como una falta de respeto. Esas cosas igual en Brasil están aceptadas, pero aquí cuesta más. Debería hacer una reflexión».

Sería difícil convencer al Barça para estar en Río de Janeiro. Para ello sacrificó la Copa América Centenario, donde su selección cayó en fase de grupos. Para ello debía perderse toda la pretemporada azulgrana, los dos partidos de Supercopa de España y el inicio liguero. Para ello tuvo que insistir e insistir en que tenía que estar allí, en Río. Y el club se lo concedió. Fue la única ‘estrella’ futbolística presente en los Juegos, y el capitán de un equipo plagado de juveniles.

neymar marta

A los dos partidos, tras un mes y medio de inactividad y sendos empates ante Sudáfrica e Irak, Neymar ya era vapuleado por prensa y afición, que gritaba en su lugar el nombre de Marta, ídola de la selección femenina. Tuvo que volver a empezar de cero, de nuevo con la cabeza alta, y lo hizo. En el momento más difícil, se echó el equipo a la espalda y comandó la remontada camino al oro. En cuartos, en semifinales y en la final, marcó el primer tanto del partido. En Maracaná lo hizo con un golazo de falta, cambiando los pitos por aplausos de los casi 80.000 espectadores presentes.

El rival era Alemania, una selección que recordaba la horrible pesadilla de Belo Horizonte. A media hora del final, Max Meyer igualaba el partido y silenciaba el estadio. Ni Brasil ni Neymar se amilanaron, esta vez no. Juntos se lanzaron a por la victoria y encerraron a los teutones hasta el último minuto de la prórroga. La suerte estaba echada, Alemania falló su último penalti y Neymar sería el encargado de lanzar el decisivo.

Se acercó al balón, lo miró fijamente, lo besó, lo posó en el césped y levantó la cabeza. Una vez más. Después de perder un oro en Wembley, de ser humillado en Belo Horizonte, de ser expulsado en Chile y de ser criticado hasta la saciedad en España y en su país, el de Sao Paulo tardó más de 10 segundos en chutar al balón una vez había pitado el árbitro. Sabía que su momento había llegado, y lo exprimió al máximo, parando el tiempo y haciéndolo suyo. Cuando el balón besó la red y las miles de voces de Maracaná fueron una, Neymar rompió a llorar. Esta vez de alegría, como el hombre que pasa cuatro años pensando en la medalla de oro. Como el que sueña con dar al país que ama el fútbol un campeonato olímpico por primera vez en su historia. Como el que sufre palo tras otro de forma desmedida. Hoy sí, la cabeza de Neymar puede estar bien alta.

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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